Fredric Brown
I
Charlie Wills
apagó el despertador y enseguida se movió, balanceando sus pies fuera de la
cama y metiéndolos en sus zapatillas mientras alcanzaba un cigarrillo. Tras
encender el cigarrillo, se relajó un momento sentado en el borde de la cama.
Se imaginaba
que aun tenía tiempo para sentarse allí y fumar hasta despertarse del todo.
Tenía quince minutos antes de que Pete Johnson le llamara para llevarle a
pescar. Y doce minutos eran suficientes para lavarse la cara y ponerse sus
ropas viejas.
Parecía raro
levantarse a las cinco de la mañana, pero se sentía bien. Vaya, incluso sin
haber amanecido todavía y con el cielo de un aburrido tono pastel a través de
la ventana, se sentía genial. Y esto era porque ahora sólo tenía que esperar
una semana y media.
Menos de una
semana y media en realidad, sólo diez días. O, pensándolo mejor, un poco más de
diez días desde esa hora de la mañana. Pero dejémoslo en diez días de todos
modos. Si pudiese volver a dormirse ahora, maldita sea, cuando se despertase el
día de su boda estaría mucho más cerca. Sí, era estupendo dormir cuando se
espera con ansia algo. El tiempo vuela y uno no tiene ni que oír el murmullo de
sus alas.
Pero no, no
podía volver a dormir. Había prometido a Pete que estaría listo a las cinco y
cuarto, y si no lo estaba, Pete se sentaría en frente con su coche y tocaría el
claxon hasta despertar a los vecinos.
Ya habían
terminado los tres minutos de gracia, así que apagó su cigarrillo y cogió sus
ropas de la silla.
Empezó a silbar
suavemente: «Me voy a casar Yum, Yum, Yum, Yum» de El Mikado. E intentó, para
asegurarse que estaría listo a tiempo, mantener los ojos apartados de la foto
de Jane en el marco de plata sobre la mesa.
Debía ser el
tipo más afortunado de la Tierra, o de cualquier otro sitio, si vamos a eso, si
había algún otro sitio.
Jane Pemberton,
con pelo castaño suave, ligeramente ondulado y con el tacto de la seda, no,
mejor que la seda, y con esa inclinación-vete-al-infierno de su nariz tan mona,
con largas, bellas y morenas piernas, con... maldita sea, con todo lo que una
chica puede tener y más. Y el milagro de que ella le amara era tan reciente,
que aun se sentía un poco aturdido.
Diez días en el
aturdimiento, y entonces...
Sus ojos se
fijaron en el reloj y dio un respingo. Pasaban diez minutos de las cinco y
todavía estaba ahí sentado sosteniendo el primer calcetín. A toda prisa terminó
de vestirse. ¡Justo a tiempo! Eran casi las cinco y cuarto cuando se puso su
chaqueta de pana, agarró sus aparejos de pesca, bajó las escaleras de puntillas
y salió al frío amanecer.
El coche de
Pete no estaba allí todavía.
Bueno, estaba
bien. Tendría unos minutos más para conseguir unos gusanos, lo que le ahorraría
tiempo después. Por supuesto, no podía ponerse a cavar en el césped de la
señora Grady, pero había una zona desnuda alrededor de un macizo de flores a lo
largo del porche, y no importaría si removía un poco de tierra allí.
Sacó su navaja
y se arrodilló junto a las flores. Introdujo la hoja un par de pulgadas en el
suelo y dio la vuelta a un terrón. Pues sí, había gusanos.
Había uno
especialmente grande y jugoso que debería tentar a cualquier pez.
Charlie se
inclinó a cogerlo.
Y entonces fue
cuando pasó.
Juntó las yemas
de sus dedos, pero no había ningún gusano entre ellas, porque algo le había
sucedido. Cuando alargó al mano para cogerlo era un gusano de aspecto bastante
normal. Definitivamente no tenía un par de alas. Ni...
Era imposible,
por supuesto, y él estaba soñando o viendo cosas, pero ahí estaba.
Aleteó hacia arriba
dibujando una grácil y lenta espiral que parecía no costarle ningún esfuerzo.
Voló frente a la cara de Charlie con alas de un blanco brillante, en absoluto
parecidas a las alas de una mariposa o un pájaro, si no...
Describió
círculos cada vez más arriba, ahora sobre la cabeza de Charlie, ahora a la
altura del tejado de la casa, después un blanco puro (de algún modo un blanco
resplandeciente) brilló contra el cielo gris. Y después desapareció de la
vista, aunque los ojos de Charlie seguían mirando hacia arriba.
No oyó el coche
de Pete Johnson frenar, pero el alegre «Hola» de Pete, captó su atención, y vio
a Pete salir del coche y caminar a su encuentro.
Sonriendo.
- ¿Cogemos unos
cuantos gusanos aquí, antes de irnos? - preguntó Pete. Y añadió: - ¿Echando un
vistazo? ¿Crees que has visto un platillo volante? ¿Y no sabes que no hay que
quedarse mirando hacia arriba con la boca abierta como estabas haciendo cuando
llegué? Acuérdate de las palomas... Dime, ¿pasa algo? Estás blanco como una
sábana.
Charlie se dio
cuenta de que seguía con la boca abierta y la cerró. Después la abrió para
decir algo, pero no se le ocurría nada, ni siquiera cómo decirlo, así que
volvió a cerrarla.
Miró de nuevo
hacia arriba, pero no se veía nada, y después miró a la tierra del macizo de
flores, y le pareció tierra de lo más normal.
- ¡Charlie! -
la voz de Pete sonó ahora muy preocupada. - ¡Reacciona! ¿Estás bien?
Charlie abrió y
cerró su boca otra vez. Luego dijo débilmente:
- Hola, Pete.
- Por el amor
de Dios, Charlie. ¿Has dormido aquí fuera y has tenido una pesadilla, o qué?
Levántate del suelo y... Escucha, ¿estás enfermo? ¿Te llevo a ver al doctor
Palmer en vez de ir a pescar?
Charlie se
incorporó despacio, y se sacudió. Dijo:
- Yo.. supongo
que estoy bien. Me ha pasado algo extraño. Pero..., está bien, vamos. Vamos a
pescar.
- ¿Pero qué?
Ah, bueno, cuéntamelo luego. Pero antes de marcharnos deberíamos cavar un
poco... ¡Eh, no me mires así! Vamos, entra en el coche; toma un poco de aire
fresco y quizás te sientas mejor.
Pete le cogió
del brazo, agarró la caja de aparejos y llevó a Charlie al coche. Abrió la
guantera y sacó una botella.
- Mira, toma un
trago de esto.
Charlie lo
hizo, y a medida que el fluido ámbar pasó del cuello de la botella al suyo,
sintió que su cerebro se empezaba a librar del entumecimiento de la sorpresa.
Podía pensar de nuevo.
El whisky le
quemó al bajar, pero le dejó un agradable calorcito al detenerse, y se sintió
mejor. Hasta que no sintió esa tibieza, no se dio cuenta de que había tenido
todo el tiempo una sensación de frío en el estómago.
Se limpió los
labios con el dorso de la mano y exclamó:
- ¡Dios!
- Toma otro -,
dijo Pete, con los ojos fijos en la carretera. - Quizás te haga el bien
suficiente como para que me cuentes qué ha pasado y lo saques fuera. Eso sí, si
quieres.
- Yo...
supongo, - dijo Charlie. - No... no hay mucho que contar, Pete. Simplemente fui
a coger un gusano y echó a volar. Tenía unas brillantes alas blancas.
Pete se mostró
confundido.
- Fuiste a
coger un gusano y echó a volar. Bueno, ¿y qué? Quiero decir, no soy un
entomólogo, pero quizás haya gusanos con alas. Pensándolo bien, probablemente
los hay. Hay hormigas con alas, y las orugas se convierten en mariposas. ¿De
qué tienes miedo?
- Bueno, este
gusano no tuvo alas hasta que no intenté cogerlo. Parecía un gusano normal.
Maldita sea, era un gusano normal hasta que me agaché a cogerlo. Y entonces vi
que tenía... ah, oh, olvídalo. Probablemente estoy imaginando cosas.
- Vamos, échalo
fuera. Venga.
- Maldita sea,
Pete, ¡tenía un halo!.
El coche se
desvió un poco, y Pete lo llevó de nuevo al centro de la carretera antes de
decir:
- ¿Un qué?
- Bueno, - dijo
Charlie a la defensiva, - parecía un halo. Era como un pequeño círculo dorado
detrás de su cabeza. No parecía que estuviera unido a él; simplemente flotaba
allí.
- ¿Cómo sabes
que era su cabeza? ¿No es igual un gusano por ambos lados?
- Bueno, - dijo
Charlie, y se detuvo a pensar la cuestión. ¿Cómo lo había sabido? - Bueno, -
dijo, - dado que era un halo, ¿no sería un poco tonto que estuviera en el lado
equivocado? Quiero decir, incluso más tonto que tener... Demonios, ya sabes lo
que quiero decir.
Pete dijo:
- Hmph -.
Entonces, tras tomar el coche una curva, añadió: - Está bien, seamos
estrictamente lógicos. Asumamos que viste, o pensaste que viste, lo que...
hum... lo que piensas que viste. Tú no eres muy bebedor, así que no era el
Delirium Tremens. Tal y como yo lo veo, eso nos deja sólo tres posibilidades.
- Yo veo dos de
ellas. Podría ser una pura alucinación. La gente las tiene, supongo, aunque yo
no las haya tenido antes. O supongo que puede haber sido un sueño, quizás.
Estoy seguro de que no lo hice, pero supongo que me podía haber dormido allí y
soñar que lo vi. Pero no fue el caso. Te concedo la posibilidad de la alucinación,
pero no la del sueño. ¿Cuál es la tercera? - dijo Charlie.
- Un simple
hecho. Que realmente viste un gusano con alas. Quiero decir, esas cosas pueden
existir por lo que yo sé. Y te confundiste al creer que no tenía alas cuando lo
viste por primera vez, porque las tenía recogidas. Y lo que pensaste que
parecía un halo, era algún tipo de cresta o antena o algo así. Existen algunos
bichos de aspecto condenadamente raro.
- Sí, - dijo
Charlie. Pero no se lo creyó. Pueden existir bichos de aspecto raro, pero
ninguno que de repente despliega alas y halos y asciende hasta...
Tomó otro
trago.
II
Pasó la tarde y
la noche del domingo en compañía de Jane, y el episodio del gusano para cebo
ascendente se deslizó al fondo de la mente de Charlie. Todo, excepto Jane,
tendía a deslizarse allí cuando estaba con ella.
A la hora de
acostarse, cuando estaba sólo, volvió a él. El pensamiento, no el gusano. Con
tanta fuerza que no podía dormir, y se levantó y se sentó en el sillón junto a
la ventana y decidió que el único modo de sacárselo de la cabeza era pensar
detenidamente en ello.
Si pudiera
definir las cosas y decidir qué pasó realmente allí fuera, junto al lecho de
flores, entonces quizás pudiera olvidarlo completamente.
Vale, se dijo a
sí mismo, seamos estrictamente lógicos.
Pete tenía
razón respecto a las tres posibilidades. Alucinación, sueño y realidad. Pero
para empezar no fue un sueño. Había estado completamente despierto; estaba tan
seguro de eso como de cualquier otra cosa. Eliminémoslo.
¿Realidad? Eso
era imposible también. Estaba bien para Pete hablar de la rareza de los
insectos y la posibilidad de una antena y demás... pero Pete no había visto
aquella maldita cosa. Bueno, aquello había volado a unas pocas pulgadas de sus
ojos. Y el halo estaba allí.
¿Antenas?
Chorradas.
Y la restante,
alucinación. Eso debe haber sido, una alucinación. Después de todo, la gente
tiene alucinaciones. A menos que ocurriera a menudo, no significaba que fuera
candidato al manicomio. Está bien entonces, aceptemos que fue una alucinación,
¿y qué? Así que olvidémoslo.
Con eso
decidido, se fue a la cama y, pensando de nuevo en Jane, se durmió felizmente.
A la mañana
siguiente era lunes y volvería al trabajo.
Y a la mañana
siguiente sería martes.
Y el martes...
III
No fue un
gusano ascendente esta vez. No fue nada sobre lo que pudieras poner el dedo, a
menos que puedas poner el dedo sobre una quemadura solar, y eso es doloroso a
veces.
Pero una
quemadura solar... en una tormenta...
Estaba
lloviendo cuando Charlie Wills dejó su casa aquella mañana, pero no llovía
mucho en aquel momento, unos minutos después de las ocho. Una simple llovizna.
Charlie se bajó el ala del sombrero, se abotonó la gabardina y decidió ir al
trabajo andando de todos modos. Le gustaba caminar bajo la lluvia. Y tenía
tiempo: no tenía que estar allí hasta las ocho y media.
A tres manzanas
del trabajo, se encontró con la Plaga, dirigiéndose en la misma dirección. La
Plaga era la hermana pequeña de Jane Pemberton, y su verdadero nombre era
Paula, aunque la mayor parte de la gente había olvidado este hecho. Trabajaba
en la Imprenta Hapworth, igual que Charlie; pero ella era una ayudante de uno
de los lectores de pruebas y él era ayudante del director de producción.
