Comienza el Manuscrito con dos apéndices a un texto perdido que han
sido titulados, respectivamente, por V. Adoratsky Propiedad privada y
trabajo, Propiedad privada y comunismo. Sigue la crítica de la
Filosofía hegeliana y el Prólogo, que hemos colocado al
comienzo siguiendo a los editores de la Marx Engels Gesamte
Ausgabe.
Figuran igualmente en las páginas finales unas notas de lectura de
la Fenomenología de Hegel, recogidas en el Apéndice al T.
3 de la Primera Sección de la Marx Engels Gesamte Ausgabe. Se
trata de simples resúmenes que no hemos creído necesario
incluir.
Propiedad privada y trabajo
I) A la pág.. XXXVI. La esencia subjetiva de la propiedad
privada, la propiedad privada como actividad para sí, como
sujeto, como persona, es el trabajo. Se comprende, pues, que sólo
la Economía Política que reconoció como su principio al
trabajo -Adam Smith-, que no vio ya en la propiedad privada solamente
una situación exterior al hombre, ha de ser considerada tanto
como un producto de la energía y movimientos reales de la
propiedad privada, cuanto como un producto de la industria moderna; de
la misma forma que la Economía Política, de otra parte, ha
acelerado y enaltecido la energía y el desarrollo de esta
industria y ha hecho de ella un poder de la conciencia. Ante esta
Economía Política ilustrada, que ha descubierto la esencia
subjetiva la riqueza -dentro de la propiedad privada-, aparecen como
adoradores de ídolos, como católicos, los
partidarios del sistema dinerario y mercantilista, que sólo ven la
propiedad privada como una esencia objetiva para el hombre. Por eso
Engels ha llamado con razón a Adam Smith el Lutero de
la Economía. Así como Lutero reconoció en la
religión, en la fe, la esencia del mundo real y se opuso
por ello al paganismo católico; así como él superó
la religiosidad externa, al hacer de la religiosidad la esencia
íntima del hombre; así como él negó el
sacerdote exterior al laico; así también es superada la riqueza
que se encuentra fuera del hombre y es independiente de él -que ha de
ser, pues, afirmada y mantenida sólo de un modo exterior-, es decir, es
superada ésta su objetividad exterior y sin pensamiento,
al incorporarse la propiedad privada al hombre mismo y reconocerse el hombre
mismo como su esencia así, sin embargo, queda el hombre determinado por
la propiedad privada, como en Lutero queda determinado por la Religión.
Bajo la apariencia de un reconocimiento del hombre, la Economía
Política, cuyo principio es el trabajo, es más bien la
consecuente realización de la negación del hombre al no
encontrarse ya él mismo en una tensión exterior con la esencia
exterior de la propiedad privada, sino haberse convertido el mismo en la tensa
esencia de la propiedad privada. Lo que antes era ser fuera de
sí, enajenación real del hombre, se ha convertido ahora en el
acto de la enajenación, en enajenación de sí. Si esa
Economía Política comienza, pues, con un reconocimiento aparente
del hombre, de su independencia, de su libre actividad, etcétera, al
trasladar a la esencia misma del hombre la propiedad privada, no puede ya ser
condicionada por las determinaciones locales, nacionales, etc., de la
propiedad privada como un ser que exista fuera de ella, es decir,
si esa Economía Política desarrolla una energía
cosmopolita general, que derriba todo límite y toda atadura, para
situarse a si misma en su lugar como la única política la
única generalidad, el límite único, la
única atadura, así también ha de arrojar ella en su
posterior desarrollo esta hipocresía y ha de aparecer en su
total cinismo. Y esto lo hace (despreocupada de todas las
contradicciones en que la enreda esta doctrina) al revelar de forma
más unilateral y por esto más aguda y más
consecuente, que el trabajo es la esencia única de la riqueza,
probar la inhumanidad de las consecuencias de esta doctrina, en
oposición a aquella concepción originaria, y dar por
último, el golpe de gracia a aquella última forma de existencia
individual, natural, independiente del trabajo, de la propiedad
privada y fuente de riqueza: la renta de la tierra, esta
expresión de la propiedad feudal ya totalmente economificada e incapaz
por eso de rebeldía contra la Economía Política (Escuela
de Ricardo). No sólo aumenta el cinismo de la
Economía Política relativamente partir de Smith, pasando por Say,
hasta Ricardo, Mill, etc., en la medida en que a estos últimos se les
ponen ante los ojos, de manera más desarrollada y llena de
contradicciones, las consecuencias de la Industria; también
positivamente van conscientemente cada vez más lejos que sus
predecesores en el extrañamiento respecto del hombre, y esto
únicamente porque su ciencia se desarrolla de forma más
verdadera y consecuente. Al hacer de la propiedad privada en su forma activa
sujeto, esto es, al hacer simultáneamente del hombre una esencia, y de
hombre como no ser un ser, la contradicción de la realidad se
corresponde plenamente con el ser contradictorio que han reconocido como
principio. La desgarrada (II) realidad de la industria confirma
su principio desgarrado en si mismo lejos de refutarlo. Su principio es
justamente el principio de este desgarramiento.
La teoría fisiocrática del Dr. Quesnay representa el
tránsito del mercantilismo a Adam Smith. La fisiocracia es, de
forma directa, la disolución economico-política de la
propiedad feudal, pero por esto, de manera igualmente directa, la
transformación economico-política, la reposición
de la misma, con la sola diferencia de que su lenguaje no es ya feudal, sino
económico. Toda riqueza se resuelve en tierra y agricultura. La
tierra no es aún capital, es todavía una especial forma de
existencia del mismo que debe valer en su naturalidad, especialidad, y a causa
de ella; pero la tierra es, sin embargo, un elemento natural general, en
tanto que el sistema mercantilista no conocía otra existencia de la
riqueza que el metal noble. El objeto de la riqueza, su materia,
ha recibido pues al mismo tiempo, la mayor generalidad dentro de los limites
de la naturaleza en la medida en que, como naturaleza, es también
inmediatamente riqueza objetiva. Y la tierra solamente, es para el hombre
mediante el trabajo, mediante la agricultura. La esencia subjetiva de la
riqueza se traslada, por tanto, al trabajo. Al mismo tiempo, no obstante, la
agricultura es el único trabajo productivo. Todavía el
trabajo no es entendido en su generalidad y abstracción; está
ligado aún como a su materia, a un elemento natural
especial; sólo es conocido todavía en una especial forma de
existencia naturalmente determinada. Por eso no es todavía
más que una enajenación del hombre determinada,
especial, lo mismo que su producto es comprendido aún como una
riqueza determinada, mas dependiente de la naturaleza del trabajo mismo. La
tierra se reconoce aquí todavía como una existencia natural,
independiente del hombre, y no como capital, es decir, no como un momento del
trabajo mismo. Más bien aparece el trabajo como momento suyo. Sin
embargo, al reducirse el fetichismo de la antigua riqueza exterior, que
existía sólo como un objeto, a un elemento natural muy simple, y
reconocerse su esencia, aunque sea sólo parcialmente, en su existencia
subjetiva bajo una forma especial, está ya iniciado necesariamente el
siguiente paso de reconocer la esencia general de la riqueza y elevar
por ello a principio el trabajo en su forma más absoluta, es decir,
abstracta. Se le probaría a la fisiocracia que desde el punto de vista
económico el único justificado, la agricultura no es
distinta de cualquier otra industria, que la esencia de la riqueza no
es, pues, un trabajo determinado, un trabajo ligado a un elemento
especial, una determinada exteriorización del trabajo, sino el
trabajo en general.
La fisiocracia niega la riqueza especial, exterior, puramente
objetiva, al declarar que su esencia es el trabajo. Pero de momento el
trabajo es para ella únicamente la esencia subjetiva de la
propiedad territorial (parte del tipo de propiedad que
históricamente aparece como dominante y reconocida); solamente a la
propiedad territorial le permite convertirse en hombre enajenado. Supera
su carácter feudal al declarar como su esencia la
industria (agricultura); pero se comporta negativamente con el mundo de
la industria, reconoce la esencia feudal, al declarar que la agricultura
es la única industria.
Se comprende que tan pronto como se capta la esencia subjetiva
de la industria que se constituye en oposición a la propiedad
territorial, es decir, como industria, esta esencia incluye en sí a
aquel su contrario. Pues así como la industria abarca a la propiedad
territorial superada, así también su esencia subjetiva
abarca, al mismo tiempo, a la esencia subjetiva de ésta.
Del mismo modo que la propiedad territorial es la primera forma de la
propiedad privada, del mismo modo que históricamente la industria se le
opone inicialmente sólo como una forma especial de propiedad (o,
más bien, es el esclavo librado de la propiedad territorial), así
también se repite este proceso en la comprensión
científica de la esencia subjetiva de la propiedad privada, en la
comprensión científica del trabajo; el trabajo aparece
primero únicamente como trabajo agrícola, para hacerse
después valer como trabajo en general.
(III) Toda riqueza se ha convertido en riqueza industrial, en
riqueza del trabajo, y la industria es el trabajo concluido y pleno del
mismo modo que el sistema fabril es la esencia perfeccionada de la
industria, es decir, del trabajo, y el capital industrial es la
forma objetiva conclusa de la propiedad privada.
Vemos cómo sólo ahora puede perfeccionar la propiedad privada
su dominio sobre el hombre y convertirse, en su forma más general, en un
poder histórico-universal.
Propiedad privada y comunismo
... a la pág. XXXIX. Pero la oposición entre carencia de
propiedad y propiedad es una oposición todavía
indiferente, no captada aún en su relación activa, en su
conexión interna, no captada aún como
contradicción, mientras no se la comprenda como la
oposición de trabajo y capital. Incluso sin el progresivo
movimiento de la propiedad privada que se da, por ejemplo: en la antigua Roma,
en Turquía, etc. puede expresarse esta oposición en la
primera forma. Así no aparece aún como puesta por
la propiedad privada misma. Pero el trabajo, la esencia subjetiva de la
propiedad privada como exclusión de la propiedad, y el capital, el
trabajo objetivo como exclusión del trabajo, son la propiedad
privada como una relación desarrollada basta la contradicción
y por ello una relación enérgica que impulsa a la
disolución.
ad. ibidem. La superación del extrañamiento de si mismo
sigue el mismo camino que éste. En primer lugar la propiedad
privada es contemplada sólo en su aspecto objetivo, pero
considerando el trabajo como su esencia. Su forma de existencia es por ello el
capital que ha de ser superado «en cuanto tal» (Proudhon). O
se toma una forma especial de trabajo (el trabajo nivelado, parcelado y,
en consecuencia, no libre) como fuente de la nocividad de la propiedad
privada y de su existencia extraña al hombre (Fourier, quien, de acuerdo
con los fisiócratas, considera de nuevo el trabajo
agrícola como el trabajo por excelencia; Saint Simon, por el
contrario, declara que el trabajo industrial, como tal, es la esencia y
aspira al dominio exclusivo de los industriales y al mejoramiento de la
situación de los obreros). El comunismo, finalmente, es la
expresión positiva de la propiedad privada superada; es, en
primer lugar, la propiedad privada general. Al tomar esta
relación en su generalidad, el comunismo es: 1º) En su
primera forma solamente una generalización y
conclusión de la misma; como tal se muestra en una doble forma:
de una parte el dominio de la propiedad material es tan grande frente a
el, que el quiere aniquilar todo lo que no es susceptible de ser
poseído por todos como propiedad privada; quiere prescindir de
forma violenta del talento, etc. La posesión física
inmediata representa para él la finalidad única de la vida y de
la existencia; el destine del obrero no es superado, sino extendido a todos los
hombres; la relación de la propiedad privada continúa siendo la
relación de la comunidad con el mundo de las cosas; finalmente se
expresa este movimiento de oponer a la propiedad privada la propiedad general
en la forma animal que quiere oponer al matrimonio (que por lo demás es
una forma de la propiedad privada exclusiva) la comunidad de
las mujeres, en que la mujer se convierte en propiedad comunal y
común. Puede decirse que esta idea de la comunidad de mujeres
es el secreto a voces de este comunismo todavía totalmente
grosero e irreflexivo. Así como la mujer sale del matrimonio para entrar
en la prostitución general, así también el mundo todo de
la riqueza es decir, de la esencia objetiva del hombre, sale de la
relación del matrimonio exclusivo con el propietario privado para entrar
en la relación de la prostitución universal con la comunidad.
Este comunismo, al negar por completo la personalidad del hombre, es
justamente la expresión lógica de la propiedad privada, que es
esta negación. La envidia general y constituida en poder no es
sino la forma escondida en que la codicia se establece y, simplemente,
se satisface de otra manera. La idea de toda propiedad privada en cuanto
tal se vuelve, por lo menos contra la propiedad privada más rica
como envidia deseo de nivelación, de manera que al estas pasiones las
que integran el ser de la competencia. El comunismo grosero no es más
que el remate de esta codicia y de esta nivelación a partir del
mínimo representado. Tiene una medida determinada y
limitada. Lo poco que esta superación de la propiedad privada tiene
de verdadera apropiación lo prueba justamente la negación
abstracta de todo el mundo de la educación y de la civilización,
el regreso a la antinatural (IV) simplicidad del hombre pobre y
sin necesidades, que no sólo no ha superado la propiedad privada, sino
que ni siquiera ha llegado hasta ella.
La comunidad es sólo una comunidad de trabajo y de la igualdad
del salario que paga el capital común: la comunidad como
capitalista general. Ambos términos de la relación son elevados a
una generalidad imaginaria: el trabajo como la
determinación en que todos se encuentran situados, el capital
como la generalidad y el poder reconocidos de la comunidad.
En la relación con la mujer, como presa y servidora de la
lujuria comunitaria, se expresa la infinita degradación en la que el
hombre existe para si mismo, pues el secreto de esta relación tiene su
expresión inequívoca, decisiva, manifiesta,
revelada, en la relación del hombre con la mujer y en la forma de
concebirla inmediata y natural relación genérica. La
relación inmediata, natural y necesaria del hombre con el hombre, es la
relación del hombre con la mujer. En esta relación
natural de los géneros, la relación del hombre con la
naturaleza es inmediatamente su relación con el hombre, del mismo modo
que la relación con el hombre es inmediatamente su relación con
la naturaleza, su propia determinación natural. En esta
relación se evidencia, pues, de manera sensible, reducida
a un hecho visible, en qué medida la esencia humana se ha
convertido para el hombre en naturaleza o en qué medida la naturaleza se
ha convertido en esencia humana del hombre. Con esta relación se puede
juzgar él grado de cultura del hombre en su totalidad. Del
carácter de esta relación se deduce la medida en que el
hombre se ha convertido en ser genérico, en hombre,
y se ha comprendido como tal; la relación del hombre con la mujer es la
relación más natural del hombre con el hombre. En ella se
muestra en qué medida la conducta natural del hombre se ha hecho
humana o en qué medida su naturaleza humana se ha hecho
para él naturaleza. Se muestra también en esta
relación la extensión en que la necesidad del hombre se ha
hecho necesidad humana, en qué extensión el otro
hombre en cuanto hombre se ha convertido para él en necesidad; en
qué medida él, en su más individual existencia, es, al
mismo tiempo, ser colectivo.
La primera superación positiva de la propiedad privada, el comunismo
grosero, no es por tanto más que una forma de mostrarse la
vileza de la propiedad privada que se quiere instaurar como comunidad
positiva.
2º) El comunismo a) Aún de naturaleza política,
democrática; b) Con su superación del Estado, pero al
mismo tiempo aún con esencia incompleta y afectada por la propiedad
privada, es decir, por la enajenación del hombre. En ambas formas el
comunismo se conoce ya como reintegración o vuelta a sí del
hombre, como superación del extrañamiento de si del hombre, pero
como no ha captado todavía la esencia positiva de la propiedad privada,
y memos aún ha comprendido la naturaleza humana de la necesidad,
está aún prisionero e infectado por ella. Ha comprendido su
concepto, pero aún no su esencia.
3º) El comunismo como superación positiva de la
propiedad privada en cuanto autoextrañamiento del hombre,
y por ello como apropiación real de la esencia humana por
y para el hombre; por ello como retorno del hombre para sí en cuanto
hombre social, es decir, humano; retorno pleno, consciente y efectuado
dentro de toda la riqueza de la evolución humana hasta el presente. Este
comunismo es, como completo naturalismo =humanismo, como completo
humanismo=naturalismo; es la verdadera solución del conflicto entre el
hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la solución
definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre objetivación y
autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y
género. Es el enigma resuelto de la historia y sabe que es la
solución.
(V) El movimiento entero de la historia es, por ello, tanto su
generación real -el nacimiento de su existencia empírica-
como, para su conciencia pensante, el movimiento comprendido y
conocido de su devenir. Mientras tanto, aquel comunismo
aún incompleto busca en las figuras históricas opuestas a la
propiedad privada, en lo existente, una prueba en su favor, arrancando momentos
particulares del movimiento (Cabet, Villegardelle, etcétera, cabalgan
especialmente sobre este caballo) y presentándolos como pruebas de su
florecimiento histórico pleno, con lo que demuestra que la parte
inmensamente mayor de este movimiento contradice sus afirmaciones y que, si ha
sido ya una vez, su ser pasado contradice precisamente su
pretensión a la esencia.
Es fácil ver la necesidad de que todo el movimiento revolucionario
encuentre su base, tanto empírica como teórica, en el movimiento
de la propiedad privada, en la Economía.