Pero él conoció
a Jane gracias a ella, en una fiesta dada para los empleados.
Él dijo:
- Hola, Plaga.
¿No tienes miedo de fundirte? -. Porque ahora llovía mucho realmente,
definitivamente mucho.
- Hola, Charlie-warlie. Me gusta caminar bajo la lluvia.
Le gustaría,
pensó Charlie amargamente. Hizo una mueca al oír el odiado apodo de
Charlie-warlie. Jane le había llamado así una vez pero, después de hablar
seriamente con ella, no lo hizo más. Jane era razonable. Pero la Plaga lo
oyó... Y ahora Charlie estaba mortalmente aterrorizado, de que en algún momento
ella le llamara así en el trabajo, con otros empleados escuchándolo. Y si eso
ocurría alguna vez...
- Escucha, -
protestó él, - ¿no puedes olvidar ese maldito y estúpido apodo? Dejaré de
llamarte Plaga si dejas de llamarme... hum... eso.
- Pero a mí me
gusta que me llamen la Plaga. ¿Por qué no te gusta que te llamen
Charlie-warlie?
Ella le sonrió
y él se retorció por dentro. Porque ella era quien era, él no se atrevía a...
Había rabia
contenida dentro de él mientras caminaba bajo la cambiante lluvia, con la cabeza
baja para mantenerla fuera de su cara. Maldita mocosa...
Con la visión
limitada a unas pocas yardas de acera delante de él, Charlie probablemente no
habría visto el carro y el caballo si no hubiera oído los chasquidos que
sonaron como disparos.
Miró hacia
arriba y lo vio. En mitad de la calle, quizás a 50 pies por delante de Charlie
y la Plaga, y moviéndose hacia ellos venía un carro sobrecargado. Iba tirado
por un viejo y descorazonado caballo, un caballo tan viejo y huesudo que el
lento caminar que llevaba parecía ser su velocidad punta.
Pero el
conductor obviamente no pensaba lo mismo. Era un hombre grande y feo, con una
cara oscura y sin afeitar. Estaba de pie, agitando su pesado látigo para atizar
otro latigazo. Alcanzó al viejo caballo y éste tembló bajo él y pareció
balancearse entre las varas.
El látigo se
alzó de nuevo.
Y Charlie
gritó:
- ¡Eh, tú! - y
avanzó hacia el carro.
No estaba
seguro todavía de lo que iba a hacer si el bruto que golpeaba al otro bruto se
negaba a parar. Pero iba a pasar algo. Charlie Wills no podía soportar ver un
animal maltratado. Y no lo iba a soportar.
- ¡Eh! - Gritó
de nuevo, porque el conductor no pareció oírle la primera vez, y se echó hacia
delante a lo largo del freno para iniciar el trote.
El conductor
oyó el segundo grito, y podía haber oído el primero. Porque se volvió y miró
directamente a Charlie. Entonces levantó el látigo otra vez, aún más alto, y lo
dejó caer sobre la espalda llena de latigazos del caballo con toda su fuerza.
Las cosas se
volvieron rojas delante de los ojos de Charlie. No grito de nuevo. Ahora sabía
condenadamente bien lo que iba a hacer. Comenzaría tirando del carro abajo al
conductor donde pudiera engancharle. Y entonces iba a golpearle hasta
convertirle en papilla.
Oyó los tacones
altos de Paula repicando al seguirle y llamándole:
- Charlie, ten
cuid...
Pero eso fue
todo lo que oyó. Porque en ese momento ocurrió.
Una repentina y
cegadora ola de calor insoportable, una sensación como si hubiera entrado en el
corazón de una achicharrante fundición. Boqueó una vez buscado aire, mientras
el aire dentro de sus pulmones y su garganta pareció volverse abrasadoramente
caliente. Y su piel...
Dolor cegador
por un instante. Entonces se fue, pero demasiado tarde. El shock había sido
demasiado repentino e intenso, y según sintió de nuevo la fría lluvia en su
cara, se sintió totalmente mareado y como de goma, y perdió la conciencia. Ni
siquiera notó el impacto de su caída.
Oscuridad.
Y entonces
abrió los ojos en un blanco borroso que se convirtió en paredes blancas y
sábanas blancas sobre él y una enfermera en un uniforme blanco, que dijo:
- ¡Doctor! Ha
recuperado la conciencia.
Pisadas y el
cerrar de una puerta, y ahí estaba el doctor Palmer frunciéndole el ceño.
- Bien,
Charles, ¿qué has estado haciendo?
Charlie le
sonrió débilmente.
- Hola, doctor.
Picaré. ¿Qué he estado haciendo? - dijo.
El doctor
Palmer acercó una silla a la cama y se sentó. Tomó la muñeca de Charlie y la
sostuvo mientras miraba la manecilla pequeña de su reloj. Entonces leyó el
informe colgado a los pies de la cama y dijo:
- Hmph.
- ¿Es ese el
diagnóstico -, quiso saber Charlie, - o el tratamiento? Escucha, lo primero,
¿qué ha pasado con el conductor del carro? Bueno, si lo sabes...
- Paula me
contó lo que pasó. El conductor del carro está bajo arresto y lo han despedido.
Tú estás bien Charles. Nada serio.
- ¿Nada serio?
¿Es un caso poco serio de qué? En otras palabras, ¿qué me pasó?
- Te caíste
redondo. Boca abajo. Y te pelarás durante unos días. Pero eso es todo. ¿Por qué
no usaste una loción de algún tipo ayer?
Charlie cerró
los ojos y los abrió de nuevo lentamente. Y dijo:
- ¿Que por qué
no usé una...? ¿Para qué?
- La quemadura
solar, por supuesto. ¿No sabes que no puedes ir a nadar en un día soleado y no
llevar...
- Pero yo no
estuve nadando ayer, doctor. Ni el día antes. Dios, en realidad, no lo he hecho
en las dos últimas semanas. ¿Qué quiere decir con lo de la quemadura solar?
El doctor
Palmer se rascó la barbilla. Dijo:
- Mejor
descansa un poco, Charles. Si te sientes bien esta noche, podrás irte a casa.
Pero será mejor que no vayas a trabajar mañana.
Se levantó y se
fue.
La enfermera
estaba allí todavía, y Charlie la miró en blanco. Él dijo:
- ¿Va el doctor
Palmer a...? Escuche, ¿de qué va todo esto?
La enfermera le
miraba extrañada.
- Bueno,
estaba... Lo siento, señor Wills, pero a una enfermera no se le permite
discutir los diagnósticos con el paciente. Pero no tiene de qué preocuparse; ya
ha oído al doctor Palmer que podría irse a casa esta tarde o esta noche. -
Respondió.
- Chorradas, -
dijo Charlie. - Escuche, ¿qué hora es? ¿o tampoco se les permite a las
enfermeras decir eso?
- Son las diez
y media.
- ¡Dios!, y he
estado aquí unas dos horas -. Se imaginó, recordando haber pasado frente a un
reloj que marcaba las ocho y veinticuatro minutos en el momento en que giraba
en la esquina de la última manzana. Y, si había estado despierto durante cinco
minutos, había estado inconsciente dos horas enteras.
- ¿Quiere algo
más, señor?
Charlie sacudió
la cabeza lentamente. Y entonces, como quería que ella se fuera para poder
echar un vistazo al informe, le dijo:
- Bueno, sí.
¿Podría tomar un vaso de zumo de naranja?
Tan pronto como
ella se fue, él se sentó en la cama. Le dolió un poco hacerlo, y se dio cuenta
de que su piel estaba un poco suave al tacto. Se miró los brazos, subiéndose
las mangas del camisón del hospital que le habían puesto, y su piel estaba más
rosa. Sólo la sombra de rosa que significa el primer estado de una suave
quemadura solar.
Miró dentro del
camisón, y después a sus piernas y dijo:
- ¿Qué
demonios...? -. Porque la quemadura solar, si era una quemadura solar, era
uniforme por todos lados.
Y eso no tenía
sentido, porque no había estado al sol lo suficiente últimamente para quemarse,
y no había estado en absoluto al sol sin ropa. Y... sí, la quemadura solar se
extendía incluso en las zonas que hubieran estado cubiertas por el bañador si
hubiera ido a nadar.
Pero quizás el
informe lo explicara. Se estiró hacia los pies de la cama y cogió la carpeta
con el informe del gancho.
«Informado que
el paciente se desmayó de repente en la calle sin causa aparente. Pulso 135,
respiración dificultosa, temperatura 104, bajo admisión. Todas las constantes
volvieron a la normalidad en la primera hora. Los síntomas se aproximan a los
de la insolación, pero...»
Después había
un par de comentarios que sonaban a alta tecnología. Charlie no los entendió, y
de algún modo le dio el pálpito de que el doctor Palmer no los había entendido
tampoco. Sonaban a fingir no estar asustado.
Se oyó el ruido
de tacones en la sala de fuera, puso el informe en su sitio de nuevo
rápidamente y se coló bajo las sábanas. Sorprendentemente, llamaron a la
puerta. Las enfermeras no llamarían, ¿no?
- Entre. -
dijo.
Era Jane.
Estaba más guapa que nunca, con sus grandes ojos marrones un poco más grandes
por el miedo.
- ¡Cariño! Vine
tan pronto como la Plaga llamó a casa y me lo contó. Pero fue terriblemente
vaga. ¿Qué demonios ha pasado?
Para entonces
ella estaba a su alcance, y Charlie puso sus brazos alrededor de ella y en ese
preciso momento, no le importaba un comino lo que le había pasado. Pero intentó
explicarlo. Sobre todo a sí mismo.
IV
La gente
siempre intenta explicar.
Enfrenta a un
hombre o a una mujer con algo que no comprenda, y se sentirá miserable hasta
que no lo clasifique. Luces en el cielo. Y un científico le dice que es la
aurora boreal, (o la aurora austral), y puede aceptar las luces y olvidarlas.
Algo tira los
cuadros de una pared en una habitación vacía y arroja una silla escaleras
abajo. Consternación, hasta que se le da un nombre. Entonces es sólo un
poltergeist.
Dale un nombre
y olvídalo. Cualquier cosa con nombre puede ser asimilado.
Si no tiene
uno, es... bueno, inconcebible. Quítale el nombre a cualquier cosa, y tienes un
horror vacío.
Incluso algo
tan familiar como un típico caso de un ghoul (espíritu come-muertos). Tumbas en
el cementerio abiertas, cadáveres devorados. Puede ser algo horrible; pero es
sólo un ghoul; siempre que se le haya dado un nombre... Pero suponga, si puede
soportarlo, que no existe la palabra ghoul y ningún concepto del mismo.
Entonces se encuentran los cadáveres desenterrados y medio comidos. Horror sin
nombre.
No es que lo
siguiente que le pasó a Charlie Wills tuviera nada que ver con un ghoul. Ni
siquiera con un hombre-lobo. Pero pienso, de algún modo, que encontramos el
hombre-lobo más reconfortante que un pato, dadas las circunstancias. Uno espera
un comportamiento extraño de un hombre lobo, pero de un pato...
Como el pato
del museo.
Ahora no hay
nada intrínsicamente terrible en un pato. Nada que te haga mantenerte despierto
por la noche, con sudor frío saliendo de la superficie de una quemadura solar
que se te está pelando. En conjunto, un pato es algo agradable, particularmente
si está asado. Éste no lo estaba.
Sucedió el
jueves. La estancia de Charlie en el hospital había durado ocho horas; le
dieron de alta a última hora de la tarde, cenó en el centro y se fue a casa. Su
jefe había insistido en que se tomara el siguiente día libre, y Charlie no
protestó demasiado.
En casa,
después de desnudarse para tomar un baño, estudió su piel con gran asombro.
Definitivamente era una quemadura de primer grado. Definitivamente, se extendía
por todo su cuerpo. Casi a punto de pelarse.
Se peló al día
siguiente.
Aprovechó el
día de fiesta para llevar a Jane al béisbol, donde podrían sentarse en una
grada a la sombra. Era un buen partido, y Jane entendía y disfrutaba del
béisbol.
El jueves
volvió al trabajo.
A las once y
veinticinco, el Viejo Hapworth, el gran jefe, entró en la oficina de Charlie.
- Wills - dijo,
- tenemos una petición urgente para imprimir diez mil folletos y la copia
estará aquí en una hora. Me gustaría que siguiera el asunto desde el cuarto de
la Linotipia y la sala de composición, y que lo lleve a la imprenta en el
momento en que esté listo. Hay un plus si se hace el trabajo a tiempo, y una
penalización si no lo hacemos.
- Seguro, señor
Hapworth. Me pondré ahora mismo con ello.
- Estupendo.
Contaba con usted. Pero escuche... es un poco pronto para comer, pero de todas
maneras es mejor que salga a comer ahora. La copia estará aquí para cuando
vuelva, y podrá ponerse inmediatamente con el trabajo. Eso sí, si no le importa
comer temprano.
- En absoluto,
- mintió Charlie. Cogió su sombrero y salió.