Esta propiedad privada material, inmediatamente sensible, es
la expresión material y sensible de la vida humana enajenada. Su
movimiento -la producción y el consumo- es la manifestación
sensible del movimiento de toda la producción pasada, es decir,
de la realización o realidad del hombre. Religión, familia,
Estado, derecho, moral, ciencia, arte, etc., no son más que formas
especiales de la producción y caen bajo su ley general. La
superación positiva de la propiedad privada como
apropiación de la vida humana es por ello la superación
positiva de toda enajenación, esto es, la vuelta del hombre desde
la Religión, la familia, el Estado, etc., a su existencia humana, es
decir, social. La enajenación religiosa, como tal, transcurre
sólo en el dominio de la conciencia, del fuero interno del
hombre, pero la enajenación económica pertenece a la vida real;
su superación abarca por ello ambos aspectos. Se comprende que el
movimiento tome su primer comienzo en los distintos pueblos en distinta
forma, según que la verdadera vida reconocida del pueblo
transcurra más en la conciencia o en el mundo exterior, sea más
la vida ideal o la vida material. El comunismo empieza en seguida con el
ateísmo (Owen), el ateísmo inicialmente está aún
muy lejos de ser comunismo, porque aquel ateísmo es aún
más bien una abstracción ...
La filantropía del ateísmo es, por esto, en primer lugar,
solamente una filantropía filosófica abstracta, la del
comunismo es inmediatamente real y directamente tendida hacia la
acción.
Hemos vista cómo, dado el supuesto de la superación positiva de
la propiedad privada el hombre produce al hombre, a sí mismo y al otro
hombre; cómo el objeto, que es la realización inmediata de su
individualidad, es al mismo tiempo su propia existencia para el otro hombre, la
existencia de éste y la existencia de éste para él. Pero,
igualmente, tanto el material del trabajo como el hombre en cuanto sujeto son,
al mismo tiempo, resultado y punto de partida del movimiento (en el hecho de
que ha de ser este punto de partida reside justamente la
necesidad histórica de la propiedad privada). El carácter
social es, pues, el carácter general de todo el movimiento;
así como es la sociedad misma la que produce al hombre en cuanto
hombre, así también es producida por él. La
actividad y el goce son también sociales, tanto en su modo de
existencia como en su contenido; actividad social y goce
social. La esencia humana de la naturaleza no existe más
que para el hombre social, pues sólo así existe para
él como vínculo con el hombre, como existencia suya para
el otro y existencia del otro para él, como elemento vital de la
realidad humana; sólo así existe como fundamento de su
propia existencia humana. Sólo entonces se convierte para
él su existencia natural en su existencia humana, la
naturaleza en hombre. La sociedad es, pues, la plena unidad esencial del
hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección de la naturaleza, el
naturalismo realizado del hombre y el realizado humanismo de la naturaleza.
(VI) La actividad social y el goce social no existen, ni mucho menos, en la
forma única de una actividad inmediatamente comunitaria y
de un goce inmediatamente comunitario, aunque la actividad
comunitaria y el goce comunitario es decir, la actividad y el
goce que se exteriorizan y afirman inmediatamente en real sociedad con
otros hombres, se realizarán dondequiera que aquella expresión
inmediata de la sociabilidad se funde en la esencia de su ser y se
adecúe a su naturaleza.
Pero incluso cuando yo sólo actúo
científicamente, etc., en una actividad que yo mismo no puedo
llevar a cabo en comunidad inmediata con otros, también soy
social, porque actúo en cuanto hombre. No sólo el
material de mi actividad (como el idioma, merced al que opera el pensador) me
es dado como producto social, sino que mi propia existencia es actividad
social, porque lo que yo hago lo hago para la sociedad y con conciencia de ser
un ente social.
Mi conciencia general es sólo la forma teórica
de aquello cuya forma viva es la comunidad real, el ser social, en tanto
que hoy en día la conciencia general es una abstracción de
la vida real y como tal se le enfrenta. De aquí también que la
actividad de mi conciencia general, como tal, es mi existencia
teórica como ser social.
Hay que evitar ante todo el hacer de nuevo de la «sociedad» una
abstracción frente al individuo. El individuo es el ser social.
Su exteriorización vital (aunque no aparezca en la forma inmediata de
una exteriorización vital comunitaria, cumplida en unión de
otros) es así una exteriorización y afirmación de la
vida social. La vida individual y la vida genérica del hombre no
son distintas, por más que, necesariamente, el modo de existencia
de la vida individual sea un modo más particular o más
general de la vida genérica, o sea la vida genérica una
vida individual más particular o general.
Como consecuencia genérica afirma el hombre su real vida
social y no hace más que repetir en el pensamiento su existencia
real, así como, a la inversa, el ser genérico se afirma en la
conciencia genérica y es para si, en su generalidad, como ser
pensante.
El hombre así, por más que sea un individuo particular (y
justamente es su particularidad la que hace de él un individuo y un ser
social individual real), es, en la misma medida, la totalidad, la
totalidad ideal, la existencia subjetiva de la sociedad pensada y sentida para
sí, del mismo modo que también en la realidad existe como
intuición y goce de la existencia social y como una totalidad de
exteriorización vital humana.
Pensar y ser están, pues, diferenciados y, al mismo tiempo, en
unidad el uno con el otro.
La muerte parece ser una dura victoria del género sobre el individuo y
contradecir la unidad de ambos; pero el individuo determinado es sólo un
ser genérico determinado y, en cuanto tal, mortal.
4) Comoquiera que la propiedad privada es sólo la
expresión sensible del hecho de que el hombre se hace objetivo
para si y, al mismo tiempo, se convierte más bien en un objeto
extraño e inhumano, del hecho de que su exteriorización vital es
su enajenación vital y su realización su desrealizacion, una
realidad extraña, la superación positiva de la propiedad
privada, es decir, la apropiación sensible por y para el hombre
de la esencia y de la vida humanas, de las obras humanas no ha de ser concebida
sólo en el sentido del goce inmediato, exclusivo, en el sentido
de la posesión, del tener. El hombre se apropia su esencia
universal de forma universal, es decir, como hombre total. Cada una de sus
relaciones humanas con el mundo (ver, oír, oler, gustar, sentir,
pensar, observar percibir, desear, actuar, amar), en resumen, todos los
órganos de su individualidad, como los órganos que son
inmediatamente comunitarios en su forma (VII), son, en su comportamiento
objetivo, en su comportamiento hacia el objeto, la
apropiación de éste. La apropiación de la realidad
humana, su comportamiento hacia el objeto, es la afirmación de la
realidad humana; es, por esto, tan polifacética como
múltiples son las determinaciones esenciales y las
actividades del hombre; es la eficacia humana y el sufrimiento
del hombre, pues el sufrimiento, humanamente entendido, es un goce propio del
hombre.
La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un
objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para
nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído, comido,
bebido, vestido, habitado, en resumen, utilizado por nosotros. Aunque la
propiedad privada concibe, a su vez, todas esas realizaciones inmediatas de la
posesión sólo como medios de vida y la vida a la que
sirven como medios es la vida de la propiedad, el trabajo y la
capitalización.
En lugar de todos los sentidos físicos y espirituales ha
aparecido así la simple enajenación de todos estos
sentidos, el sentido del tener. El ser humano tenía que ser
reducido a esta absoluta pobreza para que pudiera alumbrar su riqueza interior
(sobre la categoría del tener, véase Hess, en los
Einnundzwanzig Bogen).
La superación de la propiedad privada es por ello, la
emancipación plena de todos los sentidos y cualidades humanos;
pero es esta emancipación precisamente porque todos estos sentidos y
cualidades se han hecho humanos, tanto en sentido objetivo como
subjetivo. El ojo se ha hecho un ojo humano, así como su
objeto se ha hecho un objeto social, humano, creado por el hombre
para el hombre. Los sentidos se han hecho así inmediatamente
teóricos en su práctica. Se relacionan con la cosa
por amor de la cosa, pero la cosa misma es una relación humana
objetiva para sí y para el hombre y viceversa. Necesidad y goce
han perdido con ello su naturaleza egoísta y la naturaleza ha
perdido su pura utilidad, al convertirse la utilidad en utilidad
humana.
Igualmente, los sentidos y el goce de los otros hombres se han convertido en
mi propia apropiación. Además de estos órganos
inmediatos se constituyen así órganos sociales, en la
forma de la sociedad; así, por ejemplo, la actividad
inmediatamente en sociedad con otros, etc., se convierte en un órgano de
mi manifestación vital y en modo de apropiación de la vida
humana.
Es evidente que el ojo humano goza de modo distinto que el ojo bruto,
no humano, que el oído humano: goza de manera distinta que el
bruto, etc.
Como hemos visto, únicamente cuando el objeto es para el hombre
objeto humano u hombre objetivo deja de perderse el hombre en su objeto,
Esto sólo es posible cuando el objeto se convierte para él en
objeto social y él mismo se convierte en ser social y la
sociedad, a través de este objeto, se convierte para él en
ser.
Así, al hacerse para el hombre en sociedad la realidad objetiva
realidad de las fuerzas humanas esenciales, realidad humana y, por ello,
realidad de sus propias fuerzas esenciales se hacen para él todos los
objetos objetivación de si mismo, objetos que afirman y realizan
su individualidad, objetos suyos, esto es, él mismo se
hace objeto. El modo en que se hagan suyos depende de la naturaleza del
objeto y de la naturaleza de la fuerza esencial a ella
correspondiente, pues justamente la certeza de esta relación
configura el modo determinado real, de la afirmación. Un objeto
es distinto para el ojo que para el oído y el objeto del
ojo es distinto que el del oído. La peculiaridad de cada
fuerza esencial es precisamente su ser peculiar, luego también el
modo peculiar de su objetivación de su ser objetivo real, de su
ser vivo. Por esto el hombre se afirma en el mundo objetivo no sólo en
pensamiento (VIII), sino con todos los sentidos.
De otro modo, y subjetivamente considerado, así como sólo la
música despierta el sentido musical del hombre, así como la
más bella música no tiene sentido alguno para el
oído no musical, no es objeto, porque mi objeto sólo puede ser la
afirmación de una de mis fuerzas esenciales, es decir, sólo es
para mí en la medida en que mi fuerza es para él como capacidad
subjetiva, porque el sentido del objeto para mí (solamente tiene un
sentido a él correspondiente) llega justamente hasta donde llega
mi sentido, así también son los sentidos del hombre
social distintos de los del no social. Sólo a través de la
riqueza objetivamente desarrollada del ser humano es, en parte cultivada, en
parte creada, la riqueza de la sensibilidad humana subjetiva, un
oído musical, un ojo para la belleza de la forma. En resumen,
sólo así se cultivan o se crean sentidos capaces de goces
humanos, sentidos que se afirman como fuerzas esenciales humanas. Pues
no sólo los cinco sentidos, sino también los llamados sentidos
espirituales, los sentidos prácticos (voluntad, amor, etc.), en una
palabra, el sentido humano, la humanidad de los sentidos, se constituyen
únicamente mediante la existencia de su objeto, mediante la
naturaleza humanizada. La formación de los cinco sentidos es un
trabajo de toda la historia universal hasta nuestros días. El
sentido que es presa de la grosera necesidad práctica tiene
sólo un sentido limitado. Para el hombre que muere de hambre no
existe la forma humana de la comida, sino únicamente su existencia
abstracta de comida; ésta bien podría presentarse en su forma
más grosera, y seria imposible decir entonces en qué se distingue
esta actividad para alimentarse de la actividad animal para alimentarse.
El hombre necesitado, cargado de preocupaciones, no tiene sentido para el
más bello espectáculo. El traficante en minerales no ve
más que su valor comercial, no su belleza o la naturaleza peculiar del
mineral, no tiene sentido mineralógico. La objetivación de la
esencia humana, tanto en sentido teórico como en sentido
práctico, es, pues, necesaria tanto para hacer humano el
sentido del hombre como para crear el sentido humano
correspondiente a la riqueza plena de la esencia humana y natural.
Así como la sociedad en formación encuentra a través
del movimiento de la propiedad privada, de su riqueza y su miseria -o de su
riqueza y su miseria espiritual y material- todo el material para esta
formación, así la sociedad constituida produce,
como su realidad durable, al hombre en esta plena riqueza de su ser, al hombre
rica y profundamente dotado de todos los sentidos.
Se ve, pues, cómo solamente en el estado social subjetivismo y
objetivismo, espiritualismo y materialismo, actividad y pasividad, dejan de ser
contrarios y pierden con ello su existencia como tales contrarios; se ve
cómo la solución de las mismas oposiciones teóricas
sólo es posible de modo práctico sólo es posible mediante
la energía práctica del hombre y que, por ello, esta
solución no es, en modo alguno, tarea exclusiva del conocimiento, sino
una verdadera tarea vital que la Filosofía no pudo resolver
precisamente porque la entendía únicamente como tarea
teórica.
Se ve cómo la historia de la industria y la existencia, que se ha
hecho objetiva, de la industria, son el libro abierto de las
fuerzas humanas esenciales, la psicología humana abierta a
los sentidos, que no había sido concebida hasta ahora en su
conexión con la esencia del hombre, sino sólo en una
relación externa de utilidad, porque, moviéndose dentro del
extrañamiento, sólo se sabia captar como realidad de las fuerzas
humanas esenciales y como acción humana genérica la
existencia general del hombre, la Religión o la Historia en su esencia
general y abstracta, como Política, Arte, Literatura, etc. (IX). En la
industria material ordinaria (que puede concebirse cómo parte de
aquel movimiento general, del mismo modo que puede concebirse a éste
como una parte especial de la industria, pues hasta ahora toda actividad
humana era trabajo, es decir, industria, actividad extrañada de al
misma) tenemos ante nosotros, bajo la forma de objetos sensibles,
extraños y útiles, bajo la forma de la enajenación,
las fuerzas esenciales objetivadas del hombre. Una
psicología para la que permanece cerrado este libro, es decir,
justamente la parte más sensiblemente actual y accesible de la Historia,
no puede convertirse en una ciencia real con verdadero contenido.
¿Qué puede pensarse de una ciencia que orgullosamente hace
abstracción de esta gran parte del trabajo humano y no se siente
inadecuada en tanto que este extenso caudal del obrar humano no le dice otra
cosa que lo que puede, si acaso, decirse en una sola palabra:
«necesidad», «vulgar necesidad»?
Las ciencias naturales han desarrollado una enorme actividad y se han
adueñado de un material que aumenta sin cesar. La filosofía, sin
embargo, ha permanecido tan extraña para ellas como ellas para la
filosofía. La momentánea unión fue sólo una
fantástica ilusión. Existía la voluntad, pero
faltaban los medios. La misma historiografía sólo de pasada se
ocupa de las ciencias naturales en cuanto factor de ilustración, de
utilidad, de grandes descubrimientos particulares. Pero en la medida en que,
mediante la industria, la Ciencia natural se ha introducido
prácticamente en la vida humana, la ha transformado y ha
preparado la emancipación humana, tenia que completar inmediatamente la
deshumanización, La industria es la relación histórica
real de la naturaleza (y, por ello, de la Ciencia natural) con el
hombre; por eso, al concebirla como desvelación esotérica
de las fuerzas humanas esenciales, se comprende también la
esencia humana de la naturaleza o la esencia natural del hombre;
con ello pierde la Ciencia natural su orientación abstracta,
material, o mejor idealista, y se convierte en base de la ciencia
humana, del mismo modo que se ha convertido ya (aunque en forma
enajenada) en base de la vida humana real. Dar una base a la vida y otra
a la ciencia es, pues, de antemano, una mentira. La naturaleza que se
desarrolla en la historia humana (en el acto de nacimiento de la sociedad
humana) es la verdadera naturaleza del hombre; de ahí que la
naturaleza, tal como, aunque en forma enajenada, se desarrolla en la industria,
sea la verdadera naturaleza antropológica.
La sensibilidad (véase Feuerbach) debe ser la base de toda ciencia.
Sólo cuando parte de ella en la doble forma de conciencia
sensible y de necesidad sensible, es decir, sólo cuando
parte de la naturaleza, es la ciencia verdadera ciencia. La Historia
toda es la historia preparatoria de la conversión del
«hombre» en objeto de la conciencia sensible y de la
necesidad del «hombre en cuanto hombre» en necesidad. La Historia
misma es una parte real de la Historia Natural, de la
conversión de la naturaleza en hombre. Algún día la
Ciencia natural se incorporará la Ciencia del hombre, del mismo modo que
la Ciencia del hombre se incorporará la Ciencia natural; habrá
una sola Ciencia.
(X) El hombre es el objeto inmediato de la Ciencia natural pues la naturaleza
sensible inmediata para el hombre es inmediatamente la sensibilidad
humana (una expresión idéntica) en la forma del otro
hombre sensiblemente presente para él; pues su propia sensibilidad
sólo; a través del otro existe para él como
sensibilidad humana. Pero la naturaleza es el objeto inmediato de la
Ciencia del hombre. El primer objeto del hombre -el hombre- es
naturaleza, sensibilidad, y las especiales fuerzas esenciales sensibles del ser
humano sólo en la Ciencia del mundo natural pueden encontrar su
autoconocimiento, del mismo modo que sólo en los objetos
naturales pueden encontrar su realización objetiva. El elemento
del pensar mismo, el elemento de la exteriorización vital del
pensamiento, el lenguaje, es naturaleza sensible. La realidad
social de la naturaleza y la Ciencia natural humana o Ciencia
natural del hombre son expresiones idénticas.
Se ve como en lugar de la riqueza y la miseria de la
Economía Política aparece el hombre rico y la rica
necesidad humana. El hombre rico es, al mismo tiempo, el hombre
necesitado de una totalidad de exteriorización vital humana. El
hombre en el que su propia realización existe como necesidad interna,
como urgencia. No sólo la riqueza, también la
pobreza del hombre, recibe igualmente en una perspectiva socialista un
significado humano y, por eso, social. La pobreza es el vinculo pasivo
que hace sentir al hombre como necesidad la mayor riqueza, el otro
hombre. La dominación en mi del ser objetivo, la explosión
sensible de mi actividad esencial, es la pasión que, con ello, se
convierte aquí en la actividad de mi ser.
5) Un ser sólo se considera independiente en cuanto es
dueño de sí y sólo es dueño de sí en cuanto
se debe a sí mismo su existencia. Un hombre que vive por gracia
de otro se considera a si mismo un ser dependiente. Vivo, sin embargo,
totalmente por gracia de otro cuando le debo no sólo el mantenimiento de
mi vida, sino que él además ha creado mi vida, es la
fuente de mi vida; y mi vida tiene necesariamente fuera de ella el
fundamento cuando no es mi propia creación. La creación
es, por ello, una representación muy difícilmente eliminable de
la conciencia del pueblo. El ser por sí mismo de la naturaleza y del
hombre le resulta inconcebible porque contradice todos los hechos
tangibles de la vida práctica.
La creación de la tierra ha recibido un potente golpe por
parte de la Geognosia, es decir, de la ciencia que explica la
constitución de la tierra, su desarrollo, como un proceso, como
autogénesis. La generatio aequivoca es la única
refutación práctica de la teoría de la creación.
Ahora bien, es realmente fácil decirle al individuo aislado lo que ya
Aristóteles dice: Has sido engendrado por tu padre y tu madre, es decir,
ha sido el coito de dos seres humanos, un acto genérico de los hombres,
lo que en ti ha producido al hombre. Ves, pues, que incluso físicamente
el hombre debe al hombre su existencia. Por esto no debes fijarte tan
sólo en un aspecto, el progreso infinito; y preguntar
sucesivamente: ¿Quién engendró a mi padre?
¿Quién engendró a su abuelo?, etc. Debes fijarte
también en el movimiento circular, sensiblemente visible en aquel
progreso, en el cual el hombre se repite a si mismo en la procreación,
es decir, el hombre se mantiene siempre como sujeto. Tú
contestarás, sin embargo: le concedo este movimiento circular,
concédeme tú el progreso que me empuja cada vez más lejos,
hasta que pregunto, ¿quien ha engendrado el primer hombre y la naturaleza
en general? Sólo puedo responder: tu pregunta misma es un producto de
la abstracción. Pregúntate cómo has llegado a esa
pregunta: pregúntate si tu pregunta no proviene de un punto de vista al
que no puedo responder porque es absurdo. Pregúntate si ese progreso
existe cómo tal para un pensamiento racional. Cuando preguntas por la
creación del hombre y de la naturaleza haces abstracción del
hombre y de la naturaleza. Los supones como no existentes y quieres que
te los pruebe como existentes. Ahora te digo, prescinde de tu
abstracción y así prescindirás de tu pregunta, o si
quieres aferrarte a tu abstracción, sé consecuente, y si aunque
pensando al hombre y a la naturaleza como no existente (IX) piensas,
piénsate a ti mismo como no existente, pues tú también
eres naturaleza y hombre. No pienses, no me preguntes, pues en cuanto piensas y
preguntas pierde todo sentido tu abstracción del ser de la
naturaleza y el hombre. ¿O eres tan egoísta que supones todo como
nada y quieres ser sólo tú?
Puedes replicarme: no supongo la nada de la naturaleza, etc.: te pregunto
por su acto de nacimiento, como pregunto al anatomista por la
formación de los huesos, etc.
Sin embargo, como para el hombre socialista toda la llamada historia
universal no es otra cosa que la producción del hombre por el
trabajo humano, el devenir de la naturaleza para el hombre tiene así la
prueba evidente, irrefutable, de su nacimiento de sí mismo, de su
proceso de originación. Al haberse hecho evidente de una manera
practica y sensible la esencialidad del hombre en la naturaleza; al
haberse evidenciado, práctica y sensiblemente, el hombre para el hombre
como existencia de la naturaleza y la naturaleza para el hombre como existencia
del hombre, se ha hecho prácticamente imposible la pregunta por un ser
extraño, por un ser situado por encima de la naturaleza y del
hombre (una pregunta que encierra el reconocimiento de la no esencialidad de la
naturaleza y del hombre). El ateísmo, en cuanto negación
de esta carencia de esencialidad, carece ya totalmente de sentido, pues el
ateísmo es una negación de Dios y afirma, mediante esta
negación, la existencia del hombre; pero el socialismo, en cuanto
socialismo, no necesita ya de tal mediación; él comienza con la
conciencia sensible, teórica y práctica, del hombre y la
naturaleza como esencia. Es autoconciencia positiva del
hombre, no mediada ya por la superación de la Religión, del mismo
modo que la vida real es la realidad positiva del hombre, no mediada ya
por la superación de la propiedad privada, el comunismo. El
comunismo es la posición como negación de la negación, y
por eso el momento real necesario, en la evolución
histórica inmediata, de la emancipación y recuperación
humana. El comunismo es la forma necesaria y el principio
dinámico del próximo futuro, pero el comunismo en si no es la
finalidad del desarrollo humano, la forma de la sociedad humana.
Necesidad, producción y división del trabajo
(XIV), 7) Hemos visto que significación tiene, en el supuesto del
socialismo, la riqueza de las necesidades humanas, y por ello
también un nuevo modo de producción y un nuevo
objeto de la misma. Nueva afirmación de la fuerza esencial
humana y nuevo enriquecimiento de la esencia humana. Dentro de la
propiedad privada el significado inverso. Cada individuo especula sobre el modo
de crear en el otro una nueva necesidad para obligarlo a un nuevo
sacrificio, para sumirlo en una nueva dependencia, para desviarlo hacia una
nueva forma del placer y con ello de la ruina económica. Cada
cual trata de crear una fuerza esencial extraña sobre el otro, para
encontrar así satisfacción a su propia necesidad egoísta.
Con la masa de objetos crece, pues, el reino de los seres ajenos a los que el
hombre está sometido y cada nuevo producto es una nueva potencia
del reciproco engaño y la reciproca explotación. El hombre, en
cuanto hombre, se hace más pobre, necesita más del dinero
para adueñarse del ser enemigo, y el poder de su dinero disminuye
en relación inversa a la masa de la producción, es decir; su
menesterosidad crece cuando el poder del dinero aumenta. La necesidad de
dinero es así la verdadera necesidad producida por la Economía
Política y la única necesidad que ella produce. La
cantidad de dinero es cada vez más su única propiedad
importante. Así como él reduce todo ser a su
abstracción, así se reduce él en su propio movimiento a
ser cuantitativo. La desmesura y el exceso es su verdadera medida.
Incluso subjetivamente esto se muestra, en parte, en el hecho de que el
aumento de la producción y de las ri~esidades se convierte en el esclavo
ingenioso y siempre calculador de caprichos inhumanos, refinados,
antinaturales, e imaginarios. La propiedad privada no sabe hacer de la
necesidad bruta necesidad humana; su idealismo es la
fantasía, la arbitrariedad, el antojo.
Ningún eunuco adula más bajamente a su déspota o trata con
más infames medios de estimular su agotada capacidad de placer para
granjearse más monedas, para hacer salir las aves de oro del bolsillo de
sus prójimos cristianamente amados. (Cada producto es un reclamo con el
que se quiere ganar el ser de los otros, su dinero; toda necesidad real o
posible es una debilidad que arrastrará las moscas a la miel, la
explotación general de la esencia comunitaria del hombre. Así
como toda imperfección del hombre es un vinculo con los cielos, un
flanco por el que su corazón es accesible al sacerdote, todo apuro es
una ocasión para aparecer del modo más amable ante el
prójimo y decirle: querido amigó, te doy lo que necesitas, pero
ya conoces la conditio sine qua non, ya sabes con que tinta te me tienes
que obligar; te despojo al tiempo que te proporciono un placer.) El productor
se aviene a los más abyectos caprichos del hombre, hace de celestina
entre él y su necesidad, le despierta apetitos morbosos y acecha toda
debilidad para exigirle después la propina por estos buenos oficios.
Esta enajenación se muestra parcialmente al producir el refinamiento
de las necesidades y de sus medios de una parte, mientras produce bestial
salvajismo, plena, brutal y abstracta simplicidad de las necesidades de la
otra; o mejor, simplemente se hace renacer en un sentido opuesto. Incluso la
necesidad del aire libre deja de ser en el obrero una necesidad; el hombre
retorna a la caverna, envenenada ahora por la mefítica pestilencia de la
civilización y que habita sólo en precario, como un poder
ajeno que puede escapársele cualquier día, del que puede ser
arrojado cualquier día si no paga (XV). Tiene que pagar por esta casa
mortuoria. La luminosa morada que Prometeo señala, según
Esquilo, como uno de los grandes regalos con los que convierte a las fieras en
hombres, deja de existir para el obrero. La luz, el aire, etcétera, la
más simple limpieza animal, deja de ser una necesidad para el
hombre. La basura, esta corrupción y podredumbre del hombre, la
cloaca de la civilización (esto hay que entenderlo literalmente) se
convierte para el en un elemento vital. La dejadez totalmente
antinatural, la naturaleza podrida, se convierten en su elemento
vital. Ninguno de sus sentidos continúa existiendo, no ya en su
forma humana, pero ni siquiera en forma inhumana, ni siquiera en forma
animal. Retornan las más burdas formas (e instrumentos)
del trabajo humano como la calandria de los esclavos romanos, convertida
en modo de producción y de existencia de muchos obreros ingleses. No
sólo no tiene el hombre ninguna necesidad humana, es que incluso las
necesidades animales desaparecen. El irlandés no conoce ya otra
necesidad que la de comer, y para ser exactos; la de comer
patatas, y para ser más exactos aún sólo la de comer
patatas enmohecidas, las de peor calidad. Pero Inglaterra y Francia
tienen en cada ciudad industrial una pequeña Irlanda. El salvaje,
el animal, tienen la necesidad de la caza, del movimiento, etc., de la
compañía. La simplificación de la máquina, del
trabajo, se aprovecha para convertir en obrero al hombre que está
aún formándose, al hombre aún no formado, al
niño, así como se ha convertido al obrero en un
niño totalmente abandonado. La maquina se acomoda a la debilidad
del hombre para convertir al hombre débil en máquina.
El economista (y el capitalista; en general hablamos siempre de los hombres
de negocio empíricos cuando nos referimos a los economistas, que
son su manifestación y existencia científicas) prueba
cómo la multiplicación de las necesidades y de los medios
engendra la carencia de necesidades y de medios: 1º) Al reducir la
necesidad del obrero al más miserable e imprescindible mantenimiento de
la vida física y su actividad al más abstracto movimiento
mecánico, el economista afirma que el hombre no tiene ninguna otra
necesidad, ni respecto de la actividad, ni respecto del placer, pues
también proclama esta vida como vida y existencia humanas: 2º) Al
emplear la más mezquina existencia como medida (como medida
general, porque es valida para la masa de los hombres), hace del obrero un ser
sin sentidos y sin necesidades, del mismo modo que hace de su actividad una
pura abstracción de toda actividad. Por esto todo lujo del obrero le
resulta censurable y todo lo que excede de la más abstracta necesidad
(sea como goce pasivo o como exteriorización vital) le parece un lujo.
La Economía Política, esa ciencia de la riqueza, es
así también al mismo tiempo la ciencia de la renuncia, de la
privación, del ahorro y llega realmente a ahorrar al
hombre la necesidad del aire puro o del movimiento
físico. Esta ciencia de la industria maravillosa es al mismo tiempo la
ciencia del ascetismo y su verdadero ideal es el avaro
ascético, pero usurero, y el esclavo
ascético, pero productivo. Su ideal moral es el
obrero que lleva a la caja de ahorro una parte de su salario e incluso
ha encontrado un arte servil para ésta su idea favorita. Se ha
llevado esto al teatro en forma sentimental. Por esto la Economía, pese
a su mundana y placentera apariencia, es una verdadera ciencia moral, la
más moral de las ciencias. La autorrenuncia, la renuncia a la vida y a
toda humana necesidad es su dogma fundamental. Cuanto memos comas y bebas,
cuantos menos licores compres, cuanto menos vayas al teatro, al baile, a la
taberna, cuanto menos pienses, ames, teorices, cantes, pintes, esgrimas, etc.,
tanto más ahorras, tanto mayor se hace tu tesoro al que ni
polillas ni herrumbre devoran, tu capital. Cuanto menos eres,
cuanto menos. exteriorizas tu vida, tanto más tienes, tanto mayor
es tu vida enajenada y tanto más almacenas de tu esencia... Todo
(XVI) lo que el economista te quita en vida y en humanidad te lo restituyen en
dinero y riqueza, y todo lo que no puedes lo puede tu dinero. El
puede comer y beber, ir al teatro y al baile; conoce el arte, la
sabiduría, las rarezas históricas, el poder político;
puede viajar; puede hacerte dueño de todo esto, puede comprar
todo esto, es la verdadera opulencia. Pero siendo todo esto, el dinero
no puede más que crearse a sí mismo, comprarse a si mismo, pues
todo lo demás es siervo suyo y cuando se tiene al señor se tiene
al siervo y no se le necesita. Todas las pasiones y toda actividad deben, pues,
disolverse en la avaricia. El obrero sólo debe tener lo
suficiente para querer vivir y sólo debe querer vivir para tener.
Verdad es que en el campo de la Economía Política surge ahora
una controversia. Un sector (Lauderdale, Malthus, etc.) recomienda el lujo y
execra el ahorro; el otro (Say, Ricardo, etc.) recomienda el ahorro y execra el
lujo. Pero el primero confiesa que quiere el lujo para producir el
trabajo, es decir, el ahorro absoluto, y el segundo confiesa que
recomienda el ahorro para producir la riqueza, es decir, el lujo. El
primer grupo tiene la romántica ilusión de que la avaricia
sola no debe determinar el consumo de los ricos y contradice sus propias leyes
al presentar el despilfarro inmediatamente como un medio de
enriquecimiento. Por esto el grupo opuesto le demuestra de modo muy serio y
circunstanciado que mediante el despilfarro disminuyó y no
aumentó mi caudal. Este segundo grupo cae en la hipocresía
de no confesar que precisamente el capricho y el humor determinan la
producción; olvida la «necesidad refinada»; olvida que sin
consumo no se producirá; olvida que mediante la competencia la
producción sólo ha de hacerse más universal, más
lujosa; olvida que para él el uso determina el valor de la cosa y que la
moda determina el uso; desea ver producido sólo «lo
útil», pero olvida que la producción de demasiadas cosas
útiles produce demasiada población inútil. Ambos grupos
olvidan que despilfarro y ahorro, lujo y abstinencia, riqueza y pobreza son
iguales.
Y no sólo debes privarte en tus sentidos inmediatos, como comer,
etc.; también la participación en intereses generales
(compasión, confianza, etc.), todo esto debes ahorrártelo si
quieres ser económico y no quieres morir de ilusiones.
Todo lo tuyo tienes que hacerlo venal, es decir, útil. Si
pregunto al economista. ¿obedezco a las leyes económicas si consigo
dinero de la entrega, de la prostitución de mi cuerpo al placer ajeno?
(Los obreros fabriles en Francia llaman a la prostitución de sus hijas y
esposas la enésima hora de trabajo, lo cual es literalmente cierto.)
¿No actúo de modo económico al vender a mi amigo a los
marroquíes? (y el tráfico de seres humanos como comercio de
conscriptos, etc., tiene lugar en todos los países civilizados), el
economista me contestará: no operas en contra de mis leyes, pero mira lo
que dicen la señora Moral y la señora Religión; mi Moral y
mi Religión económica no tienen nada que reprocharte. Pero
¿a quién tengo que creer ahora, a la Economía
Política o a la moral? La moral de la Economía Política es
el lucro, el trabajo y el ahorro, la sobriedad; pero la Economía
Política me promete satisfacer mis necesidades. La Economía
Política de la moral es la riqueza con buena conciencia, con virtud,
etc. Pero ¿cómo puedo ser virtuoso si no soy? ¿Cómo
puedo tener buena conciencia si no tengo conciencia de nada? El hecho de que
cada esfera me mida con una medida distinta y opuesta a las demás, con
una medida la moral, con otra distinta la Economía Política, se
basa en la esencia de la enajenación, porque cada una de estas esferas
es una determinada enajenación del hombre y (XVII) contempla un
determinado circulo de la actividad esencial enajenada; cada una de ellas se
relaciona de forma enajenada con la otra enajenación. El señor
Michel Chevalier reprocha así a Ricardo que hace abstracción de
la moral. Ricardo, sin embargo, deja a la Economía Política
hablar su propio lenguaje; si esta no habla moralmente, la culpa no es de
Ricardo. M. Chevalier hace abstracción de la Economía
Política en cuanto moraliza, pero real y necesariamente hace
abstracción de la moral en cuanto cultiva la Economía
Política. La relación de la Economía Política con
la moral cuando no es arbitraria, ocasional, y por ello trivial y acientifica,
cuan: do no es una apariencia engañosa, cuando se la considera
como esencial, no puede ser sino la relación de las leyes
económicas con la moral. ¿Qué puede hacer Ricardo si esta
relación no existe o si lo que existe es más bien lo contrario?
Por lo demás, también la oposición entre Economía
Política y moral es sólo una apariencia y no tal
oposición. La Economía Política se limita a expresar a
su manera las leyes morales.
La ausencia de necesidades como principio de la Economía
Política resplandece sobre todo en su teoría de la
población. Hay demasiados hombres. Incluso la existencia de
los hombres es un puro lujo y si el obrero es «moral» (Mill
propone alabanzas públicas para aquellos que se muestren continentes en
las relaciones sexuales y una pública reprimenda para quienes pequen
contra esta esterilidad del matrimonio. ¿No es esta doctrina ética
del ascetismo?) será ahorrativo en la fecundación. La
producción del hombre aparece como calamidad pública.
El sentido que la producción tiene en lo que respecta a los ricos se
muestra abiertamente en el sentido que para los pobres tiene; hacia
arriba, su exteriorización es siempre refinada, encubierta, ambigua,
apariencia; hacia abajo, grosera, directa, franca, esencial. La grosera
necesidad del trabajador es una fuente de lucro mayor que la necesidad
refinada del rico. Las viviendas subterráneas de Londres le
rinden a sus arrendadores más que los palacios, es decir, en lo que a
ellos concierne son una mayor riqueza; hablando en términos de
Economía Política son, pues, una mayor riqueza social.