Maldita sea,
era demasiado pronto para comer. Pero tenía una hora para comer y podía hacerlo
en media, así que podía caminar media hora primero, y abrir el apetito.
El museo estaba
a dos manzanas de distancia, y era el mejor sitio para matar el tiempo media
hora. Fue allí, caminó por el pasillo central sin detenerse, excepto para
contemplar un momento la estatua de Afrodita que le recordaba a Jane Pemberton,
y que le hizo recordar, incluso con más fuerza de lo que ya lo recordaba, que
sólo faltaban seis días para su boda.
Entonces giró
hacia la sala que contenía la colección numismática. Él solía coleccionar
monedas cuando era un niño, y aunque había dejado la colección hacía tiempo,
todavía tenía cierto interés en ver la gran colección del museo.
Se detuvo
enfrente de la vitrina con monedas romanas de bronce.
Pero no estaba
pensando en ellas. Todavía estaba pensando en Afrodita, o Jane, lo que era
bastante comprensible dadas las circunstancias. Con toda certidumbre, no estaba
pensando en gusanos voladores o en olas repentinas de calor abrasador.
Entonces se
aventuró a mirar la vitrina de al lado. Y en ella vio al pato.
Era un pato
perfectamente corriente. Tenía el pecho moteado, marcas verdes y marrones en
sus alas y una cabeza más oscura con una tira más oscura que comenzaba cerca
del ojo y corría a lo largo de su cuello corto. Parecía más un pato salvaje que
uno doméstico.
Y parecía
confundido de estar allí.
Por un momento,
Charlie no se dio cuenta de la completa extrañeza de la presencia del pato en
una vitrina de monedas. Su mente estaba todavía en Afrodita. Incluso mientras
miraba al pato salvaje tras el cristal dentro de una vitrina marcada como
«Monedas de la China»
Entonces el
pato graznó, y caminó con sus extrañamente palmeados pies a lo largo de la
vitrina y empezó a dar cabezazos contra el cristal del fondo, a batir sus alas
y a tratar de volar hacia arriba, pero chocaba contra el cristal superior.
Mientras siguió graznando más fuerte.
Sólo entonces
se le ocurrió a Charlie preguntarse qué hacía un pato vivo en la colección
numismática. Aparentemente, a juzgar por sus acciones, el pato se preguntaba lo
mismo.
Y sólo entonces
Charlie se acordó del gusano angelical y de la quemadura solar sin sol.
Y alguien en la
entrada dijo:
- Pssst, ¡Eh!.
Charlie se
volvió y la expresión de su rostro debía tener algo fuera de lo corriente,
porque el vigilante uniformado dejó de fruncir el ceño y dijo:
- ¿Ocurre algo,
señor?
Por un breve
instante, Charlie simplemente se le quedó mirando. Entonces se le ocurrió que
esta era la oportunidad que le había faltado cuando el gusano empezó a volar.
Dos personas no podían tener la misma alucinación. Si era una...
Abrió la boca
para decir «Mire», pero no tuvo que decir nada. El pato se le adelantó soltando
un gran graznido e intentando atravesar el cristal de la caja.
Los ojos del
ayudante pasaron de Charlie a la vitrina de monedas chinas.
- ¡Guau!. -
dijo.
El pato aun
estaba allí.
El vigilante
miró a Charlie de nuevo y dijo:
- ¿Fue usted
quien...? - y entonces se detuvo sin terminar la pregunta y se dirigió a la
vitrina para mirar a una distancia más corta. El pato estaba aún luchando por
salir, pero más débilmente. Parecía boquear intentando conseguir aire.
El vigilante
dijo de nuevo:
- ¡Guau! -, y
añadió después sobre el hombro de Charlie: - Señor, ¿cómo se las arregló...?
Esta caja está her... herméticamente sellada. Es a prueba de aire. Encerrar a
ese pájaro. Se...
Ya había
ocurrido; el pato cayó muerto o inconsciente.
El vigilante
cogió a Charlie por el brazo. Dijo firmemente:
- Señor, venga
conmigo a ver al jefe -. Y menos firmemente, - Uh.. ¿cómo consiguió meter esa
cosa ahí? Y no me venga con que no lo hizo, señor. Estuve aquí hace cinco
minutos, y usted es el único tipo que ha entrado desde entonces.
Charlie abrió
la boca y la volvió a cerrar. Tuvo una visión repentina de sí mismo siendo
interrogado en las oficinas del museo y después en la comisaría de policía. Y
si la policía empezaba a hacer preguntas sobre él, averiguarían lo del gusano y
lo de su estancia en el hospital por... Y quizás traerían un psiquiatra, y...
Con el valor
que da la pura desesperación, Charlie sonrió. También trató de poner una
sonrisa amenazadora; quizás no era amenazadora, pero era definitivamente
inusual.
- ¿Qué le
parecería - preguntó al vigilante, - encontrarse usted ahí dentro? -. Y señalo
con su brazo libre a través de la entrada al vestíbulo central al sarcófago de
piedra del rey Mene-Ptah. - Puedo hacerlo, igual que se lo hice al pato...
El vigilante
del museo respiraba rápidamente. Sus ojos parecían ligeramente brillante, y
soltó el brazo de Charlie.
- Señor, ¿de
verdad usted...?
- ¿Quiere que
le enseñe cómo?
- ¡Uh...guau! -
dijo el vigilante. Echó a correr.
Charlie se
obligó a caminar con tranquilidad pero rápidamente, y se fue en dirección
contraria hacia la entrada lateral que daba a la calle Beekeer.
Y la calle
Beekeer seguía siendo una calle perfectamente normal, con mucho tráfico de
mediodía, y sin elefantes rosas trepando a los árboles, y sin que pasará nada
excepto la ajetreada confusión de la calle de una ciudad. Su mismo ruido le
resultó tranquilizador de algún modo, aunque hubo un mal momento, cuando estaba
cruzando en la esquina y oyó un ruido repentino tras él. Se giró, sobresaltado,
asustado de la cosa extraña que podría ver allí.
Pero sólo era
un camión.
Se las apañó
para quitarse de su camino justo a tiempo de impedir que le pasara por encima.
V
Comida. Y
Charlie estaba definitivamente poniéndose nervioso. Su mano temblaba de tal
modo que apenas podía coger su café sin verterlo.
Porque un horrible
pensamiento estaba emergiendo en su mente. Si algo estaba mal dentro de él,
¿era justo dejar que Jane Pemberton siguiera adelante y se casaran? ¿Era justo
dejar que la chica que uno amaba cargara con un marido que podía ir a la nevera
a coger una botella de leche y encontrar... Dios sabe qué?
Y él estaba
profundamente, locamente enamorado de Jane.
Así que se
sentó allí, con un sándwich sin tocar ante él, y fue pasando de la esperanza a
la desesperación y viceversa mientras intentaba dar sentido a las tres cosas
que le habían ocurrido en la pasada semana.
¿Alucinación?
¡Pero el
vigilante también ha visto el pato!
Qué
reconfortante había sido, se lo parecía ahora, tras ver el gusano angelical,
haber sido capaz de decirse a sí mismo que había sido una alucinación. Sólo una
alucinación.
Pero espera.
Quizás...
¿No podía haber
sido el vigilante del museo parte de la misma alucinación como el pato? Dando
por supuesto que él, Charlie, podía haber visto el pato que no estaba allí, ¿no
podría también haber incluido en la misma categoría un vigilante de museo que
asegurara ver el pato? ¿Por qué no? Un pato y un vigilante que lo ve... la
combinación podía ser tan ilusoria como el pato sólo.
Y Charlie se
sintió tan alentado que le dio un mordisco a su sándwich.
¿Pero la
quemadura? ¿De qué era esa alucinación? ¿O había alguna dolencia psíquica que
pudiera provocar un repentino estado de la piel similar a una leve quemadura
solar? Pero, si era así, evidentemente el doctor Palmer no lo sabía.
De repente
Charlie entrevió el reloj de la pared, y era la una en punto, y casi se ahoga
con el trozo de sándwich cuando se dio cuenta de que llegaba más de media hora
tarde, y que debía haber estado sentado en el restaurante durante casi una
hora.
Se levanto y
corrió hacia la oficina.
Pero todo iba
bien; el Viejo Hapworth no estaba. Y la copia para la circular urgente se
retrasaba y llegó a la vez que Charlie.
Dijo, «¡Uf!» al
haberse librado por los pelos, y se concentró completamente en mover la
circular por la planta. Se apresuró a las linotipias y leyó la prueba él mismo,
entonces observó la maquetación sobre el hombro del cajista. Sabía que estaba
dando la lata, pero mató el tiempo toda la tarde.
Y pensó, «Un
solo día más de trabajo tras hoy, y entonces mis vacaciones, y el miércoles...»
La boda era el
miércoles.
Pero...
Si...
La Plaga salió
de la sala de pruebas luciendo un guardapolvos verde y le miró.
- Charlie -,
dijo - tienes el aspecto de algo que ningún gato que se respete traería. Dime,
¿qué te pasa? De verdad...
- Uh... nada.
Dime, Paula, ¿le dirás a Jane cuando llegues a casa que quizás me retrase esta
noche? Tengo que quedarme aquí hasta que estos folletos salgan de la imprenta.
- Claro,
Charlie. Pero dime...
- No. Lárgate,
¿quieres? Estoy ocupado.
Ella se encogió
de hombres y volvió a la sala de pruebas.
El maquinista
tocó a Charlie en el hombro.
- Oiga, hemos
puesto en marcha la nueva linotipia. ¿Quiere echarle un vistazo?
Charlie asintió
y le siguió. Echó un vistazo a la instalación, y después se deslizó en la silla
del operario frente a la máquina.
- ¿Qué tal
funciona?
- Dulcemente.
Estos modelos Blue Streak son como miel. Pruébela.
Charlie dejó a
sus dedos jugar sobre las teclas, colocando palabras sin prestar atención a lo
que decían. Envío tres líneas a cajas, quitó las fichas de la barra. Y encontró
lo que había puesto:
«Pues hombres
han muerto y gusanos los han comido y subido al Cielo donde se sentaron a la
derecha...»
- ¡Guau! - dijo
Charlie. Y le recordó...
VI
Jane se dio
cuenta de que algo iba mal. No pudo evitar darse cuenta. Pero en vez de hacer
preguntas, fue inusualmente amable con él aquella noche.
Y Charlie, que
había ido a verla con la determinación de contarle toda la historia, se dio
cuenta de que le flaqueaban las fuerzas. Como les flaquean a todos los hombres
cuando están con las mujeres a las que aman y la luz de la lámpara del salón es
suave.
Pero le
preguntó:
- Charles... tú
quieres casarte conmigo, ¿no? Quiero decir, si tienes alguna duda y es eso lo
que te ha estado preocupando, podemos posponer la boda hasta que estés seguro
de si me amas lo suficiente...
- ¿Amarte? -,
Charlie estaba asustado. - ¿Por qué...?
Y se lo
demostró bastante satisfactoriamente.
De hecho, tan satisfactoriamente que se
olvidó por completo de su intención original de proponer ese mismo retraso.
Pero nunca por las razones que sugería ella. Con sus brazos alrededor de
Jane... bueno, el pobre tipo era sólo humano.
Un hombre
enamorado es como un borracho, y no puedes culpar del todo a un borracho por lo
que hace bajo los efectos del alcohol. Se le puede culpar, por supuesto, por
emborracharse en primer lugar; pero no se le puede aplicar esa culpa a un
hombre enamorado. Con toda probabilidad, no se sentirá en absoluto culpable.
Con toda probabilidad, sus intenciones originales eran perfectamente poco
honorables; luego, al encontrar esas intenciones resistencia, la sutil química
de la sublimación las convierte en la materia de la que están hechas las
estrellas.
Probablemente
por eso no fue al psiquiatra al día siguiente. Estaba un poco asustado de lo
que el psiquiatra podría decir de él. Se sintió débil y decidió esperar y ver
qué pasaba.
Quizás no
pasara nada más.
Hay una
reconfortante superstición popular de que las cosas suceden en grupos de tres,
y ya habían ocurrido tres cosas.
Seguro que era
así. Desde este momento, estaría bien. Después de todo, no había nada
básicamente malo; no podía haberlo. Él tenía buena salud. Aparte del martes, no
había faltado ni un día a su trabajo en la imprenta en dos años.
Y... bueno, ya
era viernes al mediodía y no había pasado nada en veinticuatro horas enteras, y
no iba a pasar nada.
No paso nada el
viernes, pero leyó algo que le arrancó de su precaria complacencia.
Una noticia en
un periódico.
La vio en la
mesa de un restaurante en la que un cliente anterior había dejado olvidado un
periódico matinal. Charlie lo leyó mientas esperaba a que le tomaran nota.
Terminó de echar un vistazo a la primera página antes de que llegara la
camarera, y la sección de tiras cómicas mientras tomaba su sopa, y luego pasó
perezosamente a la página de local.
VIGILANTE DE
MUSEO SUSPENDIDO
Director del
museo ordena investigación.