Y así como la industria especula sobre el refinamiento de las
necesidades. así también especula sobre su tosquedad, sobre su
artificialmente producida tosquedad, cuyo verdadero goce es el
autoaturdimiento, esta aparente satisfacción de las
necesidades esta civilización dentro de la grosera barbarie de
la necesidad; las tascas inglesas son por eso representaciones
simbólicas de la propiedad privada. Su lujo muestra la verdadera
relación del lujo y la riqueza industriales con el hombre. Por esto son,
con razón, los únicos esparcimientos dominicales del pueblo que
la policía inglesa trata al menos con suavidad.
Hemos visto ya cómo el economista establece de diversas formas la
unidad de trabajo y capital. 1º) El capital es trabajo acumulado.
2º) La determinación del capital dentro de la producción, en
parte la reproducción del capital con beneficio, en parte el capital
como materia prima (materia del trabajo), en parte como instrumento que
trabaja por sí mismo -la máquina es el capital establecido
inmediatamente como idéntico al obrero- es el trabajo productivo.
3º) El obrero es un capital. 4º) El salario forma parte de los costos
del capital. 5º) En lo que al obrero respecta, el trabajo es la
reproducción de su capital vital. 6º) En lo que al capitalista
toca, es un factor de la actividad de su capital.
Finalmente, 7º) el economista supone la unidad original de ambos como
unidad del capitalista y el obrero, ésta es la paradisiaca
situación originaria. El que estos dos momentos se arrojen el uno contra
el otro como dos personas es, para el economista, un acontecimiento
casual y que por eso sólo externamente puede explicarse
(véase Mill).
Las naciones que están aún cegadas por el brillo de los
metales preciosos, y por ello adoran todavía el fetiche del dinero
metálico, no son aún las naciones dinerarias perfectas.
Oposición de Francia e Inglaterra. En el fetichismo, por ejemplo,
se muestra hasta qué punto es la solución de los enigmas
teóricos una tarea de la practica, una tarea mediada por la practica,
hasta qué punto la verdadera práctica es la condición de
una teoría positiva y real. La conciencia sensible del fetichista es
distinta de la del griego porque su existencia sensible también es
distinta. La enemistad abstracta entre sensibilidad y espíritu es
necesaria en tanto que el sentido humano para la naturaleza, el sentido humano
de la naturaleza y, por tanto, también el sentido natural del
hombre, no ha sido todavía producido por el propio trabajo del
hombre.
La igualdad no es otra cosa que la traducción francesa, es
decir, política, del alemán yo = yo. La igualdad como
fundamento del comunismo es su fundamentación
política y es lo mismo que cuando el alemán lo funda en la
concepción del hombre como autoconciencia universal. Se
comprende que la superación de la enajenación parte siempre de la
forma de enajenación que constituye la potencia dominante: en
Alemania, la autoconciencia; en Francia, la igualdad a causa de
la política; en Inglaterra, la necesidad práctica,
material, real que sólo se mide a si misma. Desde este punto de vista
hay que criticar y apreciar a Proudhon.
Si caracterizamos aún el comunismo mismo (porque es
negación de la negación, apropiación de la esencia humana
que se media a sí misma a través de la negación de la
propiedad privada, por ello todavía no como la posición
verdadera, que parte de si misma, sino mas bien como la posición
que parte de la propiedad privada).
....(extrañamiento de la vida humana permanece y continúa
siendo tanto mayor extrañamiento cuanto más conciencia de el como
tal se tiene) puede ser realizado, así sólo mediante el comunismo
puesto en práctica puede realizarse. Para superar la propiedad privada
basta el comunismo pensado, para superar la propiedad privada real se requiere
una acción comunista real. La historia la aportará y aquel
movimiento, que ya conocemos en pensamiento como un movimiento que se
supera a si mismo, atravesará en la realidad un proceso muy duro y muy
extenso. Debemos considerar, sin embargo, como un verdadero y real progreso el
que nosotros hayamos conseguido de antemano conciencia tanto de la
limitación como de la finalidad del movimiento histórico; y una
conciencia que lo sobrepasa.
Cuando los obreros comunistas se asocian, su finalidad es
inicialmente la doctrina, la propaganda, etc. Pero al mismo tiempo adquieren
con ello una nueva necesidad, la necesidad de la sociedad, y lo que
parecía medio se ha convertido en fin. Se puede contemplar este
movimiento práctico en sus más brillantes resultados cuando se
ven reunidos a los obreros socialistas franceses. No necesitan ya medios de
unión o pretextos de reunión como el fumar, el beber, el comer,
etc. La sociedad, la asociación, la charla, que a su vez tienen la
sociedad como fin, les bastan. Entre ellos la fraternidad de los hombres no es
una frase, sino una verdad, y la nobleza hombre brilla en los rostros
endurecidos por el trabajo.
(XX) Cuando la Economía Política afirma que la demanda y la
oferta se equilibran mutuamente, está al mismo tiempo olvidando que,
según su propia afirmación, la oferta de hombres
(teoría de la población) excede siempre de la demanda, que, por
tanto, en el resultado esencial de toda la producción (la existencia del
hombre) encuentra su más decisiva expresión la
desproporción entre oferta y demanda. En qué medida es el dinero,
que aparece como medio, el verdadero poder y el único fin;
en que medida el medio en general, que me hace ser, que hace mío
el ser objetivo ajeno, es un fin en sí..., es cosa que puede
verse en el hecho de cómo la propiedad de la tierra (allí donde
la tierra es la fuente de la vida), el caballo y la espada (en
donde ellos son el verdadero medio de vida) son reconocidos como los
verdaderos poderes políticos de la vida. En la Edad Media se emancipa un
estamento tan pronto como tiene derecho a portar la espada. Entre los
pueblos nómadas es el caballo el que hace libre, participe el la
comunidad.
Hemos dicho antes que el hombre retorna a la caverna, etc., pero en
una forma enajenada, hostil. El salvaje en su caverna (este elemento natural
que se le ofrece espontáneamente para su goce y protección) no se
siente extraño, o, mejor dicho, se siente tan a gusto como un pez en el
agua. Pero la cueva del pobre es una vivienda hostil que «se resiste como
una potencia extraña, que no se le entrega hasta que él no le
entrega a ella su sangre y su sudor», que él no puede considerar
como un hogar en donde, finalmente, pudiera decir: aquí estoy en casa,
en donde él se encuentra más bien en una casa
extraña, en la casa de otro que continuamente lo acecha y
que lo expulsa si no paga el alquiler. Igualmente, desde el punto de vista de
la calidad, ve su casa como lo opuesto a la vivienda humana situada en el
más allá, en el cielo de la riqueza,
La enajenación aparece tanto en el hecho de que mi medio de
vida es de otro; que mi deseo es la posesión inaccesible
de otro; como en el hecho de que cada cosa es otra que ella
misma, que mi actividad es otra cosa, que, por ultimo (y esto es
válido también para el capitalista), domina en general el
poder inhumano. La determinación de la riqueza derrochadora,
inactiva y entregada sólo al goce, cuyo beneficiario actúa, de
una parte como un individuo solamente efímero, vano, travieso,
que considera el trabajo de esclavo ajeno, el sudor y la sangre
de los hombres, como presa de sus apetitos y que por ello considera al hombre
mismo (también a si mismo) como un ser sacrificado y nulo (el desprecio
del hombre aparece así, en parte como arrogancia, en parte como la
infame ilusión de que su desenfrenada prodigalidad y su incesante e
improductivo consumo condicionan el trabajo y, por ello, la
subsistencia de los demás), conoce la realización de las
fuerzas humanas esenciales sólo como realización de
su desorden, de sus humores de sus caprichos arbitrarios y bizarros. Sin
embargo, esta riqueza que, por otra parte, se considera a sí misma como
un puro medio, una cosa digna sólo de aniquilación, que es al
mismo tiempo esclavo y señor, generosa y mezquina, caprichosa, vanidosa,
petulante, refinada, culta e ingeniosa, esta riqueza no ha experimentado
aún en sí misma la riqueza como un poder totalmente
extraño; no ve en ella todavía más que su propio
poder, y no la riqueza, sino el placer.
(XXI) ...y a la brillante ilusión sobre la esencia de la riqueza
cegada por la apariencia sensible, se enfrenta el industrial trabajador,
sobrio, económico, prosaico, bien
ilustrado sobre la esencia de la riqueza que al crear a su [del derrochador F.
R.] ansia de placeres un campo más ancho, al cantarle alabanzas con su
producción (sus productos son justamente abyectos cumplidos a los
apetitos del derrochador) sabe apropiarse de la única manera útil
del poder que a aquél se le escapa. Si inicialmente la riqueza
industrial parece resultado de la riqueza fantástica, derrochadora, su
dinámica propia desplaza también de una manera activa a esta
última. La baja del interés del dinero es, en efecto,
resultado y necesaria consecuencia de movimiento industrial. Los medios del
rentista derrochador disminuyen, en consecuencia, diariamente, en
proporción inversa del aumento de los medios y los ardides del
placer. Está obligado así, o bien a devorar su capital, es decir,
a perecer, o bien a convertirse el mismo en capitalista industrial... Por otra
parte, la renta de la tierra sube, ciertamente, de modo continuo merced
a la marcha del movimiento industrial, pero, como ya hemos visto, llega
necesariamente un momento en el que la propiedad de la tierra debe caer, como
cualquier otra propiedad, en la categoría del capital que se reproduce
con beneficio, y esto es, sin duda, el resultado del mismo movimiento
industrial. El terrateniente derrochador debe así, o bien devorar su
capital, es decir, perecer, o bien convertirse en arrendatario de su
propia tierra, en industrial agricultor.
La disminución del interés del dinero (que Proudhon considera
como la supresión del capital y como tendencia hacia la
socialización del capital) es por ello más bien solamente un
síntoma del triunfo del capital trabajador sobre la riqueza
derrochadora, es decir, de la transformación de toda propiedad privada
en capital industrial; el triunfo absoluto de la propiedad privada sobre
todas las cualidades aparentemente humanas de la misma y la
subyugación plena del propietario privado a la esencia de la propiedad
privada, al trabajo. Por lo demás, también el capitalista
industrial goza. El no retorna en modo alguno a la antinatural simplicidad de
la necesidad, pero su placer es sólo cosa secundaria, desahogo, placer
subordinado a la producción y, por ello, calculado, incluso
económico, pues el capitalista carga su placer a los costos del
capital y por esto aquél debe costarle sólo una cantidad tal que
sea restituida por la reproducción del capital con el beneficio. El
placer queda subordinado al capital y el individuo que goza subordinado al que
capitaliza, en tanto que antes sucedía lo contrario. La
disminución de los intereses no es así un síntoma de la
supresión del capital sino en la medida en que es un síntoma de
su dominación plena, de su enajenación que se esta planificando
y, por ello, apresurando su superación. Esta es, en general, la
única forma en que lo existente afirma a su contrario.
La querella de los economistas en torno al lujo y el ahorro no es, por
tanto, sino la querella de aquella parte de la Economía Política
que ha penetrado la esencia de la riqueza con aquella otra que está
aún lastrada de recuerdos románticos y antiindustriales. Ninguna
de las dos partes sabe, sin embargo, reducir el objeto de la disputa a su
sencilla expresión y, en consecuencia, nunca acabará la una con
la otra.
La renta de la tierra ha sido, además, demolida como renta de
la tierra, pues en oposición al argumento de los fisiócratas de
que el terrateniente es el único productor verdadero, la Economía
Política moderna ha demostrado que el terrateniente, en cuanto tal, es
más bien el único rentista totalmente improductivo. La
agricultura sería asunto del capitalista, que daría este uso a su
capital cuando pudiese esperar de ella el beneficio acostumbrado. La
argumentación de los fisiócratas (que la propiedad de la tierra
como sola propiedad productiva es la única que tiene que pagar impuestos
al Estado y, por tanto, también la única que tiene que acordarlos
y que tomar parte en la gestión del Estado) se muda así en la
afirmación inversa de que el impuesto sobre la renta de la tierra es el
único impuesto sobre un ingreso improductivo y por esto el único
impuesto que no es nocivo para la producción nacional. Se comprende que,
así entendido, el privilegio político del terrateniente no se
deduce ya de su carácter de principal fuente impositiva.
Todo lo que Proudhon capta como movimiento del trabajo contra el capital no es
más que el movimiento del trabajo en su determinación de capital,
de capital industrial, contra el capital que no se consume como capital,
es decir, industrialmente. Y este movimiento sigue su victorioso camino, es
decir, el camino de la victoria del capital industrial. Se ve
también que sólo cuando se capta el trabajo como esencia
de la propiedad privada puede penetrarse el movimiento económico como
tal en su determinación real.
La sociedad, como aparece para los economistas, es la sociedad
civil, en la que cada individuo es un conjunto de necesidades y sólo
existe para el otro (XXXV), como el otro sólo existe para él, en
la medida en que se convierten en medio el uno para el otro. El economista (del
mismo modo que la política en sus Derechos del Hombre) reduce
todo al hombre, es decir al individuo del que borra toda determinación
para esquematizarlo como capitalista o como obrero.
La división del trabajo es la expresión
económica del carácter social del trabajo dentro de la
enajenación. O bien, puesto que el trabajo no es sino una
expresión de la actividad humana dentro de la enajenación, de la
exteriorización vital como enajenación vital. Así
también la división del trabajo no es otra cosa que el
establecimiento extrañado; enajenado, de la actividad
humana como una actividad genérica real o como actividad del
hombre en cuanto ser genérico.
Sobre la esencia de la división del trabajo (que
naturalmente tenia que ser considerada como un motor fundamental en la
producción de riqueza en cuanto se reconocía el trabajo
como la esencia de la propiedad privada), es decir, sobre esta
forma enajenada y extrañada de la actividad humana como
actividad genérica, son los economistas muy oscuros y
contradictorios.
Adam Smith: «La división del trabajo no debe su origen a
la humana sabiduría. Es la consecuencia necesaria, lenta y gradual de la
propensión al intercambio y a la negociación de unos productos
por otros. Esta tendencia al intercambio es verosimilmente una consecuencia
necesaria del uso de la razón y de la palabra. Es común a todos
los hombres y no se da en ningún animal. En cuanto se hace adulto, el
animal vive de su propio esfuerzo. El hombre necesita constantemente del apoyo
de los demás, que sería vano esperar de su simple benevolencia.
Es mucho más seguro dirigirse a su interés personal y
convencerlos de que les beneficia a ellos mismos hacer lo que de ellos se
espera. Cuando nos dirigimos a los demás no lo hacemos a su
humanidad, sino a su egoísmo; nunca les hablamos de
nuestras necesidades, sino de su conveniencia. Como quiera que es
a través del cambio, el comercio, la negociación, como
recibimos la mayor parte de los buenos servicios que recíprocamente
necesitamos, es esta propensión a la negociación la que ha
dado origen a la división del trabajo. Así, por ejemplo,
en una tribu de cazadores o pastores hay alguno que hace arcos y flechas con
más rapidez y habilidad que los demás. Frecuentemente cambia a
sus compañeros ganado y caza por los instrumentos que él
construye, y rápidamente se da cuenta de que por este medio consigue
más cantidad de esos productos que cuando es él mismo el que va a
cazar. Con un cálculo interesado, hace, en consecuencia, de la
fabricación de arcos, etc., su ocupación principal. La diferencia
de talentos naturales entre los individuos no es tanto la causa como el
efecto de la división del trabajo.
»... Sin la disposición de los hombres al comercio y el
intercambio cada cual se vería obligado a satisfacer por si mismo todas
las necesidades y comodidades de la vida. Cada cual hubiese tenido que realizar
la misma tarea y no se hubiese producido esa gran diferencia de
ocupaciones que es la única que puede engendrar la gran diferencia
de talentos. Y así como es esa propensión al intercambio la que
engendra la diversidad de talentos entre los hombres, es también esa
propensión la que hace útil tal diversidad. Muchas razas
animales, aun siendo todas de la misma especie, han recibido de la naturaleza
una diversidad de caracteres mucho más grande y más evidente que
la que puede encontrarse entre los hombres no civilizados. Por naturaleza no
existe entre un filósofo y un cargador ni la mitad de la diferencia que
hay entre un mastín y un galgo, entre un galgo y un podenco o entre
cualquiera de éstos y un perro pastor. Pese a ello, estas distintas
razas, aun perteneciendo todas a la misma especie, apenas tienen utilidad las
unas para las otras. El mastín no puede aprovechar la ventaja de su
fuerza para servirse de la ligereza del galgo, etc. Los efectos de estos
distintos talentos o grados de inteligencia no pueden ser puestos en
común porque falta la capacidad o la propensión al cambio, y no
pueden, por tanto, aportar nada a la ventaja o comodidad
común de la especie... Cada animal debe alimentarse y protegerse a
si mismo, con absoluta independencia de los demás; no puede obtener la
más mínima ventaja de la diversidad de talentos que la naturaleza
ha distribuido entre sus semejantes. Por el contrario, entre los hombres los
más diversos talentos se resultan útiles unos a otros porque,
mediante esa propensión general al comercio y el intercambio, los
distintos productos de los diversos tipos de actividad pueden ser
puestos, por así decir, en una masa común a la que cada cual
puede ir a comprar una parte de la industria de los demás de acuerdo con
sus necesidades. Como es esa propensión al intercambio la que da
su origen a la división del trabajo la extensión de
esta división estará siempre limitada por la extensión de
la capacidad de intercambiar o, dicho en otras palabras, por la
extensión del mercado. Si el mercado es muy pequeño, nadie
se animará a dedicarse por entero a una sola ocupación ante el
temor de no poder intercambiar aquella parte de su producción que excede
de sus necesidades por el excedente de la producción de otro que
él desearía adquirir...» En una situación de mayor
progreso: «Todo hombre vive del cambio y se convierte en una especie
de comerciante y la sociedad misma es realmente una sociedad
mercantil. (Véase Destutt de Tracy: La sociedad es una serie de
intercambios recíprocos, en el comercio está la esencia
toda de la sociedad...) La acumulación de capitales crece con la
división del trabajo y viceversa.» Hasta aquí Adam Smith.