Y el frío en su
estómago se hizo más grande y frío según iba leyendo, porque ahí estaba, en
blanco y negro.
El pato salvaje
había estado realmente en la vitrina. Nadie podía imaginar cómo lo habían
puesto allí. Tuvieron que llevarse la vitrina para sacarlo, y ésta no
presentaba muestras de haber sido manipulada. La habían sellado herméticamente
para que no entrara el polvo, y la masilla seguía intacta.
A un guardia,
por razones no aclaradas en el artículo, se le había aplicado una suspensión de
tres días. Uno deducía por el texto de la historia que el director del museo
sentía la necesidad de hacer algo al respecto.
No faltaba nada
de valor de la vitrina. Una moneda china con un agujero en medio, un tael de
haikwan hecho de plata, no había sido encontrado tras el suceso... pero no era
de mucho valor. Había algunas dudas sobre si había sido robado por alguno de
los empleados que habían desarmado la vitrina o si había sido accidentalmente
tirada a la basura con los restos de masilla.
El reportero,
contando el asunto con humor, sugería la probabilidad de que el pato hubiera
confundido la moneda con un donut, por lo del agujero, y se la hubiera comido.
Y que la mejor venganza para el director sería comerse al pato.
Se había
llamado a la policía, pero consideraron el asunto una broma. No sabían quién o
cómo la habían llevado a cabo.
Charlie dejó el
periódico y paseó la vista descorazonado por el restaurante.
Así que,
definitivamente, no había sido una alucinación doble, un producto de su
imaginación tanto el pato como el vigilante. Y hasta el momento en que la idea
se había desmoronado, Charlie no se había dado cuenta de con cuanta fuerza había
contado con esa posibilidad.
Ahora estaba
como al principio.
A menos que...
Pero eso era
absurdo. Por supuesto, teóricamente, la noticia del periódico que acababa de
leer podría ser una alucinación también, pero... no, era demasiado ya. De
acuerdo con esa línea de pensamiento, si iba por el museo y hablaba con el
director, el director mismo sería una aluci...
- Su pato,
señor.
Charlie dio un
respingo en la silla.
Entonces vio
que era la camarera de pie junto a su mesa con su primer plato, y de que había hablado
porque como había desparramado el periódico por toda la mesa no tenía sitio
para poner el plato.
- ¿No ha pedido
pato asado, señor? Yo...
Charlie se puso
de pie de un salto, apartando la vista del plato. Dijo, -
Disculpe-tengo-que-hacer-una-llamada, y a toda velocidad le dio un billete de
dólar a la camarera y salió. ¿Realmente había pedido...? No exactamente, él le
había pedido el especial.
¿Pero comer
pato? No podría comer... no, ni gusanos fritos tampoco. Se echó a temblar.
Volvió
rápidamente a la oficina, a pesar del hecho de que iba media hora pronto y se
sintió mejor una vez que estuvo rodeado de la seguridad de las cuatro paredes
de la Imprenta Hapworth. Nada raro le había pasado allí.
Todavía.
VII
Básicamente,
Charlie Wills era un joven saludable. A las dos de la tarde tenía tanta hambre
que envió a uno de los chicos de la oficina escaleras abajo a comprarle un par
de sándwiches.
Y se los comió.
Eso sí, levantó la rebanada superior de cada uno y miró dentro. No sabía qué
pensaba encontrar allí, aparte del jamón cocido, mantequilla y un poco de
lechuga, pero si hubiera encontrado... en lugar de uno de estos ingredientes...
digamos, una moneda de plata china con un agujero en medio, no se habría
sorprendido mucho.
Era una tarde
aburrida en la empresa, y Charlie tenía tiempo para pensar un rato. Incluso
para investigar un rato. Recordó que la compañía habría impreso, muchos años
antes, un libro de texto de entomología. Encontró la copia del archivo y avanzó
por sus páginas buscando un gusano con alas. Encontró varias cosas con alas que
podrían llamarse gusanos, pero ninguno que se pareciera remotamente al gusano
con el halo. Ni siquiera si se olvidaba del círculo dorado, e intentaba la
identificación mediante las características básicas del cuerpo y las alas
solamente.
No había
gusanos con alas.
No había
referencias médicas en las que poder mirar, o intentar mirar, cómo puede uno
sufrir una quemadura solar sin sol.
Pero lo que
hizo fue buscar la palabra «tael» en el diccionario, y vio que equivalía a un
liang, que era la decimosexta parte de un catty. Y que una equivalencia oficial
del liang es el hectograma.
Nada de esto
parecía de mucha ayuda.
Un poco antes
de las cinco en punto dio una vuelta diciendo adiós a todo el mundo, pues ese
era su último día en la oficina antes de sus dos semanas de vacaciones, y los
adioses se complicaban con los buenos deseos para su inminente boda... que
tendría lugar en la primera semana de sus vacaciones.
Tuvo que
estrechar las manos a todo el mundo excepto a la Plaga, a la que, por supuesto,
vería frecuentemente durante los primeros días de sus vacaciones. De hecho se
fue con ella a su casa directamente desde el trabajo para cenar con los
Pemberton.
Y fue una cena
tranquila, relajada y agradable que le hizo sentir mejor de lo que se había
sentido desde la mañana del pasado domingo. Ahí, en la calma del puerto que
representaba el hogar de los Pemberton, las cosas absurdas que le habían
ocurrido parecían tan lejanas y tan profundamente fantásticas que casi dudó que
hubieran ocurrido.
Y se sintió
profunda, completamente seguro de que se había acabado todo. Las cosas pasan en
tríos, ¿no? Si pasaba algo más... Pero no pasaría.
No pasó...,
aquella noche.
Jane le envío
solícita a casa a las nueve para que se acostara pronto. Pero le besó para
darle las buenas noches tan tiernamente, y con tanta efectividad, que caminó
calle abajo con su cabeza entre nubes rosas.
Entonces, de
repente... desde ninguna parte... Charlie recordó que el vigilante del museo
había sido suspendido, e iba a perder tres días de paga, por culpa del episodio
del pato en la vitrina. Y si el asunto del pato era culpa de Charlie, incluso
indirectamente, ¿no le debía al tipo dar un paso al frente y explicar a los
directores del museo que el vigilante no tenía la culpa de ninguna manera, y
que no debía ser castigado?
Después de
todo, él, Charlie, había probablemente aterrorizado al pobre vigilante
sugiriendo que podía repetir la actuación con un sarcófago en vez de en la
vitrina, y el vigilante había contado una historia tan inconexa que no le
habían creído.
Pero... ¿había
sido culpa suya? ¿Le debía...?
Y allí estaba
dándose de cabezazos contra ese muro de ladrillos de imposibilidad de nuevo.
Tratando de resolver lo irresoluble.
Y supo, de
repente, que había sido débil al no romper el compromiso con Jane. Lo que había
pasado tres veces en el corto espacio de una semana podía ocurrir fácilmente de
nuevo.
¡Dios santo!
¡Incluso en la ceremonia! Supongamos que se dispone a coger el anillo y lo que
saca es...
De las nubes
rosas de la felicidad perfecta al negro lodo de la desesperación sólo había un
paseo inferior a una manzana.
Casi se da la
vuelta hacia la casa de los Pemberton a decírselo esa misma noche, pero decidió
que no. En vez de eso, pararía a hablar con Pete Johnson.
Quizás Pete...
Lo que
realmente esperaba era que Pete le quitara de la cabeza esa decisión.
VIII
Pete Johnson
tenía una jarra de un galón, casi llena, de vino. Un rico sherry. Y Pete lo
había catado y estaba achispado.
Se negó incluso
a escuchar a Charlie, hasta que su invitado hubo tomado un vaso, y tuvo un
segundo sobre la mesa enfrente de él. Entonces dijo:
- Tienes algo
en la cabeza. Muy bien, dispara.
- Verás, Pete.
Ya te hablé del asunto del gusano. De hecho, casi estabas allí cuando pasó. Y
ya sabes qué paso el martes por la mañana de camino al trabajo. Pero ayer...
bueno, pasó algo peor, supongo. Porque otro tipo lo vio. Era un pato.
- ¿Un pato?
- En una
vitrina de... Espera, empezaré por el principio -. Y lo hizo, y Pete le
escuchó.
- Bueno, - dijo
pensativamente, - el hecho de que apareciera en el periódico rechaza una línea
de pensamiento. Afortunadamente. Escucha, no veo de qué te tienes que
preocupar. ¿No estarás haciendo una montaña de un grano de arena?
Charlie tomó
otro sorbo del sherry y encendió un cigarrillo.
- ¿Cómo? - dijo
muy esperanzado.
- Bueno, han
pasado tres cosas raras. Pero tomadas de una en una, no suponen gran cosa, ¿no?
Ninguna podía explicarse. Lo que te enfanga es sentarte ahí e insistir en una
explicación sencilla para todas.
- ¿Cómo sabes
que todas están conectadas entre sí? Tomémoslas por separado...
- Tómalas tú, -
sugirió Charlie. - ¿Cómo las explicarías fácilmente?
- La primera es
pan comido. Tenías mal el estómago o algo así y tuviste una simple alucinación.
Le pasa a las mejores personas de vez en cuando. O... tienes una segunda opción
igual de simple... quizás viste un nuevo tipo de bicho. Demonios, probablemente
hay miles de insectos que no han sido clasificados todavía. Cada año se
descubren nuevos.
- Um... -, dijo
Charlie, - ¿y el asunto del calor?
- Bueno, los
médicos no lo saben todo. Te volviste loco viendo al conductor del carro
golpeando el caballo, y la ira tuvo un efecto físico, ¿no? Metiste la pata.
Quizás afectó a tu glándula térmica.
- ¿Qué es una
glándula térmica?
Pete sonrió.
- Simplemente
lo estoy inventando. ¿Pero por qué no? Los médicos encuentran cada día nuevas o
nuevos propósitos para las viejas. Y hay algo en tu cuerpo que actúa como un
termostato y mantiene la temperatura de tu piel constante. Quizás se estropeó
un minuto. Mira lo que la glándula pituitaria puede hacer por ti o en tu
contra. Por no mencionar la paratiroidea y la pineal, las renales, etc.
- Pero...
- Nada,
Charlie. Toma más vino. Vayamos a por el asunto del pato. Si no piensas en él
con las otras dos cosas en mente, no tiene nada de especial. Indudablemente fue
una broma del museo o de alguno de sus trabajadores. Fue sólo una coincidencia
que entraras en ese momento.
- Pero la
vitrina...
- ¡Deja en paz
la vitrina! Se puede hacer de algún modo; tú no comprobaste la vitrina por ti
mismo, y ya sabes cómo son los periódicos. Y, si vamos a ello, mira lo que
pueden hacer Thurston y Houdini con cosas así, y te dejan examinar los
receptáculos antes y después. Quizás, también, no era una simple broma. Quizás
alguien tenía una intención al ponerla ahí, pero ¿por qué piensas que esa
intención tenía algo que ver contigo? Eres un egoísta, eso es lo que eres.
Charlie
suspiró.
- Sí, pero...
Pero junta las tres cosas, y...
- ¿Por qué
juntarlas? Mira, esta mañana he visto a un hombre resbalar con una cáscara de
plátano y caerse; esta tarde he tenido un ligero dolor de muelas; esta noche me
ha llamado una chica a la que no veía desde hace años. Ahora, ¿por qué debería
juntar los tres hechos y tratar de imaginar una causa común a todos? ¿Un motivo
oculto para los tres? Me volvería loco si lo intentara.
- Humm, - dijo
Charlie. - Quizás tengas algo de razón. Pero...
A pesar del
«pero» se fue a casa sintiéndose más animado, esperanzado y achispado. E iba a
seguir con la boda como si nada hubiera pasado. Aparentemente no había pasado
nada. Pete era sensato.
Charlie durmió
profundamente la mañana del sábado, y no se despertó hasta casi el mediodía.
Y el sábado no
pasó nada.
IX
Nada, a menos
que uno tenga en cuenta la cuestión de la pelota de golf desaparecida como
digna de mención. Charlie decidió que no lo era; las pelotas de golf
desaparecían demasiado a menudo. De hecho, para un golfista de renombre, era
normal perder al menos una pelota en dieciocho agujeros.
Y fue entre los
matorrales además.
Había lanzando
un slice largo fuera del tee en el catorce, y vio la bola trazar una curva en
el fairway, golpear, rebotar, y pararse detrás de un árbol grande; con el árbol
directamente entre la pelota y el green.
El «¡Maldita
sea!» de Charlie había sido alto y apasionado, porque sobre el fairway habría
tenido una excelente oportunidad de bajar de cien. Ahora tenía que perder un
golpe para mandar la pelota de nuevo al fairway.
Esperó hasta
que Pete dio un golpe con efecto entre los árboles del otro lado, y después se
echó al hombro la bolsa y caminó hacia la pelota.
No estaba allí.
Detrás del
árbol y cerca del punto donde pensaba que había caído la pelota había una
corona de flores marchitas con una cinta púrpura que se entreveía entre ellas.
Charlie lo cogió para mirar debajo, pero la pelota no estaba allí.