«Si cada familia produjera la totalidad de los objetos de su consumo,
podría la sociedad marchar así aunque no se hiciese intercambio
alguno; sin ser fundamental, el intercambio es indispensable en el
avanzado estadio de nuestra sociedad; la división del trabajo es un
hábil empleo de las fuerzas del hombre que acrece, en consecuencia, los
productos de la sociedad, su poder y sus placeres, pero reduce, aminora la
capacidad de cada hombre tomado individualmente. La producción no puede
tener lugar sin intercambio.» Así habla J. B. Say. «Las
fuerzas inherentes al hombre son su inteligencia y su aptitud física
para el trabajo; las que se derivan del estado social consisten en la capacidad
de dividir el trabajo y de repartir entre los distintos hombres los
diversos trabajos y en la facultad de intercambiar los servicios
recíprocos y los productos que constituyen este medio. El motivo por
el que: un hombre consagra a otro Sus servicios es el egoísmo, el hombre
exige una recompensa por los servicios prestados a otro. La existencia del
derecho exclusivo de propiedad es, pues, indispensable para que pueda
establecerse el intercambio entre los hombres. Influencia recíproca de
la división de la industria sobre el intercambio y del intercambio sobre
esta división. Intercambio y división del trabajo se condicionan
reciprocamente.» Así Sharbek.
Mill expone el intercambio desarrollado, el comercio, como
consecuencia de la división del trabajo.
«La actividad del hombre puede reducirse a elemetos muy simples. El no
puede en efecto, hacer otra cosa que producir movimiento; puede mover las cosas
para alejarlas (XXXVII) o aproximarlas entre si; las propiedades de la materia
hacen el resto. En el empleo del trabajo y de las máquinas ocurre con
frecuencia que se pueden aumentar los efectos mediante una oportuna
división de las operaciones que se oponen y la unificación de
todas aquellas que, de algún modo, pueden favorecerse
recíprocamente. Como, en general, los hombres no pueden ejecutar muchas
operaciones distintas con la misma habilidad y velocidad, como la costumbre les
da esa capacidad para la realización de un pequeño número,
siempre es ventajoso limitar en lo posible el número de operaciones
encomendadas a cada individuo. Para la división del trabajo y la
repartición de la fuerza de los hombres de la manera más
ventajosa es necesario operar en una multitud de casos en gran escala o, en
otros términos; producir las riquezas en masa. Esta ventaja es el
motivo que origina las grandes manufacturas, un pequeño
número de las cuales, establecidas en condicione ventajosas,
aprovisionan frecuentemente con los objetos por ellas producidos no uno solo,
sino varios países en las cantidades que ellos requieren.»
Así Mill.
Toda la Economía Política moderna está de acuerdo, sin
embargo, en que división del trabajo y riqueza de la producción,
división del trabajo y acumulación del capital se condicionan
recíprocamente, así como en el hecho de que sólo la
propiedad privada liberada, entregada a si misma, puede producir la
más útil y más amplia división del trabajo.
La exposición de Adam Smith se puede resumir así: la
división del trabajo da a éste una infinita capacidad de
producción. Se origina en la propensión al intercambio y
al comercio una propensión específicamente humana que
verosimilmente no es casual, sino que está condicionada por el uso de la
razón y del lenguaje. El motivo del que cambia no es la
humanidad, sino el egoísmo. La diversidad de los talentos
humanos es más el efecto que la causa de la división del trabajo,
es decir, del intercambio. También es sólo este último el
que hace útil aquella diversidad. Las propiedades particulares de las
distintas razas de una especie animal son por naturaleza más distintas
que la diversidad de dones y actividades humanas. Pero como los animales no
pueden intercambiar, no le aprovecha a ningún individuo animal la
diferente propiedad de un animal de la misma especie, pero de distinta raza.
Los animales no pueden adicionar las diversas propiedades de su especie; no
pueden aportar nada al provecho y al bienestar común de su
especie. Otra cosa sucede con el hombre, en el cual los más
dispares talentos y formas de actividad se benefician recíprocamente
porque pueden reunir sus diversos productos en una masa
común de la que todos pueden comprar. Como la división del
trabajo brota de la propensión al intercambio, crece y esta
limitada por la extensión del intercambio, del
mercado. En el estado avanzado todo hombre es comerciante, la
sociedad es una sociedad mercantil. Say considera el intercambio
como casual y no fundamental. La sociedad podría subsistir sin
él. Se hace indispensable en el estado avanzado de la sociedad. No
obstante, sin él no puede tener lugar la
producción. La división del trabajo es un
cómodo y útil medio, un hábil empleo de las
fuerzas humanas para el desarrollo de la sociedad, pero disminuye la
capacidad de cada hombre individualmente considerado. La última
observación es un progreso de Say.
Skarbek distingue las fuerzas individuales, inherentes al hombre
(inteligencia y disposición física para el trabajo), de las
fuerzas derivadas de la sociedad (intercambio y división del
trabajo) que se condicionan mutuamente. Pero el presupuesto necesario del
intercambio es la propiedad privada. Skarbek expresa aquí en
forma objetiva lo mismo que Smith, Say, Ricardo, etc., dicen cuando
señalan el egoísmo, el interés privado, como
fundamento del intercambio, o el comercio como la forma esencial y
adecuada del intercambio.
Mill presenta el comercio como consecuencia de la división
del trabajo. La actividad humana se reduce para él a un
movimiento mecánico. División del trabajo y empleo de
máquinas fomentan la riqueza de la producción. Se debe confiar a
cada hombre un conjunto de actividades tan pequeño como sea posible. Por
su parte, división de trabajo y empleo de máquinas condicionan la
producción de la riqueza en masa y, por tanto, del producto. Este es el
fundamento de las grandes manufacturas.
(XXXVIII) El examen de la división del trabajo y del
intercambio es del mayor interés porque son las expresiones
manifiestamente enajenadas de la actividad y la fuerza
esencial humana en cuanto actividad y fuerza esencial adecuadas al
género.
Decir que la división del trabajo y el intercambio
descansan sobre la propiedad privada no es sino afirmar que el
trabajo es la esencia de la propiedad privada; una afirmación que
el economista no puede probar y que nosotros vamos a probar por él.
Justamente aquí en el hecho de que división del trabajo e
intercambio son configuraciones de la propiedad privada, reside la doble
prueba, tanto de que, por una parte, la vida humana necesitaba de la
propiedad privada para su realización, como de que, de otra parte, ahora
necesita la supresión y superación de la propiedad privada.
División del trabajo e intercambio son los dos
fenómenos que hacen que el economista presuma del carácter social
de su ciencia y, al mismo tiempo, exprese inconscientemente la
contradicción de esta ciencia: la fundamentación de la sociedad
mediante el interés particular antisocial.
Los momentos que tenemos que considerar son: en primer lugar, la
propensión al intercambio (cuyo fundamento se encuentra en el
egoísmo) es considerada como fundamento o efecto recíproco de la
división del trabajo. Say considera el intercambio como no
fundamental para la esencia de la sociedad. La riqueza, la
producción, se explican por la división del trabajo y el
intercambio. Se concede el empobrecimiento y la degradación de la
actividad individual por obra de la división del trabajo. Se reconoce
que la división del trabajo y el intercambio son productores de la gran
diversidad de los talentos humanos, una diversidad que, a su vez, se
hace útil gracias a aquéllos. Skarbek divide las fuerzas
de producción o fuerzas productivas del hombre en dos partes: 1) Las
individuales e inherentes a él, su inteligencia y su especial
disposición o capacidad de trabajo; 2) las derivadas de la sociedad (no
del individuo real), la división del trabajo y el intercambio.
Además, la división del trabajo está limitada por el
mercado. El trabajo humano es simple movimiento mecánico;
lo principal lo hacen las propiedades materiales de los objetos.
A un individuo se le debe. atribuir la menor cantidad posible de funciones.
Fraccionamiento del trabajo y concentración del capital, la inanidad de
la producción individual y la producción de la riqueza en masas.
Concepción de la propiedad privada libre en la división del
trabajo.
Dinero
(XLI) Si las sensaciones, pasiones, etc., del hombre son no sólo
determinaciones antropológicas en sentido estricto, sino verdaderamente
afirmaciones ontológicas del ser (naturaleza) y si sólo se
afirman realmente por el hecho de que su objeto es sensible para
ellas, entonces es claro:
1) Que el modo de su afirmación no es en absoluto uno. y el mismo,
sino que, más bien, el diverso modo de la afirmación constituye
la peculiaridad de su existencia, de su vida; el modo en que el objeto es para
ellas el modo peculiar de su goce. 2) Allí en donde la
afirmación sensible es supresión directa del objeto en su forma
independiente (comer, beber, elaborar el objeto, etc.), es ésta la
afirmación del objeto. 3) En cuanto el hombre es humano, en
cuanto es humana su sensación, etc., la afirmación del
objeto por otro es igualmente su propio goce. 4) Sólo mediante la
industria desarrollada, esto es, por la mediación de la propiedad
privada, se constituye la esencia ontológica de la pasión humana,
tanto en su totalidad como en su humanidad; la misma ciencia del hombre es,
pues, un producto de la autoafirmación práctica del hombre. 5) El
sentido de la propiedad privada -desembarazada de su enajenación- es la
existencia de los objetos esenciales para el hombre, tanto como
objeto de goce cuanto como objeto de actividad.
El dinero, en cuanto posee la propiedad de comprarlo todo, en cuanto
posee la propiedad de apropiarse todos los objetos es, pues, el objeto por
excelencia. La universalidad de su cualidad es la omnipotencia de su
esencia; vale, pues, como ser omnipotente..., el dinero es el alcahuete
entre la necesidad y el objeto, entre la vida y los medios de vida del hombre.
Pero lo que me sirve de mediador para mi vida, me sirve de mediador
también para la existencia de los otros hombres para mi. Eso es
pãra mi el otro hombre.
¡Qué diablo! ¡Claro que manos y pies,
y cabeza y trasero son tuyos!
Pero todo esto que yo tranquilamente gozo,
¿es por eso memos mío?
Si puedo pagar seis potros,
¿No son sus fuerzas mías?
Los conduzco y soy todo un señor
Como si tuviese veinticuatro patas.
(Goethe:
Fausto-Mefistófeles).
Shakespeare, en el Timón de Atenas:
«¡Oro!, ¡oro maravilloso, brillante, precioso! ¡No, oh
dioses, no soy hombre que haga plegarias inconsecuentes! (Simples
raíces, oh cielos purísimos!) Un poco de él puede volver
lo blanco, negro; lo feo, hermoso; lo falso, verdadero; lo bajo; noble; lo
viejo, joven; lo cobarde, valiente ¡oh dioses! ¿Por qué?)
Esto va arrancar de vuestro lado a vuestros sacerdotes y a vuestros sirvientes;
va a retirar la almohada de debajo de la cabeza del hombre más robusto;
este amarillo esclavo va a atar y desatar lazos sagrados, bendecir a los
malditos, hacer adorable la lepra blanca, dar plaza a los ladrones y hacerlos
sentarse entre los senadores, con títulos, genuflexiones y alabanzas;
él es el que hace que se vuelva a casar la viuda marchita y el que
perfuma y embalsama como un día de abril a aquella que revolvería
el estómago al hospital y a las mismas úlceras. Vamos, fango
condenado, puta común de todo el género humano que siembras la
disensión entre la multitud de las naciones, voy a hacerte ultrajar
según tu naturaleza.»
Y después:
«¡Oh, tú, dulce regicida, amable agente de divorcio entre
el hijo y el padre! ¡Brillante corruptor del más puro lecho de
himeneo! ¡Marte valiente! ¡Galán siempre joven, fresco,
amado y delicado, cuyo esplendor funde la nieve sagrada que descansa sobre el
seno de Diana! Dios visible que sueldas juntas las cosas de la
Naturaleza absolutamente contrarias y las obligas a que se abracen; tú,
que sabes hablar todas las lenguas (XLII) para todos los designios. ¡Oh,
tú, piedra de toque de los corazones, piensa que el hombre, tu esclavo,
se rebela, y por la virtud que en ti reside, haz que nazcan entre ellos
querellas que los destruyan, a fin de que las bestias puedan tener el
imperio del mundo...!»
Shakespeare pinta muy acertadamente la esencia del dinero. Para
entenderlo, comencemos primero con la explicación del pasaje
goethiano.
Lo que mediante el dinero es para mi, lo que puedo pagar, es decir,
lo que el dinero puede comprar, eso soy yo, el poseedor del dinero
mismo. Mi fuerza es tan grande como lo sea la fuerza del dinero. Las cualidades
del dinero son mis -de su poseedor- cualidades y fuerzas esenciales. Lo que
soy y lo que puedo no están determinados en modo alguno
por mi individualidad. Soy feo, pero puedo comprarme la mujer
más bella. Luego no soy feo, pues el efecto de la fealdad,
su fuerza ahuyentadora, es aniquilada por el dinero. Según mi
individualidad soy tullido, pero el dinero me procura veinticuatro pies, luego
no soy tullido; soy un hombre malo y sin honor, sin conciencia y sin ingenio,
pero se honra al dinero, luego también a su poseedor. El dinero es el
bien supremo, luego es bueno su poseedor; el dinero me evita, además, la
molestia de ser deshonesto, luego se presume que soy honesto; soy
estúpido, pero el dinero es el verdadero
espíritu de todas las cosas, ¿cómo podría
carecer de ingenio su poseedor? El puede, por lo demás, comprarse gentes
ingeniosas, ¿y no es quien tiene poder sobre las personas inteligentes
más talentoso que el talentoso? ¿Es que no poseo yo, que mediante
el dinero puedo todo lo que el corazón humano ansia, todos los
poderes humanos? ¿Acaso no transforma mi dinero todas mis carencias en su
contrario?
Si el dinero es el vinculo que me liga a la vida humana, que
liga a la sociedad, que me liga con la naturaleza y con el hombre, ¿no es
el dinero el vínculo de todos los vínculos? ¿No puede
él atar y desatar todas las ataduras? ¿No es también por
esto el medio general de separación? Es la verdadera moneda
divisoria, así como el verdadero medio de unión, la
fuerza galvanoquímica de la sociedad.
Shakespeare destaca especialmente dos propiedades en el dinero:
1º) Es la divinidad visible, la transmutación de todas las
propiedades humanas y naturales en su contrario, la confusión e
inversión universal de todas las cosas; hermana las imposibilidades;
2º) Es la puta universal, el universal alcahuete de los hombres y de
los pueblos.
La inversión y confusión de todas las cualidades humanes y
naturales, la conjugación de las imposibilidades; la fuerza
divina del dinero radica en su esencia en tanto que esencia
genérica extrañada, enajenante y autoenajenante del hombre. Es el
poder enajenado de la humanidad.
Lo que como hombre no puedo, lo que no pueden mis fuerzas
individuales, lo puedo mediante el dinero. El dinero convierte
así cada una de estas fuerzas esenciales en lo que en sí no son,
es decir, en su contrario. Si ansío un manjar o quiero tomar la
posta porque no soy suficientemente fuerte para hacer el camino a pie, el
dinero me procura el manjar y la posta, es decir, transustancia mis deseos, que
son meras representaciones; los traduce de su existencia pensada, representada,
querida; a su existencia sensible, real; de la representación a
la vida, del ser representado al ser real. El dinero es, al hacer esta
mediación, la verdadera fuerza creadora.
Es cierto que la demanda existe también para aquel que no
tiene dinero alguno, pero su demanda es un puro ente de ficción que no
tiene sobre mí, sobre un tercero, sobre los otros (XLIII), ningún
efecto, ninguna existencia; que, por tanto, sigue siendo para mi mismo
irreal sin objeto. La diferencia entre la demanda efectiva basada
en el dinero y la demanda sin efecto basada en mi necesidad, mi pasión,
mi deseo, etc., es la diferencia entre el ser y el pensar, entre
la pura representación que existe en mí y la
representación tal como es para mí en tanto que objeto
real fuera de mí. Si no tengo dinero alguno para viajar, no tengo
ninguna necesidad (esto es, ninguna necesidad real y realizable) de viajar. Si
tengo vocación para estudiar, pero no dinero para ello, no tengo
ninguna vocación (esto es, ninguna vocación efectiva,
verdadera) para estudiar. Por el contrario, si realmente no tengo
vocación alguna para estudiar, pero tengo la voluntad y el
dinero, tengo para ello una efectiva vocación. El dinero
en cuanto medio y poder del universales (exteriores, no derivados
del hombre en cuanto hombre ni de la sociedad humana en cuanto sociedad) para
hacer de la representación realidad y de la realidad
una pura representación, transforma igualmente las reales;
fuerzas esenciales humanas y naturales en puras representaciones
abstractas y por ello en imperfecciones, en dolorosas quimeras,
así como, por otra parte, transforma las imperfecciones y
quimeras reales, las fuerzas esenciales realmente impotentes, que
sólo existen en la imaginación del individuo, en fuerzas
esenciales reales y poder real. Según esta determinación, es
el dinero la inversión universal de las individualidades, que
transforma en su contrario, y a cuyas propiedades agrega propiedades
contradictorias.
Como tal potencia inversora, el dinero actúa también
contra el individuo y contra los vínculos sociales, etc., que se dicen
esenciales. Transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en
amor, la virtud en vicio, el vicio en virtud, el siervo en señor, el
señor en siervo, la estupidez en entendimiento, el entendimiento en
estupidez.
Como el dinero, en cuanto concepto existente y activo del valor, confunde y
cambia todas las cosas, es la confusión y el trueque
universal de todo, es decir, el mundo invertido, la confusión y el
trueque de todas las cualidades naturales y humanas.