Así que debía
haber rodado más lejos, miró pero no puedo encontrarla. Pete, entre tanto,
había encontrado su pelota y dio su golpe de recuperación. Cruzó para ayudar a
Charlie a buscar y después hicieron un gesto con la mano al grupo de cuatro que
les seguía para que continuaran jugando.
- Creí que se
había parado aquí -, dijo Charlie, - pero debe haber seguido rodando. Bueno, si
no la encontramos cuando hayan terminado de jugar esos cuatro, sacaré otra.
Dime, ¿cómo ha llegado esta cosa aquí?
Se dio cuenta
de que todavía tenía la corona en su mano. Pete lo miró y se encogió de
hombros.
- Por Dios,
menuda combinación de colores. Violeta, rojo y verde con una cinta púrpura.
Apesta -. La cosa olía un poco, aunque Pete no estaba lo bastante cerca para
notarlo, y no se refería a eso.
- Sí, pero ¿qué
es? ¿Cómo llegó?
Pete sonrió.
- Parece una de
esas cosas que los hawaianos llevan alrededor del cuello. Leis los llaman, ¿no?
¡Eh!
Se dio cuenta
de la mirada herida en la cara de Charlie y cogió firmemente la cosa de las
manos de Charlie y la lanzó entre los árboles.
- Mira, hijo, -
dijo, - no vayas a añadir esta maldita cosa a tu cadena de coincidencias. ¿Qué
más da quien la dejo aquí o por qué? Vamos, encuentra la pelota y preparémonos.
Los del grupo de cuatro ya están en el green.
No encontraron
la pelota.
Así que Charlie
sacó otra. La lanzó al centro del fairway y después con un golpe con el brassie
llegó a diez pies del banderín. Y terminó el hoyo en cinco golpes en un par
cinco, aun con el golpe de penalización por la pelota perdida.
Y al final
terminó bajo cien. Después, de vuelta al club, mientras se vestían, dijo:
- Escucha,
Pete, sobre la pelota que perdí en el hoyo catorce. ¿No es curioso que...
- Mierda, -
gruñó Pete. - ¿No has perdido ninguna pelota antes? A veces crees ver donde
caen, y está veinte o incluso cuarenta pies más lejos. La perspectiva te
engañó.
- Sí, pero...
Ahí estaba el
«pero» otra vez. Parecía ser la última palabra en todo lo que le pasaba
últimamente. Cosas raras pasan de vez en cuando y se pueden explicar cada una
si se consideran de uno en una, pero...
- Tómate un
trago -, sugirió Pete y le alcanzó la botella.
Charlie lo hizo,
y se sintió mejor. Tomo varios. No importaba, porque por la noche Jane iba a
una fiesta dada por algunas amigas y no se lo notaría en el aliento.
- Pete, ¿tienes
planes para esta noche? Jane está ocupada, y es una de mis últimas noches de
soltero...
Pete sonrió.
- ¿Qué quieres
decir, que qué vamos a hacer o si os vamos a emborrachar? Vale, cuenta conmigo.
Quizás podamos conseguir a alguien más del grupo. Es sábado y ninguno trabaja
mañana.
X
Y fue
indudablemente bueno que ninguno de ellos tuviera que trabajar el domingo,
porque algunos estaban disponibles. Fue una despedida de soltero con mucho
éxito. Bebidas en Tony’s, y después a una bolera hasta que al encargado empezó
a cabrearle el que hubiera gente lanzando bolas que empezaban en una pista, saltaban
al canal y derribaban bolos en la pista de al lado.
Y entonces
fueron...
A la mañana
siguiente Charlie trató de recordar todos los lugares en los que estuvieron y
todas las cosas que hicieron, y decidió que se alegraba de no poder. Por una
razón, tenía una idea confusa de haber tratado de iniciar una pelea con un
músico de guitarra hawaiana que llevaba un lei, y que borracho le había acusado
de robarle su pelota de golf. Pero los otros le habían arrastrado fuera del
lugar antes de que llegara la policía.
Y en algún
lugar, alrededor de la una de la mañana había comido, y Charlie se había
empeñado en probar cuatro locales antes de encontrar uno en el que sirvieran
pato. Iba a vengar su pelota de golf comiendo pato.
Fue toda una
juerga muy tonta y muy divertida. Sin duda merecía una pequeña resaca.
Después de
todo, uno sólo se casa una vez. Al menos con una chica como Jane Pemberton
enamorada de él, sólo se casa una vez.
No pasó nada
raro el domingo. Vio a Jane y cenó de nuevo con los Pemberton. Y cada vez que
miraba a Jane o la tocaba, Charlie tenía la sensación de ser un piloto novato
haciendo su primer looping con un avión veloz, pero eso no era nada
extraordinario. El pobre tipo estaba enamorado.
XI
Pero el
lunes...
El lunes fue el
día que los planes se fueron al garete. Después de las cinco y cincuenta y
cinco de la tarde del lunes, Charlie supo que no había esperanza.
Por la mañana,
se puso de acuerdo con el cura que iba a celebrar la boda, y por la tarde hizo
un montón de compras de ropa de última hora. Vio que le llevaría más tiempo del
que había pensado.
A las cinco y
media comenzó a dudar que le diese tiempo de ir a buscar el anillo de bodas.
Había sido comprado y pagado previamente, pero estaba todavía en la joyería
para que le grabasen las iniciales.
A las cinco y
media estaba todavía en el otro lado de la ciudad, esperando que le arreglaran
un traje, y llamó a Pete Johnson desde el sastre:
- Oye, Pete,
¿podrías hacerme un recado?
- Claro,
Charlie. ¿Qué pasa?
- Quiero
recoger el anillo de bodas antes de que cierre la tienda a las seis, así no
tendré que ir al centro mañana. Está en tu manzana, es la tienda de Scorwald
& Benning. Ya está pagada; ¿lo recoges por mí? Les llamaré para que te lo
den.
- Será un
placer. Dime, ¿dónde estas? Cenaré esta noche en el centro; ¿quieres zampar
conmigo?
- Claro, Pete.
Escucha, quizás pueda llegar a la joyería a tiempo: te llamo sólo para
asegurarme. Mira; nos encontraremos allí. Estate allí cinco minutos antes de
las seis, para asegurarnos de conseguir el anillo, y yo llegaré allí al mismo
tiempo si puedo. Si no puedo, espérame fuera. No llegaré más tarde de las seis
y cuarto.
Y Charlie colgó
el teléfono y vio que el sastre ya tenía el traje listo. De hecho no le hubiera
hecho falta llamar a Pete. Llegaría allí fácilmente a las seis menos cinco.
Y faltaban sólo
unos segundos cuando salió del taxi, pagó al conductor y caminó hacia la
entrada.
En el momento
en que cruzó el umbral de Scorwald & Benning cuando notó un olor peculiar.
Sólo tuvo que dar un paso más para reconocerlo, y entonces ya era tarde para
hacer nada.
Le había
atrapado. Inconscientemente había respirado profundamente para reconocerlo y el
olor era tan fuerte, tan puro, que no necesitó ni un segundo. Sus pulmones se
llenaron con ello.
Y el suelo
pareció distorsionarse antes sus ojos y estar a una milla de él, para acercarse
después lentamente hacia él. Lentamente, pero le estaba alcanzando. Sintió que
estaba suspendido en el aire por un momento. Después, antes de que aterrizara,
todo se volvió misericordiosamente negro y vacío.
XII
«Éter»
Charlie miró
enfadado al doctor uniformado de blanco.
- Pero, ¿cómo
demonios podía yo haber conseguido una dosis de éter?
Peter estaba
allí también, mirándole por encima del hombro del doctor. La cara de Pete
estaba blanca y tensa. Incluso antes de que el doctor se encogiera de hombros,
Pete estaba diciendo:
- Escucha,
Charlie, el doctor Palmer viene de camino. Les he dicho...
Charlie sentía
el estómago revuelto, muy revuelto. El doctor que había dicho «Éter» no estaba,
ni tampoco el doctor Palmer, pero Pete ahora parecía estar discutiendo con un
caballero de aspecto muy distinguido con una gran barba y ojos como los de un
polluelo de halcón.
Pete estaba
diciendo:
- Deje al pobre
tipo en paz. Maldita sea, le conozco de toda la vida. No necesita un
psiquiatra. Claro que decía cosas raras mientras estaba bajo su influencia,
pero ¿no habla todo el mundo estúpidamente bajo la influencia del éter.
- Pero mi joven
amigo... - la voz del hombre alto sonaba melosa, - esta usted malinterpretando los motivos del hospital
para pedir examinarle. Quiero probar que está cuerdo. Si es posible. Podría
tener una razón legítima para tomar el éter. Y además el asunto de la semana
pasada, cuando estuvo aquí por primera vez. Seguramente un hombre normal...
- Pero, maldita
sea, él no tomó el éter por sí mismo. Le vi entrar por la puerta tras apearse
del taxi. Andaba con naturalidad y tenía las manos a los lados del cuerpo. Y
después, de repente, simplemente cayó redondo.
- ¿Está sugiriendo
que alguien cerca de él lo hizo?
- No había
nadie cerca de él.
Los ojos de
Charlie estaban cerrados pero por el tono de voz del psiquiatra sabía que
estaba sonriendo.
- Entonces,
¿cómo, mi joven amigo, sugiere que fue anestesiado?
- Maldita sea,
no lo sé. Sólo digo que él no...
- ¡Pete! -
Charlie reconoció su propia voz y se dio cuenta de que sus ojos estaban
abiertos de nuevo. - Dile que se vaya al infierno. Dile que me examine si
quiere. Claro que estoy loco. Cuéntale lo del gusano y el pato. Llévame al
manicomio. Dile...
- ¡Ja! - De
nuevo sonó la voz del hombre de la barba. - ¿Ha tenido antes... eh...
ilusiones?
- ¡Charlie,
cállate! Doctor, todavía está bajo la influencia del éter; no le escuche. No es
justo examinar a un tipo que no sabe de qué está hablando. Por Dios, yo...
- ¿Justo? Amigo
mío, la psiquiatría no es un juego. Le aseguro que tengo un profundo interés en
este joven. Quizás su... eh... aberración tenga cura, y deseo...
Charlie se
sentó en la cama. Gritó.
- ¡Salga de
aquí antes de que...!
Las cosas se
volvieron negras de nuevo.
La tortuosa
oscuridad, espesa, humeante y mareante. Y se sintió avanzar por un estrecho
túnel hacia una luz. Luego, de repente, supo que estaba consciente de nuevo.
Pero quizás había alguien cerca de él que hablaría con él y le haría preguntas
si abría los ojos, así que los mantuvo bien cerrados.
Mantuvo bien
cerrados los ojos y pensó.
Debía haber una
respuesta.
No había
ninguna respuesta.
Un gusano de
angelical.
Una ola de
calor.
Un pato en una
vitrina de monedas.
Una corona de
feas flores marchitas.
Éter en un
umbral.
Conéctalos;
debe haber una conexión, tenía que tener sentido. ¡Tenía que tener sentido!
Al menos un
común denominador. Algo que los conectase, que los uniese en series coherentes,
algo que pudiera entenderse, algo ante lo que se pudiese hacer algo. Algo que
combatir.
Gusano.
Calor.
Pato.
Corona.
Éter.
Gusano.
Calor.
Pato.
Corona.
Éter.
Gusano, calor,
pato, corona, éter, gusano, calor, pato, corona...
Le golpeaban la
cabeza como un tam-tam; le gritaban desde la oscuridad y parloteaban.
XIII
Debía haberse
dormido, si se puede llamar dormir.
Era pleno día
de nuevo, y sólo había un enfermera en la habitación.
- ¿Qué... día
es hoy? - Le preguntó.
- Miércoles por
la tarde, señor Wills. ¿Puedo hacer algo por usted?
Miércoles por
la tarde. El día de la boda.
No tendría que
cancelarla ya. Jane lo sabía. Todo el mundo lo sabía. Había sido cancelada por
él. Había sido débil por no hacerlo por sí mismo antes de...
- Hay gente
esperando verle, señor Wills. ¿Se siente los suficientemente bien para recibir
visitas?
- Yo... ¿Quién?
- Una tal
señorita Pemberton y su padre. Y un tal señor Johnson. ¿Quiere verles?
Bueno, ¿quería?
- Oiga, - le
dijo, - ¿Qué me pasa exactamente? Quiero decir...
- Ha sufrido un
shock severo. Pero ha dormido plácidamente las últimas veinticuatro horas.
Físicamente está bastante bien. Incluso puede levantarse si lo desea. Pero, por
supuesto, no puede irse.
Por supuesto
que no podía irse. Lo tenían por un candidato para el manicomio. Un excelente
candidato. Un hombre joven muy apropiado.
Miércoles. El
día de la boda.
Jane.
No podría
soportar ver...
- Mire, - dijo,
- ¿podría hacer entrar al señor Pemberton sólo? Preferiría...
- Desde luego.
¿Puedo hacer algo más por usted?
Charlie sacudió
la cabeza tristemente. Sentía una gran pena por sí mismo. ¿Alguien podía hacer
algo por él?
El señor
Pemberton le dio la mano calladamente.
- Charles, no
sé cómo empezar a decirte cuánto siento...
Charlie asintió
con la cabeza.
- Gracias.
Yo... supongo que entiende por qué no quiero ver a Jane. Me doy cuenta de
que... de que por supuesto no puedo...
El señor
Pemberton asintió.
- Jane... eh...
lo comprende, Charles. Quiere verte, pero se da cuenta de que podría haceros
sentir peor a los dos, al menos por ahora. Y Charles, si hay algo que alguno de
nosotros pueda hacer...
¿Qué podía
hacer nadie?
¿Quitarle las
alas a un gusano?
¿Sacar un pato
de una vitrina?
¿Encontrar una
pelota de golf perdida?
Pete entró
después de que los Pembertons se hubieran ido. Era un Pete más callado y
tranquilo del que había visto hasta entonces.
- Charlie, ¿te
sientes con fuerzas para hablar del tema?
Charlie
suspiró.
- Si sirviera
de algo sí. Físicamente me siento bastante bien. Pero...
- Escucha,
tienes que mantener la cabeza alta. Hay una respuesta en alguna parte. Escucha,
estaba equivocado. Hay una conexión, una unión entre todas estas cosas raras
que te han pasado. Tiene que haberla.
- Seguro -,
dijo Charlie cansado. - ¿Cuál?
- Eso es lo que
tenemos que averiguar. En primer lugar, tenemos que engañar a los psiquiatras
que te van a examinar. Tan pronto como crean que estás lo suficientemente bien
para aguantarlo. Ahora, examinemos el caso desde su punto de vista de manera
que sepamos qué decirles. Primero...
- ¿Cuánto
saben?
- Bueno,
deliraste mientras estabas inconsciente, sobre el asunto del gusano, del pato y
de la pelota de golf. Pero puedes hacer pasar eso como los delirios normales.
Hablabas en sueños. Soñabas. Simplemente niega conocer nada del tema. Por
supuesto, el asunto del pato estaba en los periódicos, pero no era una gran
historia y tu nombre no aparecía en ella. Así que nunca lo relacionarán. Si lo
hacen, niégalo. Ahora faltan las dos veces que te caíste redondo y fuiste
traído aquí inconsciente.
Charlie
asintió.
- ¿Y qué
suponen de eso?
- Están
sorprendidos. Sobre el primero no pueden hacer mucho. Se inclinan por dejarlo
estar. El segundo... Bueno, insisten en que de algún modo tú mismo te
administraste el éter.
- ¿Pero por
qué? ¿Por qué iba nadie a administrarse éter a sí mismo?
- Ningún hombre
cuerdo lo haría. Esa es la cuestión; dudan de tu cordura porque piensan que lo
hiciste. Si puedes convencerles de que estás cuerdo, entonces... Mira, tienes
que animarte. Están clasificando tu actitud como una melancolía aguda, y eso
está cerca de lo maníaco depresivo. ¿Ves? Tienes que actuar animadamente.
-
¿Animadamente? ¿Cuándo se suponía que iba a casarme hoy a las dos? Por cierto,
¿qué hora es?
Pete echó un
vistazo a su reloj y dijo:
- Eh... ¿qué
más da? Y si te preguntan por qué te sientes enfermo mentalmente, diles...
- Maldita sea,
Pete, desearía estar loco. Al menos, estar loco le daría sentido. Y si este
asunto continúa, yo...
- No hables
así. Tienes que luchar.
- Sí, - dijo
Charlie sin entusiasmo, - ¿Luchar contra qué?
Sonó un pequeño
golpe en la puerta y la enfermera echó un vistazo a la habitación.
- Se terminó su
tiempo, señor Johnson. Tiene que marcharse.
XIV
La falta de
acción y la futilidad del círculo vicioso de pensamientos que no llevan a
ninguna parte. Al final tenía que hacer algo o volverse loco.
¿Vestirse?
Pidió que le dieran sus ropas y se las dieron, sólo que le dieron zapatillas en
vez de sus zapatos. De todos modos, vestirse le llevo tiempo.
Y sentarse en
una silla fue un cambio respecto a estar tumbado en la cama. Y caminar arriba y
abajo fue un cambio respecto a estar sentado en una silla.
- ¿Qué hora es?
- Las siete en
punto, señor Wills.
Las siete en
punto; debería llevar casado cinco horas.
Casado con
Jane; la guapa, preciosa, dulce, cariñosa, comprensiva, suave y amorosa Jane
Pemberton. Hacía cinco horas que debía ser Jane Wills.
Nunca más.
A no ser...
El problema.
Resolverlo.
O volverse
loco.
¿Por qué no
puede un gusano tener un halo?
- El doctor
Palmer ha venido a verle, señor Wills. ¿Le...?
- Hola,
Charles. He venido tan pronto como he podido después de enterarme de que había
salido de su... coma... Me retuvo un caso. ¿Cómo se encuentra?
Se sentía
fatal.
A punto de
gritar y empezar a arrancar el papel de las paredes, sólo que la pared estaba
pintada de blanco y no empapelada. Y gritar, gritar...
- Me siento
estupendamente, doctor -, dijo Charlie.
- ¿Le ha pasado
algo... eh... extraño desde que está aquí?
- Nada en
absoluto. Pero, doctor, ¿cómo se explica...?
El doctor
Palmer lo explicó. Los médicos siempre lo explican. El aire se llenó con
palabras como psiconeurótico, autohipnosis y traumas.
Finalmente,
Charlie volvió a quedarse solo. Se las arregló para despedirse del doctor
Palmer sin gritar ni destrozarle a golpes.
- ¿Qué hora es?
- Las ocho.
Seis horas
casado.
¿Por qué un
pato?
Resuélvelo.
O vuélvete
loco.
¿Qué pasaría a
continuación? Seguramente estas cosas me ocurrirán durante el resto de mis días
y tendré que arreglármelas en el manicomio para siempre
Las ocho en
punto.
Seis horas
casado.
¿Por qué un
lei? ¿Éter? ¿Calor?
¿Qué tenían en
común? ¿Y por qué un pato?
¿Y qué será lo
próximo? ¿Cuándo será? Bueno, quizás podría suponerlo. ¿Cuántas cosas le habían
pasado hasta ahora? Cinco... si contaba la bola de golf perdida. ¿Cada cuánto
tiempo? Veamos... lo del gusano fue el domingo por la mañana cuando se fue a
pescar; el desmayo por el calor fue el martes; el pato en el museo el jueves al
mediodía, el antepenúltimo día trabajó; el juego de golf y el lei fueron el
sábado; el éter el lunes...
Cada dos días.
¿Periodicidad?
Había estado
paseando arriba y debajo de la habitación, ahora de repente sacó de su bolsillo
un lápiz y una libreta, y se sentó en una silla.
¿Podría haber
una periodicidad exacta?
Escribió
«gusano» y se detuvo a pensar. Pete le iba a pasar a buscar para ir a pescar a
las seis menos cinco y bajo las escaleras justo a esa hora y se puso a cavar en
el macizo de flores... Sí eran las seis menos cinco de la mañana. Lo escribió.
«Calor» Humm,
estaba a una manzana del trabajo y debía entrar a trabajar a las ocho y media,
y cuando dobló la esquina vio que tenía cinco minutos para llegar, y entonces
vio el carro y... Escribió «Ocho y veinticinco» y calculó.
Dos días, tres
horas y diez minutos.
Veamos, ¿cuál
iba después? El pato en el museo. Podría calcular el tiempo muy bien también.
El viejo Hapworth le había dicho que se fuera a comer pronto y salió a las...
hum... once y veinticinco, y le llevó, digamos, diez minutos recorrer la
manzana hasta el museo, bajar por el corredor principal y llegar a la sala de
numismática... Digamos, que las once y treinta y cinco.
Restó esta
cifra a la anterior.
Y silbó.
Dos días, tres
horas y diez minutos.
¿El lei? Um,
salieron del club a eso de la una y media. Digamos que tardaron una hora y
cuarto en jugar los primeros trece hoyos, y... bueno, digamos que fue entre las
dos y media y las tres. Hagamos la media y dejémoslo en las dos y cuarenta y
cinco. Eso sería bastante aproximado. Restémoslo.
Dos días, tres
horas y diez minutos.
Periodicidad.
Restó el
siguiente primero... el cuarto episodio debió tener lugar a las cinco y
cincuenta y cinco del lunes. Si...
Sí, había sido
exactamente a las seis menos cinco cuando había entrado por la puerta de la
joyería y le habían anestesiado.
Exactamente.
Dos días, tres
horas, diez minutos.
Periodicidad.
PERIODICIDAD.
Por fin una
conexión. Probaba que todos estos extraños sucesos formaban parte de un todo.
Cada... eh... cincuenta y una horas y diez minutos algo raro pasaba.
Pero, ¿por qué?
Asomó la cabeza
por el corredor.
- Enfermera.
ENFERMERA. ¿Qué hora es?
- Las ocho y
media, señor Wills. ¿Puedo llevarle algo?
Sí. No.
Champagne. O una camisa de fuerza. ¿El qué?
Había resuelto
el problema. Pero la respuesta no tenía mucho más sentido que el problema
mismo. Incluso menos. Y hoy...
Lo calculó
rápidamente.
En treinta y
cinco minutos.
¡Le pasaría
algo en treinta y cinco minutos!
Algo como un
gusano con alas o un pato graznando y ahogándose en una caja hermética, o...
¿O quizás algo
peligroso de nuevo? Calor abrasador, anestesia repentina...
¿Quizás algo
peor?
¿Una cobra, un
unicornio, un demonio, un hombre lobo, un vampiro, un monstruo sin nombre?
A las nueve y
cinco. En media hora.
Con la
repentina corriente de aire frío proveniente de la ventana abierta sintió su
frente fría. Porque estaba húmeda con sudor.
En media hora.
XV
Camina arriba y
abajo, cuatro pasos en un sentido y cuatro en el contrario. Piensa, piensa,
PIENSA.
Has resuelto
una parte; ¿qué falta? Hazlo, o acabará contigo.
Periodicidad;
eso es una parte. Cada dos días, tres horas y diez minutos...
Algo pasa.
¿Por qué?
¿Qué?
¿Cómo?
Están
conectadas, esas cosas, forman parte de una estructura y tienen sentido de
algún modo o no estarían separadas por un periodo concreto de tiempo.
Conectar:
gusano, calor, pato, lei, éter...
O volverse
loco.
Loco. Loco.
LOCO.
Conectar: los
patos comen gusanos, ¿o no? El calor es necesario para que crezcan las flores
para hacer leis. Los gusanos pueden comer flores por lo que sabía, pero ¿qué
tienen que ver con leis?, y ¿qué tiene que ver el éter con un pato? El pato es
un animal, el lei es vegetal, el calor es una vibración, el éter es gaseoso, un
gusano es... ¿qué demonios es un gusano? ¿Y por qué un gusano que vuela? ¿Por
qué estaba el pato en la vitrina? ¿Y la moneda china con un agujero perdida?
¿Sumas o restas la pelota de golf, y si X es igual a un halo e Y es igual a un
ala, entonces X más 2Y más un gusano es igual a...
Fuera, en
alguna parte, un reloj daba la hora en la creciente oscuridad.
Una, dos, tres,
cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve...
Las nueve en
punto.
Faltaban cinco
minutos.
En cinco
minutos pasaría algo de nuevo.
Cobra,
unicornio, demonio, hombre lobo, vampiro. O algo frío y pegajoso y sin nombre.
Cualquier cosa.
Se paseaba
arriba y abajo, cuatro pasos para un lado y cuatro pasos para el otro.
Piensa, PIENSA.
Jane perdida
para siempre. Queridísima Jane, en cuyos brazos todo era felicidad, Jane,
cariño, no estoy loco, estoy peor que loco. Estoy...
¿QUÉ HORA ES?
Debían haber
pasado dos minutos de las nueve. Tres.
¿Qué está
viniendo? Cobra, demonio, hombre lobo...
¿Qué sería esta
vez?
A las nueve y
cinco... ¿qué?
Debían haber
pasado cuatro ahora; sí, debían haber pasado al menos cuatro minutos, quizás
cuatro y medio...
De repente,
gritó. No podía soportar la espera.
No podía
resolverlo. Pero tenía que resolverlo.
O volverse
loco.
LOCO.
Ya debía de
estar loco. Demasiado loco para tolerar vivir, tratando de luchar con algo con
lo que no podía luchar, tratando de golpear algo que no se puede golpear.
Golpeando su cabeza contra...
Ahora iba
corriendo, fuera, por el pasillo.
Quizás si se
daba prisa, podría matarse antes de que fueran las nueve y cinco. Nunca tendría
que saberlo. MUERE, MUERE Y SUPÉRALO TODO. ES LA ÚNICA MANERA DE GANAR EL
JUEGO.
Cuchillo.
Habría un
cuchillo en alguna parte. Un escalpelo es un cuchillo.
Pasillo abajo.
La voz de una enfermera detrás de él, gritando. Pasos.
Correr. ¿A
dónde? A cualquier parte.
Le quedaba
menos de un minuto. Quizás segundos.