Aunque sea. cobarde, es valiente quien puede comprar la valentia. Como el
dinero no se cambia por una cualidad determinada, ni por una cosa o una fuerza
esencial humana determinadas, sino por la totalidad del mundo objetivo natural
y humano, desde el punto de vista de su poseedor puede cambiar cualquier
propiedad por cualquier otra propiedad y cualquier otro objeto, incluso los
contradictorios. Es la fraternización de las imposibilidades; obliga a
besarse a aquello que se contradice.
Si suponemos al hombre como hombre y a su relación con
el mundo como una relación humana, sólo se puede cambiar amor por
amor, confianza por confianza, etc. Si se quiere gozar del arte hasta ser un
hombre artísticamente educado; si se quiere ejercer influjo sobre otro
hombre, hay que ser un hombre que actúe sobre los otros de modo
realmente estimulante e incitante. Cada una de las relaciones con el hombre -y
con la naturaleza- ha de ser una exteriorización determinada de la vida
individual real que se corresponda con el objeto de la voluntad.
Si amas sin despertar amor, esto es, si tu amor, en cuanto amor, no produce
amor recíproco, si mediante una exteriorización
vital como hombre amante no te conviertes en hombre amado, tu
amor es impotente, una desgracia.
Crítica de la dialéctica hegeliana y de la filosofía de
Hegel en general
(VI) Este punto es quizá el lugar donde, para entendimiento y
justificación de lo dicho, conviene hacer algunas indicaciones; tanto
sobre la dialéctica hegeliana en general como especialmente sobre su
exposición en la Fenomenología y en la Lógica y,
finalmente, sobre la relación con Hegel del moderno movimiento
crítico.
La preocupación de la moderna crítica alemana por el contenido
del viejo mundo era tan fuerte, estaba tan absorta en su asunto, que mantuvo
una actitud totalmente acrítica respecto del método de criticar y
una plena inconsciencia respecto de la siguiente cuestión
parcialmente formal, pero realmente esencial: ¿en
qué situación nos encontramos ahora frente a la dialéctica
hegeliana? La inconsciencia sobre la relación de la crítica
moderna con la filosofía hegeliana en general y con la dialéctica
en particular era tan grande, que críticos como Strauss y Bruno Bauer
(el primero completamente, el segundo en sus Sinópticos, en los
que, frente a Strauss, coloca la «autoconciencia» del hombre
abstracto en lugar de la sustancia de la «naturaleza abstracta» e
incluso en el Cristianismo descubierto) están, al memos en
potencia, totalmente presos de la lógica hegeliana. Así, por
ejemplo, se dice en el Cristianismo descubierto: «Como si la
autoconciencia, al poner el mundo, la diferencia, no se produjera a sí
misma al producir su objeto, pues ella suprime de nuevo la diferencia de lo
producido con ella misma, pues ella sólo en la producción y el
movimiento es ella misma; como si no tuviera en este movimiento su
finalidad», etc., o bien: «Ellos (los materialistas franceses) no han
podido ver aún que el movimiento del universo sólo como
movimiento de la autoconciencia se ha hecho real para sí y ha llegado a
la unidad consigo mismo». Expresiones que ni siquiera en la
terminología muestran una diferencia respecto de la concepción
hegeliana, sino que más bien la repiten literalmente.
(XII) Hasta que punto era escasa en el acto de la critica (Bauer, Los
sinópticos) la conciencia de su relación con la
dialéctica hegeliana, hasta qué punto esta conciencia no
aumentó incluso después del acto de la crítica material es
cosa que prueba Bauer cuando en su Buena causa de la libertad rechaza la
indiscreta pregunta del señor Gruppe: «¿Qué hay de la
lógica?)», remitiéndola a los críticos futuros.
Pero incluso ahora, después de que Feuerbach (tanto en Sus
«Tesis de los Anekdota» como, detalladamente, en la
Filosofía del futuro) ha demolido el núcleo de la
vieja dialéctica y la vieja filosofía; después de que, por
el contrario, aquella critica que no había sido capaz de realizar el
hecho, lo vio consumado y se proclamó crítica pura, decisivo,
absoluta, llegada a claridad consigo misma; después de que, en su
orgullo espiritualista, redujo el movimiento histórico todo a la
relación del mundo (que frente a ella cae bajo la categoría de
«masa») con ella misma y ha disuelto todas las contradicciones
dogmáticas en la única contradicción
dogmática de su propia agudeza con la estupidez del mundo, del Cristo
crítico con la Humanidad como el «montón»,
después de haber probado, día tras día y hora tras hora,
su propia excelencia frente a la estupidez de la masa; después de que,
por último, ha anunciado el juicio final crítico,
proclamando que se acerca el día en que toda la decadente humanidad se
agrupará ante ella y será por, ella dividida en grupos,
recibiendo cada montón su testimonium paupertatis;
después de haber hecho imprimir su superioridad sobre los sentimientos
humanos y sobre el mundo, sobre el cual, tronando en su orgullosa soledad,
sólo deja caer, de tiempo en tiempo, la risa de los dioses
olímpicos desde sus sarcásticos labios; después de todas
estas divertidas carantoñas del idealismo (del neohegalianismo) que
expira en la forma de la crítica, éste no ha expresado ni
siquiera la sospecha de tener que explicarse críticamente con su madre,
la dialéctica hegeliana, así como tampoco ha sabido dar una
indicación crítica sobre la dialéctica de Feuerbach. Una
actitud totalmente acrítica para consigo mismo.
Feuerbach es el único que tiene respecto de la dialéctica
hegeliana una actitud seria, crítica, y el único que ha
hecho verdaderos descubrimientos en este terreno. En general es el verdadero
vencedor de la vieja filosofía. Lo grande de la aportación y la
discreta sencillez con que Feuerbach la da al mundo están en
sorprendente contraste con el comportamiento contrario.
La gran hazaña de Feuerbach es:
1) La prueba de que la Filosofía no es sino la Religión puesta
en ideas y desarrollada discursivamente; que es, por tanto, tan condenable como
aquélla y no representa sino otra forma, otro modo de existencia de la
enajenación del ser humano.
2) La fundación del verdadero materialismo y de la
ciencia real, en cuanto que Feuerbach hace igualmente de la
relación social «del hombre al hombre» el principio
fundamental de la teoría'.
3) En cuanto contrapuso a la negación de la negación que
afirma ser lo positivo absoluto lo positivo que descansa sobre él mismo
y se fundamenta positivamente a si mismo.
Feuerbach explica la dialéctica hegeliana (fundamentando con ello el
punto de partida de lo positivo, de sensiblemente cierto) del siguiente
modo:
Hegel parte de la enajenación (lógicamente de lo infinito, de
lo universal abstracto) de la sustancia, de la abstracción absoluta y
fijada; esto es, dicho en términos populares, parte de la
Religión y de la Teología.
Segundo. Supera lo infinito, pone lo verdadero, lo sensible, lo real,
lo finito, lo particular (Filosofía, superación de la
Religión y de la Teología),
Tercero. Supera de nuevo lo positivo, restablece nuevamente la
abstracción, lo infinito; restablecimiento de la religión y de la
Teología.
Feuerbach concibe la negación de la negación
sólo como contradicción de la Filosofía consigo
misma; como la Filosofía que afirma la Teología (trascendencia,
etc.) después de haberla negado; que la afirma en oposición a
sí misma.
La posición o autoafirmación y autoconfirmación que
está implícita en la negación de la negación es
concebida como una posición no segura aún de sí misma,
lastrada por ello de su contrario, dudosa de si misma y por ello necesitada de
prueba, que no se prueba, pues, a si misma mediante su existencia; como una
posición inconfesada (XIII) y a la que, por ello, se le contrapone,
directa e inmediatamente, la posición sensorialmente cierta,
fundamentada en si misma.
Pero en cuanto que Hegel ha concebido la negación de la
negación, de acuerdo con el aspecto positivo en ella implícito,
como lo verdadero y único positivo y, de acuerdo con el aspecto negativo
también implícito, como el único acto verdadero y acto de
autoafirmación de todo ser, sólo ha encontrado la
expresión abstracta, lógica, especulativa
para el movimiento de la Historia, que no es aún historia real
del hombre como sujeto presupuesto, sino sólo acto
genérico del hombre, historia del nacimiento del hombre.
Explicaremos tanto la forma abstracta como la diferencia que este movimiento
tiene el Hegel en oposición a la moderna crítica del mismo
proceso en La Esencia del Cristianismo, de Feuerbach; o más bien,
explicaremos la forma crítica de este movimiento que en Hegel es
aún acrítico.
Una ojeada al sistema hegeliano. Hay que comenzar con la
Fenomenología hegeliana, fuente verdadera y secreto de la
Filosofía hegeliana.
Fenomenología
A) La autoconciencia
I. Conciencia a) Certeza sensorial o lo esto y lo
mío b) La percepción o la cosa con sus propiedades
y la ilusión. c) Fuerza y entendimiento, fenómeno y mundo
suprasensible.
II. Autoconciencia. La verdad de la certeza de sí mismo. a)
Dependencia e independencia de la autoconciencia, señorío y
vasallaje. b) Libertad de la autoconciencia. Estoicismo, escepticismo, la
conciencia desventurada.
III. Razón. Certeza y verdad de la razón. Razón
observadora; observación de la naturaleza y de la autoconciencia. b)
Realización de la autoconciencia racional mediante ella misma. El goce y
la necesidad. La ley de corazón y el delirio de la presunción. La
virtud y el curso del mundo. c) La individualidad que es real en sí y
para si. El reino animal del espíritu y el fraude o la cosa misma. La
razón legisladora. La razón examinadora de leyes.
B) El espíritu
I. El verdadero espíritu: la ética. II. El
espíritu enajenado de sí, la cultura. III. El espíritu
seguro de si mismo, la moralidad.
C) La Religión
Religión natural, religión estética, religión
revelada.
D) El saber absoluto
Cómo la Enciclopedia de Hegel comienza con la lógica,
con el pensamiento especulativo puro, y termina con el saber absoluto,
con el espíritu autoconsciente, que se capta a sí mismo,
filosófico, absoluto, es decir, con el espíritu sobrehumano
abstracto, la Enciclopedia toda no es más que la esencia
desplegada del espíritu filosófico, su
autoobjetivación. El espíritu filosófico no es a su vez
sino el enajenado espíritu del mundo que piensa dentro de su
autoenajenación, es decir, que se capta a sí mismo en forma
abstracta. La lógica es el dinero del espíritu, el
valor pensado; especulativo, del hombre y de la naturaleza; su
esencia que se ha hecho totalmente indiferente a toda determinación real
y es, por tanto, irreal; es el pensamiento enajenado que por ello
hace abstracción de la naturaleza y del hombre real; el pensamiento
abstracto. La exterioridad de este pensamiento
abstracto... La naturaleza tal como es para este pensamiento
abstracto; ella es exterior a él, la pérdida de sí mismo;
y él la capta también externamente, como pensamiento abstracto,
pero como pensamiento abstracto enajenado; finalmente, el espíritu,
este pensamiento que retorna a su propia cuna, que como espíritu
antropológico, fenomenológico, psicológico, moral,
artistico-religioso, todavía no vale para al mismo hasta que, por
último, como saber
absoluto, se encuentra y relaciona consigo mismo en el espíritu
ahora absoluto, es decir, abstracto, y recibe su existencia consciente, la
existencia que le corresponde, pues su existencia real es la
abstracción.
Un doble error en Hegel.
El primero emerge de la manera más clara en la
Fenomenología, como cuna de la Filosofía hegeliana. cuando
él concibe, por ejemplo, la riqueza, el poder estatal, etcétera,
como esencias enajenadas para el ser humano, esto sólo se produce
en forma especulativa... Son entidades ideales y por ello simplemente un
extrañamiento del pensamiento filosófico puro; es decir,
abstracto. Todo el movimiento termina así con el saber absoluto. Es
justamente del pensamiento abstracto de donde estos objetos están
extrañados y es justamente al pensamiento abstracto al que se enfrentan
con su pretensión de realidad. El filósofo (una forma
abstracta, pues, del hombre enajenado) se erige en medida del mundo
enajenado. Toda la historia de la enajenación y
toda la revocación de la enajenación no es así sino
la historia de la producción del pensamiento abstracto, es
decir, absoluto (Vid. página XIII) (XVII), del pensamiento lógico
especulativo. El extrañamiento, que constituye, por tanto, el
verdadero interés de esta enajenación y de la supresión de
esta enajenación, es la oposición de en si y para si, de
conciencia y autoconciencia, de objeto y sujeto, es decir, la
oposición, dentro del pensamiento mismo, del pensamiento abstracto y la
realidad sensible o lo sensible real. Todas las demás oposiciones y
movimientos de estas oposiciones son sólo la apariencia, la
envoltura, la forma esotérica de estas oposiciones, las
únicas interesantes, que constituyen el sentido de las restantes
profanas oposiciones. Lo que pasa por esencia establecida del
extrañamiento y lo que hay que superar no es el hecho de que el ser
humano se objetive de forma humana, en oposición a si
mismo, sino el que se objetive a diferencia de y en
oposición al pensamiento abstracto.
(XVIII) La apropiación de las fuerzas esenciales humanas, convertidas
en objeto, en objeto enajenado, es pues, en primer lugar, una
apropiación que se opera sólo en la conciencia, en
el pensamiento puro, es decir, en la abstracción,
la apropiación de objetos como pensamientos y movimientos
del pensamiento, por esto, ya en la Fenomenología (pese a
su aspecto totalmente negativo y crítico, y pese a la crítica
real en ella contenida, que con frecuencia se adelanta mucho al desarrollo
posterior) está latente como germen, como potencia, está presente
como un misterio, el positivismo acrítico y el igualmente
acrítico idealismo de las obras posteriores de Hegel, esa
disolución y restauración filosóficas de la empirie
existente. En segundo lugar. La reivindicación del mundo
objetivo para el hombre (por ejemplo, el conocimiento de la conciencia sensible
no es una conciencia sensible abstracta, sino una conciencia
sensible humana; el conocimiento de que la Religión, la riqueza,
etc., son sólo la realidad enajenada de la objetivación
humana, del as fuerzas esenciales humanas nacidas para la
acción y, por ello, sólo el camino hacia la verdadera
realidad humana), esta apropiación o la inteligencia de este
proceso se presenta así en Hegel de tal modo que la sensibilidad,
la Religión, el poder del Estado, etc., son esencias
espirituales, pues sólo el espíritu, es la
verdadera esencia del hombre, y la verdadera forma del espíritu
es el espíritu pensante, el espíritu lógico, especulativo.
La humanidad de la naturaleza y de la naturaleza producida por la
historia, de los productos del hombre, se manifiesta en que ellos son
productos del espíritu abstracto y, por tanto y en esa misma
medida, momentos espirituales, esencias pensadas. La
Fenomenología es la crítica oculta, oscura aun para si
misma y mistificadora; pero en cuanto retiene el extrañamiento
del hombre (aunque el hombre aparece sólo en la forma del
espíritu) se encuentran ocultos en ella todos los elementos de la
crítica y con frecuencia preparados y elaborados de un modo que
supera ampliamente el punto de vista hegeliano. La «conciencia
desventurada», la «conciencia honrada», la lucha de la
«conciencia noble y la conciencia vil», etc., estas secciones sueltas
contienen (pero en forma enajenada) los elementos críticos de
esferas enteras como la Religión, el Estado, la; Pida civil, etc.
Así como la esencia, el objeto, aparece como esencia pensada, así
el sujeto es siempre conciencia o autocociencia; o mejor, el
objeto aparece sólo como conciencia abstracta, el hombre
sólo como autoconciencia; la diversas formas del
extrañamiento que allí emergen son, por esto, sólo
distintas formas de la conciencia y de la autoconciencia. Como la conciencia
abstracta en si (el objeto es concebido como tal) es simplemente un
momento, de diferenciación de la autoconciencia, así
también surge como resultado del movimiento la identidad de la
autoconciencia con la conciencia, el saber absoluto, el movimiento del
pensamiento abstracto que no va ya hacia fuera, sino sólo dentro de si
mismo; es decir, el resultado es la dialéctica del pensamiento puro.
(XXIII) Lo grandiosa de la Fenomenología hegeliana y de su
resultado final (la dialéctica de la negatividad como principio motor y
generador) es, pues, en primer lugar, que Hegel concibe la
autogeneración del hombre como un proceso, la objetivación como
desobjetivación: como enajenación y como supresión de esta
enajenación; que capta la esencia del trabajo y concibe el hombre
objetivo, verdadero porque real, como resultado de su propio trabajo. La
relación real, activa, del hombre consigo mismo como ser
genérico, o su manifestación de sí como un ser
genérico general, es decir, como ser humano, sólo es posible
merced a que el realmente exterioriza todas sus fuerzas
genéricas (lo cual, a su vez, sólo es posible por la
cooperación de los hombres, como resultado de la historia) y se comporta
frente a ellas como frente a objetos (lo que, a su vez, sólo es posible
de entrada en la forma del extrañamiento).
Expondremos ahora detalladamente la unilateralidad los limites de Hegel a la
luz del capítulo final de la Fenomenología, el saber
absoluto: un capítulo que contiene tanto el espíritu condensado
de la Fenomenología, su relación con la dialéctica
especulativa, como la conciencia de Hegel sobre ambos y sobre su
relación recíproca.
De momento, anticiparemos sólo esto: Hegel se coloca en el punto de
vista de la Economía Política moderna. Concibe el trabajo
como la esencia del hombre, que se prueba a si misma; él
sólo ve el aspecto positivo del trabajo, no su aspecto negativo. El
trabajo es el devenir para sí del hombre dentro de la
enajenación o como hombre enajenado. El único trabajo que
Hegel conoce y reconoce es el abstracto espiritual. Lo que, en general,
constituye la esencia de la Filosofía, la enajenación
del hombre que se conoce, o la ciencia enajenada
que se piensa, lo capta Hegel como esencia del trabajo y por eso puede,
frente a la filosofía precedente, reunir sus diversos momentos,
presentar su Filosofía como la Filosofía. Lo que los otros
filósofos hicieron (captar momentos aislados de la naturaleza y de la
vida humana con momentos de la autoconciencia o, para ser precisos, de la
autoconciencia abstracta) lo sabe Hegel como el hacer de la
Filosofía, por eso su ciencia es absoluta.