Quizás ya eran
las nueve y cinco. ¡Deprisa!
Una puerta
tenía el cartel de «Almacén» la abrió de golpe.
Estanterías de
ropa blanca. Fregonas y escobas. No puedes suicidarte con una fregona o una
escoba. Podías ahorcarte con la ropa blanca, pero no en menos de un minuto y
con doctores e internos viniendo.
Uniformes.
Cubos. Matarse, pero ¿cómo? Ah. Allí, en la estantería superior...
Una caja de
cartón, abierta, marcada como «Lejía».
¿Doloroso?
Seguro, pero no duraría mucho. Sobreponte. La caja está en su mano, la esquina
abierta, y el contenido vertido en su boca.
Pero no eran
unos polvos fuertes y blancos. Todo lo que salió de la caja de cartón fue una
pequeña moneda de cobre. La sacó de su mano y la sujetó, y la miró con ojos
sorprendidos.
Entonces eran
las nueve y cinco; de la caja de lejía había salido una pequeña moneda
extranjera de cobre. No, no era el tael de haikwan chino que había desaparecido
de la vitrina del museo, porque aquella era de plata y tenía un agujero en
medio. Y las letras no eran chinas. Si se acordaba de sus monedas, parecía
rumana.
Y entonces unas
manos fuertes cogieron a Charlie por los brazos y le llevaron de nuevo a la
habitación, donde alguien habló con él tranquilamente durante mucho tiempo.
Y se durmió.
XVI
Se despertó el
martes por la mañana de un sueño sin sueños, y se sintió extrañamente fresco y
raramente animado.
Probablemente
porque, en aquellos horribles treinta y cinco minutos de espera que había
vivido la noche anterior, había tocado fondo. Y rebotado.
Un psiquiatra
podría haberlo explicado diciendo que había sufrido, bajo el stress de una gran
emoción, una lesión temporal que le había llevado a un estado casi de locura
maníaco-depresiva. A los psiquiatras les gusta hacer las cosas simples
complicadas.
El hecho era
que el pobre chico había perdido la cabeza durante unos minutos.
Y el absurdo
anticlímax de la pequeña moneda de cobre había sido el punto de inflexión.
Esperaba algo horrible, innombrable... y se encontraba con un pequeña moneda de
cobre. Había sido casi un tratamiento profiláctico, si eras capaz de reírte.
Y Charlie se
había reído aquella noche. Quizás por eso su habitación parecía hoy diferente.
La ventana ahora estaba en una pared diferente y tenía barras. Los psiquiatras
a veces malinterpretan el sentido del humor.
Pero esa mañana
se sentía lo bastante animado para pasar por alto las implicaciones de la
ventana con barrotes. Era un brillante nuevo día con el sol brillando entre los
barrotes, y era otro día y estaba todavía vivo y tenía otra oportunidad.
Y lo mejor de
todo, sabía que no estaba loco.
A menos que...
Miró y vio sus
ropas colgando del respaldo de una silla. Se sentó, sacó las piernas de la cama
y miró en el bolsillo de su abrigo para ver si estaba la moneda donde la había
dejado cuando le atraparon.
Estaba.
Entonces...
Se vistió
lentamente, pensativo.
Ahora, a la luz
de la mañana, se dio cuenta de que se podía resolver el asunto. Seis, (ahora
eran seis), cosas raras, pero definitivamente conectadas. Había comprobado la
periodicidad.
Dos días, tres
horas y diez minutos.
Y cualquiera
que fuera la respuesta, no era malvado. Era impersonal. Si hubiera querido
matarle, hubiera tenido la oportunidad la noche anterior; hubiera tenido que
afectar a otra cosa y no a la lejía en el paquete. Había lejía en el paquete cuando
lo cogió; lo había notado en el peso. Y entonces dieron las nueve y cinco y en
vez de lejía había una pequeña moneda de cobre.
Aquello no era
amistoso tampoco; o no le habría inflingido el calor y la anestesia. Debía ser
algo impersonal.
Una moneda en
vez de lejía.
¿Eran siempre
sustituciones de una cosa por otra?
Humm. Un lei
por una pelota de golf. Una moneda por lejía. Un pato por una moneda. Pero, ¿y
el calor? ¿Y el éter? ¿Y el gusano?
Fue hacia la
ventana y miró un rato fuera la cálida luz del sol caer sobre el verde césped,
y se dio cuenta de que la vida era dulce. Y que si se tomaba esto con calma y
no dejaba que lo superara otra vez podría vencerlo fácilmente todavía.
La primera
pista ya era suya.
Periodicidad.
Tómatelo con
calma; piensa en otras cosas. Mantén tu mente fuera de la noria y quizás
llegará la respuesta.
Se sentó al
borde de la cama y sacó de su bolsillo el lápiz y la libreta que todavía
estaban allí, y el papel en el que había hecho sus cálculos del tiempo. Estudió
estos cálculos con cuidado.
Con calma.
Y al final de
la lista escribió «9:05» y añadió la palabra «lejía» y una línea. La lejía se
había convertido en... ¿qué? Dibujó un paréntesis y empezó a llenarlo con las
palabras que podrían usarse para describir la moneda; moneda, cobre, disco...
Pero esas eran generales. Tenía que haber un nombre específico para esa cosa.
Quizás...
Apretó el botón
que encendería la bombilla de afuera y un momento después oyó una llave girar
en la cerradura y abrirse la puerta. Era un celador esta vez.
Charlie le
sonrió.
- Buenos días,
- dijo. - ¿Sirven el desayuno aquí o me tendré que comer le colchón?
El celador
sonrió, y se le notó algo aliviado.
- Seguro. El
desayuno está listo; ¿le traigo algo?
- Y... uh...
- ¿Sí?
- Hay algo que
quiero comprobar, - dijo Charlie. - ¿Habrá algún buen diccionario a mano? Y si
lo hay, ¿sería pedir demasiado que me dejara echarle un vistazo unos minutos?
- Bueno,...
supongo que está bien. Hay uno en la oficina y no lo usan a menudo.
- Eso es
estupendo. Gracias.
Pero echó la
llave cuando se fue.
El desayuno
vino media hora después pero el diccionario no llegó hasta media mañana.
Charlie se preguntó si habría habido una reunión para discutir sus
posibilidades letales. De todos modos, llegó.
Esperó a que el
celador se hubiera ido y después puso el gran volumen sobre la cama y lo abrió
por las láminas en color que mostraban las monedas del mundo. Sacó la moneda de
cobre de su bolsillo y la puso al lado de la lámina para empezar a compararla
con las ilustraciones, particularmente con las monedas de los países
balcánicos. No, no había ninguna parecida entre las monedas de cobre. Probó con
las de plata... sí, había una moneda con la misma cara en ella. Rumana. El
texto... sí, era idéntica excepto en la denominación.
Charlie pasó a
la tabla de acuñación. Debajo de Rumania...
Se quedó
boquiabierto.
No podía ser.
Pero lo era.
Era imposible
que las seis cosas que le habían ocurrido pudieran ser...
Estaba
respirando rápidamente de excitación según pasaba las ilustraciones del final
del diccionario, encontraba las páginas sobre pájaros, y empezaba a mirar entre
los patos. Pecho moteado, cuello corto y una línea oscura que empezaba justo
debajo del ojo...
Y sabía que
encontraría la respuesta.
Encontraría el
factor, además de la periodicidad, que conectaba las cosas que habían pasado.
Si encajaba con los otros, podía estar seguro. ¿El gusano? Bueno... seguro... y
sonrió ante esto. ¿La ola de calor? Obviamente. ¿Y el asunto en el campo de
golf? Ese era más difícil, pero un rato pensando se lo solucionó.
El problema del
éter le llevó un poco más de tiempo. Le llevó un montón de caminar arriba y
abajo resolverlo, pero finalmente lo consiguió.
¿Y entonces?
Bueno, ¿qué podía hacer él?
¿Periodicidad?
Sí, esto encajaba. Si...
La próxima vez
sería... hummm... a las doce y cuarto del sábado por la mañana.
Se sentó a
pensar. La cosa era completamente increíble. La respuesta era más difícil de
tragar que el problema.
Pero... ahora
todo encajaba. ¿Seis coincidencias, separadas por un periodo de tiempo exacto?
Esta bien,
olvidemos lo increíble que es, ¿qué vas a hacer? ¿Cómo iba conseguir llegar a
hacer que lo supieran?
Bueno...
¿quizás cogiendo ventaja respecto al fenómeno mismo?
El diccionario
estaba todavía allí y Charlie volvió a cogerlo y comenzó a mirar en el índice
geográfico. Debajo de «H»
¡Guau! Había
una que le daba una oportunidad doble. Y sólo a cien millas.
Si pudiera
salir...
Llamó al timbre
y entró el celador.
- He terminado
con el diccionario -, le dijo Charlie. - Y, oiga, ¿podría hablar con el doctor
encargado de mi caso?
Comprobó que el
doctor encargado de su caso era todavía el doctor Palmer, y que ya venía de
todos modos.
Le dio la mano
a Charlie y le sonrió. Esa era una buena señal, ¿o no?
Bueno, si ahora
podía mentir lo bastante convincentemente...
- Doctor, me
siento estupendamente esta mañana. - Le dijo Charlie. - Y escuche,... he
recordado una cosa de la que quiero hablarle. Algo que me pasó el domingo, un
par de días antes de la primera vez que me trajeron al hospital.
- ¿De qué se
trata, Charlie?
- Yo fui a
nadar, y eso podría haber provocado la quemadura del martes por la mañana, y
quizás otras cosas. Cogí prestado el coche de Pete Johnson... - ¿Comprobarían
eso? Quizás no. -...y me perdí fuera de la carretera, encontré una estupendo
estanque, me desvestí y entré en él. Y ahora me acuerdo que me tiré de cabeza y
quizás me golpeé la cabeza contra una roca, porque lo siguiente que recuerdo es
estar de vuelta en la ciudad.
- Hummm, - dijo
el doctor Palmer. - Eso explica la quemadura solar y quizás también...
- Es curioso
que me haya acordado de golpe esta mañana al despertar, - dijo Charlie. -
Supongo...
- Se lo dije a
esos idiotas, - dijo el doctor Palmer, - que no podía haber ninguna conexión
entre la quemadura de tercer grado y su desmayo. Por supuesto la había, de
algún modo. Quiero decir que el golpearse la cabeza mientras nadaba sería la
causa... Charles, estoy muy contento que lo haya recordado. Al menos sabemos la
razón por la que ha actuado así, y podemos tratarlo. De hecho puede estar
curado ya.
- Creo que sí,
doctor. Realmente me siento bien ahora. Como si me hubiera despertado de una
pesadilla. Supongo que he hecho el tonto un par de veces. Tengo un vago
recuerdo de haber comprado éter y algo sobre lejía... pero como cosas ocurridas
en un sueño, y ahora mi mente es tan clara como el agua. Algo pareció surgir de
repente esta mañana, y estaba bien de nuevo.
El doctor
Palmer sonrió.
- Me siento
aliviado, Charles. Francamente, nos tenía bastante preocupados. Por supuesto,
tendré que hablar de esto con el equipo médico y tendremos que examinarle a
fondo, pero creo...
Vinieron otros
doctores e hicieron preguntas y examinaron su cráneo... pero la lesión que
hubiera producido la roca parecía haberse curado. De todos modos, no pudieron
encontrarla.
Si no hubiera
sido por su intento de suicidio de la noche anterior, hubiera podido irse del
hospital en ese instante. Pero en vez de eso insistieron en tenerlo bajo
observación durante veinticuatro horas. Y Charlie estuvo de acuerdo; eso le
daría un tiempo durante la tarde del viernes y eso no pasaría hasta las doce y
cuarto de la mañana del sábado.
Suficiente
tiempo para recorrer cien millas.
Simplemente si
cuidaba cada cosa que hacía o decía entre tanto, y no hacía ningún movimiento o
comentario que un psiquiatra pudiese interpretar...
Holgazaneó y
descansó.
Y a las cinco
en punto de la tarde del viernes todo estaba bien, dio la mano a todo el mundo
y fue un hombre libre de nuevo. Había prometido informar al doctor Palmer
regularmente durante unas cuantas semanas.
Pero era libre.
XVII
Lluvia y
oscuridad.
Una llovizna
desagradable y fría comenzó a calar sus ropas desde la nuca hasta los zapatos
en cuanto se apeo del tren en el pequeño andén de madera.
Pero la
estación estaba allí, y en uno de sus laterales un letrero le dijo el nombre de
la ciudad. Charlie lo miró y sonrió, y entró en la estación. Había una alegre y
pequeña estufa de carbón en el centro de la habitación. Tenía tiempo de
calentarse antes de empezar. Acercó las manos a la estufa.
Desde un lado
de la habitación una cabeza gris lo miró con curiosidad a través de la
ventanilla de la taquilla. Charlie saludó con un movimiento de cabeza y la otra
cabeza le devolvió el saludo.
- ¿Se va a
quedar un rato, forastero? - preguntó la cabeza.
- No
exactamente, - dijo Charlie. - De todos modos, espero que no. Quiero decir... -
Demonios, después de todo lo que había dicho a los psiquiatras en el hospital,
no debería costarle mentir a un taquillero en un pueblecito. - Quiero decir, no
creo.
- No salen más
trenes esta noche, señor. ¿Tiene dónde alojarse? Si no, mi esposa a veces
acepta huéspedes para estancias cortas.
- Gracias, -
dijo Charlie. - Ya lo he arreglado. - Comenzó añadir «espero» y después se dio
cuenta de que esto le conduciría a continuar la conversación.
Miró al reloj
de la pared y al de su muñeca y vio que ambos marcaban las doce menos cuarto.
- ¿Es muy
grande el pueblo? - preguntó. - No me refiero a la población. Quiero decir,
¿está muy lejos la autopista de los límites del municipio? De los límites del
pueblo.
- No mucho.
Quizás media milla, o poco más. ¿Quizás va a casa de los Tollivers? Viven por
allí y he oído que habían mandado a buscar a la ciudad un... no, usted no
parece un empleado.
- No, - dijo
Charlie. - No lo soy -. Miró el reloj de nuevo y se dirigió a la puerta. Dijo,
- Bueno, ya nos veremos.
- Va a...
Pero Charlie ya
había salido por la puerta y bajaba por la calle de detrás de la estación.
Hacia la oscuridad y lo desconocido y... Bueno, no hubiera podido contarle al
empleado su destino real, ¿o no?
Había una
autopista de peaje. Pasada una manzana, la acera terminaba y tenía que caminar
por el arcén de la carretera, a veces hundido en el barro hasta el tobillo.
Ahora ya estaba empapado, pero no importaba.
El límite del
municipio estaba a más de media milla. Un gran cartel que había allí, (un
cartel extrañamente grande dado el tamaño de la ciudad), decía:
ESTÁ USTED
ENTRANDO EN HAVEEN
Charlie cruzó
el borde y miró hacia atrás. Y esperó, con un ojo puesto en su reloj de
pulsera.
A las doce y
cuarto tendría que cruzar. Ya eran y diez. Dos días, tres horas y diez minutos
después de que la caja de lejía contuviera la moneda de cobre, lo que había
ocurrido dos días, tres horas y diez minutos después de que se hubiera
anestesiado en la puerta de la joyería, lo que había ocurrido dos días, tres
horas y diez minutos después...
Miró la
manecillas de su reloj de pulsera de precisión, primero el minutero hasta que
marcó las doce y catorce. Después miró el segundero.
Y cuando
faltaba un segundo para las doce y cuarto adelantó su pie y en el momento fatal
estaba cruzando el límite.
Entrando en
Haveen.
XVIII
Y como pasó las
otras veces, no hubo ningún aviso. Pero de repente:
Ya no llovía.
Había una luz brillante, aunque no parecía provenir de una fuente visible. Y la
carretera bajo sus pies no estaba embarrada; era suave como el cristal y de un
blanco alabastro. El ser vestido de blanco en la puerta de enfrente miraba a
Charlie asombrado.
Le dijo:
- ¿Cómo ha
llegado aquí? Ni siquiera esta...
- No, - dijo
Charlie. - Ni siquiera estoy muerto. Pero escuche, tengo que ver... humm...
¿Quién se encarga de la impresión?
- El Cajista
Jefe, por supuesto. Pero usted no puede...
- Entonces
tengo que verle -, dijo Charlie.
- Pero las
normas prohíben...
- Mire, esto es
importante. Se están dando algunos errores tipográficos. Es tan importante para
ustedes como para mí corregirlos, ¿no? De otro modo las cosas pueden volverse
un lío terrible.
- ¿Errores?
Imposible. Debe estar bromeando.
- ¿Entonces
cómo, - preguntó Charlie razonablemente, - he llegado al Cielo sin morir?
- Pero...
- Ya ve que se
suponía que debía entrar en el Cielo. Hay una matriz de «e» que...
- Venga.
XIX
La oficina era
muy agradable y familiar. No era muy diferente a la oficina de Charlie en la
Imprenta Hapworth. Había un desvencijado escritorio de madera, cubierto de
papeles, y tras él se sentaba un pequeño y calvo Cajista Jefe con tinta de
imprenta en las manos y una mancha igual en la frente. Al otro lado de la
puerta cerrada se oía un rugido monstruoso y el repiqueteo de máquinas de
composición y prensas.
- Desde luego,
- dijo Charlie. - Se suponen que son perfectas, tan perfectas que no necesita
ni lectores de pruebas. Pero quizás una vez entre un número infinito algo le
puede pasar a la perfección, ¿no? Matemáticamente, una vez entre un número
infinito cualquier cosa puede pasar. Ahora, mire; hay una máquina de
composición y un operario para los archivos que cubren cada persona, ¿no?
El Cajista Jefe
asintió.
- Exacto,
aunque dicho de algún modo la máquina y el operario son uno, en el que el
operario es una función de la máquina y la máquina una manifestación del
operario y ambos son extensiones del ego del... pero supongo que esto es un
poco complicado para que lo entienda.
- Sí, yo...
bueno, de todos modos, los canales por los que corren las matrices deben ser
tremendos. En nuestras linotipias en la Imprenta Hapworth, una matriz de «e»
hace el circuito cada sesenta segundos más o menos, y si una fuera defectuosa
causaría un error al minuto, pero aquí arriba... Bueno, ¿es mi cálculo de
cincuenta horas y diez minutos correcto?
- Lo es, - el
Cajista Jefe estaba de acuerdo. - Y dado que no hay ningún modo de que usted se
hubiera dado cuenta del hecho excepto...
- Exactamente.
Y pasado ese periodo de tiempo la matriz de «e» defectuosa vuelve y cae cuando
el operario golpe a la tecla «e». Probablemente las orejas de la matriz están
gastadas; de todos modos cae a través de un gran distribuidor y cae demasiado
deprisa y cae más adelante de su lugar correcto en la palabra, y se produce el
error tipográfico. Como hace una semana, el domingo, se suponía que iba a coger
un gusano (angleworm), y... [1]
- Espere.
El Cajista Jefe
pulsó un timbre y lanzó una orden. Un momento más tarde, trajeron un pesado
libro y lo pusieron sobre el escritorio. Antes de que el Cajista Jefe lo
abriera, Charlie vio su propio nombre en la portada.
- ¿Dijo a las
cinco y cuarto de la mañana?
Charlie
asintió. Pasaron las páginas.
- Yo...
¡bendito sea! - dijo el Cajista Jefe. - ¡Gusano angelical! (angelworm). Debió
ser algo digno de verse. Creo que nunca había oído hablar de un gusano
angelical antes. ¿Cuál fue el siguiente?
- La «e» cayó
mal en la palabra «odio» (hate). Iba a por un hombre que golpeaba a un caballo
y... Bueno, resultó la palabra «calor» (heat) en vez de «odio». La «e» cayó dos
caracteres antes esta vez. Y tuve una insolación y una quemadura solar en un
día de lluvia. Eso fue el martes a las ocho y veinticinco. Y después a las once
y treinta y cinco del jueves en el museo...
- ¿Sí? - apuntó
el Cajista Jefe.
- Un tael. Una
moneda de plata china que se suponía que yo iba a ver. Se convirtió en una
«cerceta común» (teal) y como una cerceta común es un pato, había un pato salvaje
revoloteando en una caja herméticamente cerrada. Uno de los vigilantes se metió
en un lío; espero que usted arreglará eso.
El Cajista Jefe
se rió entre dientes.
- Lo haré, -
dijo. - Me hubiera gustado ver el pato. Y la siguiente vez tuvo que ser a las
dos cuarenta y cinco de la tarde del sábado. ¿Qué pasó entonces?
- Lei en vez de
situación (lie), señor. Lancé mi pelota de golf detrás de un árbol y se suponía
que iba a ser una mala situación... pero en vez de eso fue un mal lei. Unas
flores marchitas y mal combinadas en un cordón púrpura. Y la siguiente fue más
dura de imaginar para mí, incluso aunque ya tenía la clave. Tenía una cita en
la joyería a las cinco y cincuenta y cinco. Pero esa era la hora fatal. Llegué
allí a las cinco y cincuenta y cinco, pero la matriz «e» cayó cuatro caracteres
fuera de lugar esa vez, hasta llegar al principio de la palabra. En vez de
llegar allí (there) a las cinco y cincuenta y cinco, conseguí éter (ether).
- Vaya. Eso fue
mala suerte. ¿Y la siguiente?
- La siguiente
fue justo lo contrario, señor, de hecho, resultó que me salvó la vida. Me volví
temporalmente loco y traté de suicidarme ingiriendo lejía (lye). Pero la «e»
estropeada cayó mal y se convirtió en un ley, que es una pequeña moneda de
cobre rumana. Todavía la tengo, como recuerdo. De hecho cuando descubrí el
nombre de la moneda, supuse la respuesta. Me dio la clave de las otras.
El Cajista Jefe
volvió a reír entre dientes.
- Ha demostrado
tener grandes recursos, - dijo. - Y su método de llegar aquí para contárnoslo...
- Eso fue
fácil, señor. Si lo cronometraba bien estaría entrando en Haveen en el instante
preciso, tenía dos oportunidades. Si cualquiera de las dos es era la incorrecta
caería, como hizo, demasiado pronto en la palabra, y entraría en el Cielo
(Heaven).
- Decididamente
ingenioso. Por cierto, puede considerar los errores corregidos. Ya nos hemos
ocupado de todos ellos mientras hablaba; excepto el último, claro. De otro
modo, usted ya no estaría aquí. Y la matriz defectuosa ha sido quitada del canal.
- Quiere decir
que en lo que a la gente de ahí abajo se refiere, ninguna de estas cosas ha...
- Exactamente.
Una edición revisada está ahora en la prensa, y nadie en la Tierra tendrá
ningún recuerdo de esos acontecimientos. Es una manera de hablar, pero esos
acontecimientos ya no han pasado. Quiero decir, pasaron, pero ahora no, a todos
los efectos. Cuando le devolvamos a la Tierra, encontrará la situación como
hubiera sido si no hubieran ocurrido los errores tipográficos.
- ¿Quiere
decir, por ejemplo, que Pete Johnson no recordará que la haya hablado del
gusano ni ningún informe en el hospital de mi estancia allí? Y...
- Exactamente.
Los errores han sido corregidos.
- ¡Guau! - dijo
Charlie. - Yo estaré... Quiero decir, bueno, se suponía que me iba a casar el
miércoles por la tarde, hace dos días. Um... ¿estaré? Quiero decir, ¿lo estaba?
Quiero decir...
El Cajista Jefe
consultó otro libro y asintió.
- Sí, a las dos
en punto del miércoles por la tarde. Con una tal Jane Pemberton. Ahora si le
devolvemos a la Tierra en el momento que salió de allí, las doce y cuarto del
sábado por la mañana, se encontrará... veamos... pasando su luna de miel en
Miami. En ese momento exacto, estará en un taxi en marcha...
- Sí, pero... -
Charlie tragó saliva.
- ¿Pero qué? -
El Cajista Jefe parecía sorprendido. - Creía que era eso lo que quería, Wills.
Le debemos un gran favor por haber sido tan ingenuos como para llamar su
atención sobre esos errores tipográficos, pero creía que lo que usted quería
era casarse con Jane, y si vuelve y se encuentra a usted mismo...
- Sí, pero... -
repitió Charlie. - Pero... quiero decir... Mire, llevaré casado dos días. Me
habré perdido... quiero decir, no podría...
De repente el
Cajista Jefe sonrió.
- ¡Qué estúpido
soy!, - dijo, - por supuesto. Bueno el tiempo no importa. Podemos dejarlo caer
en cualquier punto del continuum. Le puedo devolver fácilmente a las dos del
miércoles por la tarde, en el momento de la ceremonia. O el miércoles por la
mañana, justo antes. En cualquier momento.
- Bueno, - dijo
Charlie dubitativo. - No echo de menos exactamente la ceremonia. Quiero decir,
no me gustan las recepciones y cosas así, y tendría que sentarme durante todo
el banquete y escuchar los brindis y los discursos y, bueno, quiero decir.
Yo...
El Cajista Jefe
rió.
- ¿Está listo?
- Sí. ¡claro!
El chasquido de
las ruedas del tren sobre los raíles, y las estrellas y la luna brillando sobre
la plataforma de observación del tren.
Jane entre sus
brazos. Su esposa, dado que era miércoles por la noche. La guapa, preciosa,
dulce, cariñosa, comprensiva, suave y amorosa Jane...
Ella se
acurrucó más cerca de él, y él estaba musitando:
- Son... son
las once en punto, cariño. ¿Vamos...?
Sus labios se
encontraron, se apretaron.
Después,
cogidos de las manos, caminaron por el balanceante tren. Su mano giró el pomo
de la puerta del compartimento y, según se abría lentamente, la cogió en brazos
para cruzar el umbral.
FIN
[1] Nota del traductor: A partir de aquí se
incluye el término en inglés al lado del término en español para una mejor
comprensión de la historia.
Traducción y
edición digital de Kyo