Pasemos ahora a nuestro tema.
El saber absoluto. Capítulo final de la Fenomenología
La cuestión fundamental es que el objeto de la
conciencia no es otra cosa que la autoconciencia, o que el objeto
no es sino la autoconciencia objetivada, la autoconciencia como
objeto (poner al hombre = autoconciencia).
Importa, pues, superar el objeto de la conciencia. La
objetividad como tal es una relación enajenada del hombre, una
relación que no corresponde a la esencia humana, a la
autoconciencia. La reapropiación de la esencia objetiva del
hombre, generada como extraña bajo la determinación del
extrañamiento, no tiene, pues, solamente la. significación de
suprimir el extrañamiento, sino también la objetividad; es
decir, el hombre pasa por ser no objetivo, espiritualista.
El movimiento de la superación del objeto de la
conciencia lo describe Hegel del siguiente modo:
El objeto no se muestra únicamente (esta es, según
Hegel, la concepción unilateral -que capta una sola cara- de
aquel movimiento) como retornando al si mismo. El hombre es puesto como
igual al si mismo. Pero el si mismo no es sino el hombre abstractamente
concebido y generado mediante la abstracción. El hombre es
mismeidad. Su ojo, su oído, etc., son mismeidad; cada una de sus
fuerzas esenciales tiene en él la propiedad de la mismeidad. Pero
por eso es completamente falso decir: la autoconciencia tiene ojos,
oídos, fuerzas esenciales. La autoconciencia es más bien una
cualidad de la naturaleza humana, del ojo humano, etc., no la naturaleza humana
de la (XXIV) autoconciencia.
El si mismo abstraído y fijado para sí es el hombre como
egoísta abstracto, el egoísmo en su pura
abstracción elevado hasta el pensamiento (volveremos más tarde
sobre esto).
La esencia humana, el hombre, equivale para Hegel a
autoconciencia. Todo extrañamiento de la esencia humana no es
nada más que extrañamiento de la
autoconciencia. El extrañamiento de la conciencia no es
considerado como expresión (expresión que se refleja en el
saber y el pensar) del extrañamiento real de la humana esencia.
El extrañamiento verdadero, que se manifiesta como real, no es,
por el contrario, según su más intima y escondida esencia (que
sólo la Filosofía saca a la luz) otra cosa que el
fenómeno del extrañamiento de la esencia humana real, de
la autoconciencia. Por eso la ciencia que comprende esto se llama
Fenomenología. Toda reapropiación de la esencia objetiva
enajenada aparece así como una incorporación en la
autoconciencia; el hombre que se apodera de su esencia real no es sino la
autoconciencia que se apodera de la esencia objetiva; el retorno del objeto al
si mismo es, por tanto, la reapropiación del objeto. Expresada de
forma universal, la superación del objeto de la
autoconciencia es:
1) Que el objeto en cuanto tal se presenta a la conciencia como evanescente;
2) Que es la enajenación de la autoconciencia la que pone la coseidad;
3) Que esta enajenación no sólo tiene significado
positivo, sino también negativo, 4) Que no lo tiene
sólo para nosotros o en sí, sino también para ella;
5) Para ella [la autoconciencia] lo negativo del objeto o su
autosupresión tiene significado positivo, o lo que es lo mismo,
ella conoce esta negatividad del mismo porque ella se enajena así
misma, pues en esta enajenación ella se pone como objeto o pone
al objeto como si misma en virtud de la inseparable unidad del ser para
sí 6) De otra parte, está igualmente presente este otro
momento, a saber: que ella [la autoconciencia] ha superado y retomado en
sí misma esta enajenación y esta objetividad, es decir, en
su ser otro como tal está junto a sí; 7)
Este es el movimiento de la conciencia y ésta es, por ella, la totalidad
de sus momentos; 8) Ella [la autoconciencia] tiene que comportarse con el
objeto según la totalidad de sus determinaciones tiene que haberlo
captado, así, según cada una de ellas. Esta totalidad de sus
determinaciones lo hace en sí esencia espiritual y para la
conciencia se hace esto verdad por la aprehensión de cada una de ellas
[las determinaciones] en particular como el al mismo o por el antes
mencionado comportamiento espiritual hacia ellas.
Ad. 1) El que el objeto como tal se presente ante la conciencia como
evanescente es el antes mencionado retorno del objeto al si
mismo.
Ad. 2) La enajenación de la autoconciencia pone la
coseidad. Puesto que el hombre=autoconciencia, su esencia objetiva
enajenada, o la coseidad (lo que para él es objeto, y solo
es verdaderamente objeto para él aquello que le es objeto esencial, es
decir, aquello que es su esencia objetiva. Ahora bien, puesto que no se
hace sujeto al hombre real como tal y, por tanto, tampoco a la
naturaleza -el hombre es la naturaleza humana- sino sólo a
la abstracción del hombre, a la autoconciencia, la coseidad sólo
puede ser la autoconciencia enajenada), equivale a la autoconciencia
enajenada y la coseidad es puesta por esta enajenación. Es
completamente natural que un ser vivo, natural, dotado y provisto de fuerzas
esenciales objetivas, es decir, materiales, tenga objetos reales,
naturales, de su ser, así como que su autoenajenación sea el
establecimiento de un mundo real, objetivo, pero bajo la forma de la
exterioridad, es decir, no perteneciente a su ser y dominándolo.
No hay nada inconcebible o misterioso en ello. Mas bien seria misterioso lo
contrario. Pero igualmente claro es que una autoconciencia, es decir, su
enajenación, sólo puede poner la coseidad, es decir, una
cosa abstracta, una cosa de la abstracción y no una cosa real. Es
además (XXVI) también claro que la coseidad, por tanto, no es
nada independiente, esencial, frente a la autoconciencia, sino una
simple creación, algo puesto por ella, y lo puesto, en lugar de
afirmarse a sí mismo, es sólo una afirmación del acto de
poner, que por un momento fija su energía como el producto y, en
apariencia -pero sólo por un momento- le asigna un ser
independiente, real.
Cuando el hombre real, corpóreo, en pie sobre la tierra firme
y aspirando y exhalando todas las fuerzas naturales, pone sus fuerzas
esenciales reales y objetivas como objetos extraños mediante su
enajenación, el acto de poner no es el sujeto; es la
subjetividad de fuerzas esenciales objetivas cuya acción,
por ello, ha de ser también objetiva. El ser objetivo
actúa objetivamente y no actuaría objetivamente si lo objetivo no
estuviese implícito en su determinación esencial.
Sólo crea, sólo pone objetos porque él [el
ser objetivo] esta puesto por objetos, porque es de por sí naturaleza.
En el acto del poner no cae, pues, de su «actividad pura» en una
creación del objeto, sino que su producto objetivo
confirma simplemente su objetiva actividad, su actividad como actividad
de un ser natural y objetivo.
Vemos aquí cómo el naturalismo realizado, o humanismo, se
distingue tanto del idealismo como del materialismo y es, al mismo tiempo, la
verdad unificadora de ambos. Vemos, también, cómo sólo el
naturalismo es capaz de comprender el acto de la historia universal.
El hombre es inmediatamente ser natural. Como ser
natural, y como ser natural vivo, está, de una parte dotado de
fuerzas naturales, de fuerzas vitales, es un ser natural
activo; estas fuerzas existen en él como talentos y capacidades,
como impulsos; de otra parte, como ser natural, corpóreo,
sensible, objetivo es, como el animal y la planta, un ser paciente,
condicionado y limitado; esto es, los objetos de sus impulsos existen fuera de
él. en cuanto objetos independientes de él, pero estos
objetos los son objetos de su necesidad, indispensables y
esenciales para el ejercicio y afirmación de sus fuerzas esenciales. El
que el hombre sea un ser corpóreo con fuerzas naturales, vivo,
real, sensible, objetivo, significa que tiene como objeto de su ser, de su
exteriorización vital objetos reales, sensibles, o que
sólo en objetos reales sensibles, puede exteriorizar su vida.
Ser objetivo natural sensible, es lo mismo que tener fuera de si objeto,
naturaleza, sentido, o que ser para un tercero objeto; naturaleza, sentido. El
hambre es una necesidad natural; necesita, pues, una
naturaleza fuera de si, un objeto fuera de si, para satisfacerse,
para calmarse. El hambre es la necesidad objetiva que un cuerpo tiene de un
objeto que está fuera de él y es indispensable para su
integración y exteriorización esencial. El sol es el
objeto de la planta, un objeto indispensable para ella, confirmador de
su vida, así como la planta es objeto del sol, como
exteriorización de la fuerza vivificadora del sol, de la fuerza
esencial objetiva del so.
Un ser que no tiene su naturaleza fuera de sí no es un ser
natural, no participa del ser de la naturaleza. Un ser que no tiene
ningún objeto fuera de si no es un ser objetivo. Un ser que no es, a su
vez, objeto para un tercer ser no tiene ningún ser como objeto
suyo, es decir, no se comporta objetivamente, su ser no es objetivo.
XXVII Un ser no objetivo es un no ser, un absurdo.
Suponed un ser que ni es él mismo objeto ni tiene un objeto. Tal ser
seria, en primer lugar, el único ser, no existiría
ningún ser fuera de él, existiría único y solo.
Pues tan pronto hay objetos fuera de mí, tan pronto no estoy solo, soy
un otro, otra realidad que el objeto fuera de mi. Para este tercer
objeto yo soy, pues, otra realidad que él, es decir, soy
su objeto. Un ser que no es objeto de otro ser supone, pues, que no
existe ningún ser objetivo. Tan pronto como yo tengo un objeto,
este objeto me tiene a mi como objeto. Pero un ser no objetivo es un ser
irracional, no sensible, sólo pensado, es decir, solo imaginado, un ente
de abstracción. Ser sensible, es decir, ser real, es ser objeto
de los sentidos, ser objeto sensible, en consecuencia, tener objetos
sensibles fuera de sí, tener objetos de su sensibilidad. Ser sensible es
ser paciente.
El hombre como ser objetivo sensible es por eso un ser paciente, y
por ser un ser que siente su pasión un ser apasionado. La
pasión es la fuerza esencial del hombre que tiende enérgicamente
hacia su objeto.
El hombre, sin embargo, no es sólo ser natural, sino ser natural
humano, es decir, un ser que es para si, que por ello es ser
genérico, que en cuanto tal tiene que afirmarse: y confirmarse
tanto en su ser como en su saber. Ni los objetos humanos son, pues, los
objetos naturales tal como se ofrecen inmediatamente, ni el sentido
humano, tal como inmediatamente es, tal como es objetivamente, es
sensibilidad humana, objetividad humana. Ni objetiva ni subjetivamente
existe la naturaleza inmediatamente ante el ser humano en forma
adecuada; y como todo lo natural tiene que nacer, también el
hombre tiene su acto de nacimiento, la historia, que, sin embargo, es
para él una historia sabida y que, por tanto, como acto de nacimiento
con conciencia, es acto de nacimiento que se supera a si mismo. La historia es
la verdadera Historia Natural del hombre (a esto hay que volver).
En tercer lugar, por ser este mismo acto de poner la coseidad sólo
una apariencia, un acto que contradice la' esencia de la pura actividad, ha de
ser a su vez superado y negada la coseidad.
Ad. 3, 4, 5, 6: 3º) Esta enajenación de la conciencia no tiene
solamente significado negativo, sino también positivo y,
4º, este significado positivo no sólo para nosotros o en
sí, sino para ella, para la conciencia misma. 5) Para ella
lo negativo del objeto o la autosuperación de éste tiene un
significado positivo o, en otros términos, ella conoce
esta negatividad del mismo porque ella se enajena a si misma, pues en
esta enajenación ella se conoce como objeto o conoce al objeto,
merced a la inseparable unidad del ser -para- sí, como sí misma.
6) De otra parte, está aquí implícito
simultáneamente el otro momento: que ella, igualmente, ha superado y
retomado en si esta enajenación y objetividad, y que así en su
ser otro como tal está junto a sí.
Hemos ya visto que la apropiación del ser objetivo enajenado o la
superación de la objetividad bajo la determinación de la
enajenación (que ha de progresar desde la extrañeza indiferente
hasta el real extrañamiento hostil) tiene para Hegel igualmente, o
incluso principalmente, el significado de superar la objetividad, porque
en el extrañamiento lo chocante para la autoconciencia no es el
carácter determinado del objeto, sino su carácter
objetivo. El objeto es por eso un negativo, algo que se supera a sí
mismo, una negatividad. Esta negatividad del mismo no tiene para
la conciencia un significado negativo sino positivo, pues esa negatividad del
objeto es precisamente la autoconfirmación de la no-objetividad,
de la abstracción (XXVIII) de él mismo. Para la
conciencia misma, la negatividad del objeto tiene un significado
positivo porque ella conoce esta negatividad, el ser objetivo, como su
autoenajenación; porque sabe que sólo es mediante su
autoenajenación...
El modo en que la conciencia es y en que algo es para ella es el
saber. El saber es su único acto. Por esto algo es para ella en
la medida en que ella sabe este algo. Saber es su único
comportamiento objetivo. Ahora bien, la autoconciencia sabe la negatividad del
objeto, es decir, el no-ser-diferente del objeto respecto de ella, el no-ser
del objeto para ella, porque sabe al objeto como su autoenajenación, es
decir, ella se sabe (el saber como objeto) porque el objeto es sólo la
apariencia de un objeto, una fantasmagoría mentirosa, pero en su
ser no es otra cosa que el saber mismo que se ha opuesto a al mismo y por eso
se ha opuesto una negatividad, algo que no tiene ninguna objetividad
fuera del saber; o, dicho de otra forma, el saber sabe que al relacionarse con
un objeto, simplemente está fuera de sí, que se enajena,
que él mismo sólo aparece ante sí como objeto, o
que aquello que se le aparece como objeto sólo es él mismo.
De otra parte, dice Hegel, aquí está implícito, al mismo
tiempo, este otro momento: que la conciencia ha superado y retomado en si esta
enajenación y esta objetividad y, en consecuencia, en su ser-otro en
cuanto tal está junto a sí.
En esta disquisición tenemos juntas todas las ilusiones de la
especulación.
En primer lugar: La conciencia, la autoconciencia, está en
su ser-otro, en cuanto tal, junto a si. Por esto la autoconciencia (o si
hacemos abstracción aquí de la abstracción hegeliana y
ponemos la autoconciencia del hombre en lugar de la autoconciencia) en su
ser-otro en cuanto tal está junto a sí. Esto implica,
primeramente, que la conciencia (el saber en cuanto saber, el pensar en cuanto
pensar) pretende ser lo otro que ella misma, pretende ser sensibilidad,
realidad, vida: el pensamiento que se sobrepasa en el pensamiento (Feuerbach).
Este aspecto está contenido aquí en la medida en que la
conciencia, sólo como conciencia, no se siente repelida por la
objetividad extrañada, sino por la objetividad como tal.
En segundo lugar, esto implica que el hombre autoconsciente, que ha
reconocido y superado como autoenajenación el mundo espiritual (o la
existencia espiritual universal de su mundo), lo confirma, sin embargo,
nuevamente en esta forma enajenada y la presenta como su verdadera existencia,
la restaura, pretende estar junto a si en su ser-otro en cuanto tal. Es
decir, tras la superación, por ejemplo, de la Religión, tras
haber reconocido la Religión como un producto de la
autoenajenación, se encuentra, no obstante, confirmado en la
Religión en cuanto Religión. Aquí
está la raíz del falso positivismo de Hegel o de su
solo aparente criticismo; lo que Feuerbach llama poner, negar y restaurar la
Religión o la Teología, pero que hay que concebir de modo
más general. La razón está, pues, junto a sí en la
sinrazón como sinrazón. El hombre que ha reconocido que en el
Derecho, la Política, etc. lleva una vida enajenada, lleva en esta vida
enajenada, en cuanto tal, su verdadera vida humana. La autoafirmación,
la autoconfirmación en contradicción consigo mismo, tanto
con el saber como con el ser del objeto, es el verdadero saber y la
vida verdadera.
Así, no puede hablarse más que de una acomodación de
Hegel a la Religión, al Estado, etc., pues esta mentira es la mentira de
su principio.
(XXIX) Si yo sé que la Religión es la autoconciencia
enajenada del hombre, sé confirmada en ella no mi autoconciencia, sino
mi autoconciencia enajenada. Sé, por consiguiente, que mi yo mismo, la
autoconciencia correspondiente a mi esencia, no se confirma en la
Religión, sino más bien en la Religión superada,
aniquilada.
Así en Hegel la negación de la negación no es la
confirmación de la esencia verdadera mediante la negación del ser
aparente, sino la confirmación del ser aparente o del ser
extrañado de sí en su negación; o la negación de
este ser aparente como un ser objetivo que mora fuera del hombre y es
independiente de él, y su transformación en sujeto.
Un papel peculiar juega en ello el superar, en el que están
anuladas la negación y la preservación, la
afirmación.
Así, por ejemplo, en la Filosofía del Derecho de Hegel,
el Derecho Privado superado es igual a Moral, la moral
superada igual a familia, la familia superada igual a Sociedad
civil, la sociedad civil superada igual a Estado, el Estado superado
igual a Historia Universal. En la realidad siguen en pie
Derecho privado, moral, familia, sociedad civil, Estado, etc., sólo que
se han convertido en momentos, en existencias y modos de existir del
hombre que carecen de validez aislados, que se disuelven y se engendra
recíprocamente, etc. Momentos del Movimiento.
En su existencia real, esta su esencia móvil está
oculta. Sólo en el pensar, en la Filosofía, se hace patente, se
revela, y por eso mi verdadera existencia religiosa es mi existencia
filosófica-religiosa, mi verdadera existencia política es
mi existencia filosófico-jurídica, mi verdadera
existencia natural es mi existencia filosófico-natural, mi
verdadera existencia artística la existencia
filosófico-artística, mi verdadera existencia humana es mi
existencia filosófica. Del mismo modo, la verdadera existencia de
la Religión, el Estado, la naturaleza, el arte, es la
Filosofía de la Religión, de la naturaleza, del Estado,
del arte. Pero si para mí la verdadera existencia de la Religión,
etcétera, es únicamente la Filosofía de la
Religión, sólo soy verdaderamente religioso como
Filósofo de la Religión y niego así la religiosidad
real y el hombre realmente religioso. No obstante, al mismo
tiempo los confirmo, en parte, dentro de mi propia existencia o de la
existencia ajena que les opongo, pues ésta es simplemente la
expresión filosófica de aquéllos, y en parte en su
peculiar forma originaria, pues ellos valen para mi como el meramente
aparente ser otro, como alegorías, como formas, ocultas bajo
envolturas sensibles, de su verdadera existencia, es decir, de mi existencia
filosófica.
Del mismo modo, la cualidad superada es igual a cantidad, la
cantidad superada igual a medida, la medida superada igual a
esencia, la esencia superada igual a fenómeno, el
fenómeno superado igual a realidad, la realidad superada igual a
concepto, el concepto superado igual a objetividad, la
objetividad superada igual a idea absoluta, la idea absoluta
superada igual a naturaleza, la naturaleza superada igual a
espíritu subjetivo, el espíritu subjetivo superado igual a
espíritu objetivo, ético, el espíritu ético
superado igual a arte, el arte superado igual a Religión,
la Religión superada igual a saber absoluto.
De un lado, este superar es un superar del ser pensado, y así la
propiedad privada pensada se supera en la idea de la moral. Y
como el pensamiento imagina ser inmediatamente lo otro que sí mismo,
realidad sensible y como, en consecuencia, también su
acción vale para él como acción real sensible, este
superar pensante, que deja intacto su objeto en la realidad, cree haberlo
sobrepasado realmente. De otro lado, como el objeto es ahora para él
momento de pensamiento, también en su realidad vale para él como
confirmación de él mismo, de la autoconciencia, de la
abstracción.
(XXX) Por tanto, de una parte, las existencias que Hegel supera en la
Filosofía no son la Religión, el Estado o la Naturaleza
reales, sino la Religión misma ya como objeto del saber, es
decir, la dogmática, y así también la
jurisprudencia, la ciencia del Estado, la ciencia
natural. De una parte, pues, está en oposición tanto al
ser real como a la ciencia inmediata, no filosófica o al
concepto no filosófico de este ser. Contradice, por tanto, los
conceptos usuales de estas ciencias.
De otra parte el hombre religioso, etc., puede encontrar en Hegel su
confirmación final.
Hay que resumir ahora los momentos positivos de la dialéctica
hegeliana, dentro de la determinación del extrañamiento.
a) El superar como movimiento objetivo que retoma en sí
la enajenación. Es esta la visión, expresada dentro del
extrañamiento, de la apropiación de la esencia objetiva mediante
la superación de su extrañamiento, la visión enajenada de
la objetivación real del hombre, de la apropiación
real de su esencia objetiva mediante la aniquilación de la
determinación enajenada del mundo objetivo, mediante su
superación de su existencia enajenada. Del mismo modo que el
ateísmo, en cuanto superación de Dios, es el devenir del
humanismo teórico, el comunismo, en cuanto superación de la
propiedad privada, es la reivindicación de la vida humana real como
propiedad de sí misma, es el devenir del humanismo práctico, o
dicho de otra forma, el ateísmo es el humanismo conciliado consigo mismo
mediante la superación de la Religión; el comunismo es el
humanismo conciliado consigo mismo mediante la superación de la
propiedad privada. Sólo mediante la superación de esta
mediación (que es, sin embargo, un presupuesto necesario) se llega al
humanismo que comienza positivamente a partir de sí mismo, al humanismo
positivo.
Pero ateísmo y comunismo no son ninguna huida, ninguna
abstracción, ninguna perdida del mundo objetivo engendrado por el
hombre, de sus fuerzas esenciales nacidas para la objetividad; no son una
indigencia que retorna a la simplicidad antinatural no desarrollada. Son, por
el contrario y por primera vez, el devenir real, la realización, hecha
real para el hombre, de su esencia, y de su esencia como algo real.
Al captar el sentido positivo de la negación referida a
sí misma (aunque de nuevo lo haga en forma enajenada) Hegel entiende el
extrañamiento, respecto de si mismo, la enajenación esencial, la
desobjetivación y desrealización del hombre, como un ganarse a si
mismo, como manifestación esencial, como objetivación, como
realización. En resumen, aprehende (dentro de la abstracción) el
trabajo como acto autogenerador del hombre, el relacionarse consigo
mismo como un ser extraño, y su manifestarse como un ser extraño,
como conciencia genérica y vida genérica en
devenir.
b) En Hegel (a pesar del absurdo ya señalado, o más bien a
consecuencia de él) este acto aparece, sin embargo, en primer lugar,
como acto puramente formal porque abstracto, porque el ser humano mismo
sólo tiene valor como ser abstracto pensante, como
autoconciencia; en segundo lugar, como la aprehensión es formal y
abstracta, la superación de la enajenación se convierte en
una confirmación de la enajenación o, dicho de otra forma, para
Hegel ese movimiento de autogeneración, de
autoobjetivación como autoenajenación y
autoextrañamiento, es la manifestación absoluta de la
vida humana y por eso la definitiva, la que constituye su propia meta y se
satisface en si, la que toca a su esencia.
En su forma abstracta (XXXI), como dialéctica, este movimiento pasa
así por la vida verdaderamente humana pero como esta verdadera
vida humana es una abstracción, un extrañamiento de la vida
humana, esa vida es considerada como proceso divino, pero como el
proceso divino del hombre; un proceso que recorre la esencia misma del hombre
distinta de él, abstracta, pura, absoluta.
En tercer lugar: Este proceso ha de tener un portador, un sujeto;
pero el sujeto sólo aparece en cuanto resultado; este resultado, el
sujeto que se conoce como autoconciencia absoluta, es por tanto el Dios,
el espíritu absoluto, la idea que se conoce y se
afirma. El hombre real y la naturaleza real se convierten simplemente en
predicados, en símbolos de este irreal hombre escondido y de esta
naturaleza irreal. Sujeto y predicado tienen así el uno con el otro una
relación de inversión absoluta sujeto-objeto
místico o subjetividad que trasciende del objeto, el
sujeto absoluto como un proceso, como sujeto que se
enajena y vuelve a sí de la enajenación, pero que, al mismo
tiempo, la retoma en sí; el sujeto como este proceso; el puro,
incesante girar dentro de sí.
Primero. Concepción formal y abstracta del acto
de autogeneración o autoobjetivación del hombre.
El objeto enajenado, la realidad esencial enajenada del hombre no son nada
más (puesto que Hegel identifica entre y autoconciencia) que
conciencia, simplemente la idea del extrañamiento, su
expresión abstracta y por ello irreal y carente de contenido, la
negación. Igualmente, la superación de la
enajenación no es por tanto nada más que una superación
abstracta y carente de contenido de esa vacía abstracción, la
negación de la negación. La actividad plena de
contenido viva, sensible y concreta de la autoobjetivación se convierte
así en su pura abstracción, en negatividad
absoluta; una abstracción que, a su vez, es fijada como tal y
pensada como una actividad independiente, como la actividad por antonomasia.
Como esta llamada negatividad no es otra cosa que la forma abstracta,
carente de contenido, de aquel acto vivo, real, su contenido sólo
puede ser un contenido formal, generado por la abstracción de
todo contenido. Se trata, pues, de las formas generales y abstractas
de la abstracción, propias de todo contenido y, en consecuencia,
indiferentes respecto de cualquier contenido y válidas para cualesquiera
de ellos; son las formas de pensar, las categorías lógicas
desgarradas del espíritu real y de la real naturaleza.
(Más adelante desarrollaremos el contenido lógico de la
negatividad absoluta.)
Lo positivo, lo que Hegel ha aportado aquí (en su lógica
especulativa) es que, al ser los conceptos determinados las formas
fijas y generales del pensar, en su independencia frente a la
naturaleza y el espíritu, un resultado necesario del
extrañamiento universal del ser humano y, por tanto, del pensamiento
humano, Hegel las ha expuesto y resumido como momentos del proceso de
abstracción. Por ejemplo, el ser superado es esencia, la esencia
superada concepto, el concepto superado... idea absoluta. ¿Pero qué
es la idea absoluta? Ella se supera, a su vez, a sí misma si no quiere
recorrer de nuevo y desde el principio todo acto de la abstracción y no
quiere contentarse con ser una totalidad de abstracciones o la
abstracción que se aprehende a al misma. Pero la abstracción que
se aprehende como abstracción se conoce como nada; tiene que abandonarse
a si misma, a la abstracción, y llega así junto a un ser que es
justamente su contrario, junto a la naturaleza. La lógica toda
es la prueba de que el pensamiento abstracto no es nada para si, de que la idea
absoluta de por sí no es nada, que únicamente la
naturaleza es algo.
(XXXII) La idea absoluta, la idea abstracta, que
«considerada en su unidad consigo es
contemplación» (Hegel, Enciclopedia 3ª de.,
pág. 222), que «en la absoluta verdad de sí misma se
resuelve a dejar salir libremente de sí el momento de su
particularidad o de la primera determinación y ser-otro, la idea
inmediata como reflejo suyo; que se resuelve a hacerse salir de si
misma como Naturaleza» (I. c.), toda esta idea que se
comporta de forma tan extraña y barroca y ha ocasionado a los hegelianos
increíbles dolores de cabeza, no es, a fin de cuentas, sino la
abstracción, es decir, el pensador abstracto. Es la
abstracción que, aleccionada por la experiencia e ilustrada sobre su
verdad, se resuelve, bajo ciertas condiciones (falsas y todavía
también abstractas) a abandonarse y a poner su ser-otro, lo
particular, lo determinado, en lugar de su ser-junto-a-sí, de su no ser,
de su generalidad y su indeterminación. Se resuelve a dejar salir
libremente fuera de sí la Naturaleza, que escondía en si solo
como abstracción, como cosa de pensamiento. Es decir, se resuelve a
abandonar la abstracción y a contemplar por fin la naturaleza
liberada de ella. La idea abstracta, que se convierte inmediatamente en
contemplación, no es en realidad otra cosa que el pensamiento
abstracto que renuncia a sí mismo y se resuelve a la
contemplación. Todo este tránsito de la
Lógica a la Filosofía de la Naturaleza no es sino
el tránsito (de tan difícil realización para el pensador
abstracto, que por eso lo describe en forma tan extravagante) de la
abstracción a la contemplación. El sentido
místico que lleva al filósofo del pensar abstracto al
contemplar es el aburrimiento, la nostalgia de un contenido.
(El hombre extrañado de si mismo es también el pensador
extrañado de su esencia, es decir, de la esencia natural y
humana. Sus pensamientos son, por ello, espíritus que viven fuera de la
Naturaleza y del hombre. En su Lógica, Hegel ha encerrado juntos
todos estos espíritus y ha comprendido a cada uno de ellos, en primer
lugar, como negación, es decir, como enajenación del
pensar humano, después como negación de la negación, es
decir, como superación de esta enajenación, como verdadera
exteriorización del pensar humano; pero, presa ella misma aun en el
extrañamiento, esta negación de la negación es, en parte,
la restauración de estos espíritus en el extrañamiento, en
parte la fijación en el último acto, el
relacionarse-consigo-mismos en la enajenación como existencia
verdadera de estos espíritus. (Es decir, Hegel coloca en lugar de
aquella abstracción fija el acto de la abstracción que gira en
torno a sí mismo; con esto tiene ya el mérito de haber mostrado
la fuente de todos esos conceptos impertinentes, que de acuerdo con el momento
de su origen pertenecen a distintas filosofías; de haberlos reunido y de
haber creado como objeto de la crítica en lugar de una
abstracción determinada, la abstracción consumada en toda su
extensión,) (Más tarde veremos por qué Hegel separa el
pensamiento del sujeto; desde ahora está ya claro, sin embargo,
que cuando el hombre no es, tampoco su exteriorización vital puede ser
humana y, por tanto, tampoco podía concebirse el pensamiento como
exteriorización esencial del hombre como un sujeto humano y natural, con
oídos, ojos, etcétera, que vive en la sociedad, en el mundo y en
la naturaleza), en parte, y en la medida en que esta abstracción se
comprende a si misma y se aburre infinitamente de sí misma, el abandono
del pensamiento abstracto que se mueve sólo en el pensamiento y no tiene
ni ojos, ni dientes, ni orejas, ni nada, aparece en Hegel como la
decisión de reconocer a la naturaleza como esencia y dedicarse a
la contemplación.
(XXXIII). Pero también la Naturaleza tomada en abstracto para
sí, fijada en la separación respecto del hombre, no es
nada para el hombre. Es fácil entender que el pensador abstracto
que se ha decidido a la contemplación la contempla abstractamente. Como
la naturaleza yacía encerrada por el pensador en la figura, para
él mismo escondida y misteriosa, de idea absoluta, de cosa pensada,
cuando la ha puesto en libertad sólo ha liberado verdaderamente de
sí esta naturaleza abstracta (pero ahora con el significado de
que ella es el ser-otro del pensamiento, la naturaleza real, contemplada,
distinta del pensamiento), sólo ha liberado la naturaleza en cuanto cosa
pensada. O para hablar un lenguaje humano, el pensador abstracto, en su
contemplación de la naturaleza, aprende que los seres que él
quería crear de la nada, de la pura abstracción, de la divina
dialéctica, como productos puros del trabajo del pensamiento que se mece
en sí mismo y no se asoma jamás a la realidad, no son otra cosa
que abstracciones de determinaciones naturales. La naturaleza
toda le repite, pues, en forma exterior, sensible, las abstracciones
lógicas. El analiza de nuevo unas y otras abstracciones. Su
contemplación de la naturaleza es únicamente el acto
confirmatorio de su abstracción de la contemplación de la
naturaleza, el acto genético, conscientemente repetido por él, de
su abstracción. Así es, por ejemplo: el tiempo igual a la
negatividad que se relaciona consigo misma (pág. 238, 1. c.) Al devenir
superado como existencia corresponde -forma natural- el movimiento superado
como materia. La luz es la forma natural de la reflexión en
sí. El cuerpo como Luna y cometa es la forma
natural de la oposición que, según la
Lógica, es, de una parte, lo positivo que descansa sobre si
mismo, de la otra, lo negativo que descansa sobre sí mismo.
La tierra es la forma natural del fundamento lógico como
unidad negativa de los opuestos, etc.
La Naturaleza como Naturaleza, es decir, en cuanto se
distingue aun sensiblemente de aquel sentido secreto oculto en ella, la
naturaleza separada, distinta de estas abstracciones, es nada, una
nada que se confirma como nada, carece de sentido o tiene
sólo el sentido de una exterioridad que ha sido superada.
«En el punto de vista teleológico-finito se encuentra el justo
supuesto de que la Naturaleza no tiene en sí misma el en absoluto»
(pág. 225).
Su fin es la confirmación de la abstracción. «La Naturaleza
se ha revelado como la idea en la forma del ser otro.
Puesto que la idea es, así, lo negativo de sí misma o
exterior a sí misma, la naturaleza no es exterior
sólo frente a esta idea, sino que la exterioridad constituye la
determinación en la cual ella es en cuanto naturaleza»
(página 227)
No hay que entender aquí la exterioridad como
sensibilidad que se exterioriza, abierta a la luz y al
hombre sensible. Esta exterioridad hay que tomarla aquí en el sentido de
la enajenación, de una falta, de una imperfección que no
debía ser. Pues lo verdadero es siempre la idea. La naturaleza es
únicamente la forma de su ser-otro. Y como quiera que el
pensamiento abstracto es la esencia, lo que le es exterior es, de acuerdo con
su esencia, simplemente un exterior. El pensador abstracto reconoce, al
mismo tiempo, que la esencia de la Naturaleza es la sensibilidad, la
exterioridad en oposición al pensamiento que se mece en sí
mismo. Pero, simultáneamente, expresa esta oposición de tal forma
que esta exterioridad de la naturaleza, su oposición al
pensamiento, es su defecto; que en la medida en que la naturaleza se
distingue de la abstracción es una esencia defectuosa (XXXIV). Una
esencia que es defectuosa no sólo para mi, ante mis ojos, una esencia
que es defectuosa en al misma, que tiene fuera de sí algo de lo que ella
carece. Es decir, su esencia es algo otro que ella misma. Para el pensador
abstracto la naturaleza, por tanto, tiene que superarse a sí misma, pues
ya ha sido puesta por él como una esencia potencialmente
superada.
«El espíritu tiene para nosotros, como
presupuesto, la naturaleza de la cual es la verdad y, por
ello, lo absoluto primero. En esta verdad ha desaparecido la
naturaleza y el Espíritu se ha revelado como la Idea llegada a su
ser-para sí, de la cual es el concepto tanto objeto como
sujeto. Esta identidad es absoluta negatividad, porque en
la naturaleza tiene el concepto su plena objetividad exterior, pero esta
enajenación suya ha sido superada y el concepto se ha hecho en ella
idéntico consigo mismo. Así él es esta identidad
sólo como retorno de la naturaleza» (pág. 392).
«La revelación, que como idea abstracta es
tránsito inmediato, devenir de la naturaleza, es, como
revelación del espíritu, que es libre, establecimiento de
la naturaleza como mundo suyo; un establecimiento que como
reflexión es al mismo tiempo presuposición del mudo como
naturaleza independiente. La revelación en el concepto es
creación de la naturaleza como ser del espíritu, en la cual
él se da la afirmación y verdad de su
libertad... Lo absoluto es el espíritu; esta es la
definición suprema de lo Absoluto».