EL GUSANO ANGELICAL

Fredric Brown

 

 

 

I

 

Charlie Wills apagó el despertador y enseguida se movió, balanceando sus pies fuera de la cama y metiéndolos en sus zapatillas mientras alcanzaba un cigarrillo. Tras encender el cigarrillo, se relajó un momento sentado en el borde de la cama.

Se imaginaba que aun tenía tiempo para sentarse allí y fumar hasta despertarse del todo. Tenía quince minutos antes de que Pete Johnson le llamara para llevarle a pescar. Y doce minutos eran suficientes para lavarse la cara y ponerse sus ropas viejas.

Parecía raro levantarse a las cinco de la mañana, pero se sentía bien. Vaya, incluso sin haber amanecido todavía y con el cielo de un aburrido tono pastel a través de la ventana, se sentía genial. Y esto era porque ahora sólo tenía que esperar una semana y media.

Menos de una semana y media en realidad, sólo diez días. O, pensándolo mejor, un poco más de diez días desde esa hora de la mañana. Pero dejémoslo en diez días de todos modos. Si pudiese volver a dormirse ahora, maldita sea, cuando se despertase el día de su boda estaría mucho más cerca. Sí, era estupendo dormir cuando se espera con ansia algo. El tiempo vuela y uno no tiene ni que oír el murmullo de sus alas.

Pero no, no podía volver a dormir. Había prometido a Pete que estaría listo a las cinco y cuarto, y si no lo estaba, Pete se sentaría en frente con su coche y tocaría el claxon hasta despertar a los vecinos.

Ya habían terminado los tres minutos de gracia, así que apagó su cigarrillo y cogió sus ropas de la silla.

Empezó a silbar suavemente: «Me voy a casar Yum, Yum, Yum, Yum» de El Mikado. E intentó, para asegurarse que estaría listo a tiempo, mantener los ojos apartados de la foto de Jane en el marco de plata sobre la mesa.

Debía ser el tipo más afortunado de la Tierra, o de cualquier otro sitio, si vamos a eso, si había algún otro sitio.

Jane Pemberton, con pelo castaño suave, ligeramente ondulado y con el tacto de la seda, no, mejor que la seda, y con esa inclinación-vete-al-infierno de su nariz tan mona, con largas, bellas y morenas piernas, con... maldita sea, con todo lo que una chica puede tener y más. Y el milagro de que ella le amara era tan reciente, que aun se sentía un poco aturdido.

Diez días en el aturdimiento, y entonces...

Sus ojos se fijaron en el reloj y dio un respingo. Pasaban diez minutos de las cinco y todavía estaba ahí sentado sosteniendo el primer calcetín. A toda prisa terminó de vestirse. ¡Justo a tiempo! Eran casi las cinco y cuarto cuando se puso su chaqueta de pana, agarró sus aparejos de pesca, bajó las escaleras de puntillas y salió al frío amanecer.

El coche de Pete no estaba allí todavía.

Bueno, estaba bien. Tendría unos minutos más para conseguir unos gusanos, lo que le ahorraría tiempo después. Por supuesto, no podía ponerse a cavar en el césped de la señora Grady, pero había una zona desnuda alrededor de un macizo de flores a lo largo del porche, y no importaría si removía un poco de tierra allí.

Sacó su navaja y se arrodilló junto a las flores. Introdujo la hoja un par de pulgadas en el suelo y dio la vuelta a un terrón. Pues sí, había gusanos.

Había uno especialmente grande y jugoso que debería tentar a cualquier pez.

Charlie se inclinó a cogerlo.

Y entonces fue cuando pasó.

Juntó las yemas de sus dedos, pero no había ningún gusano entre ellas, porque algo le había sucedido. Cuando alargó al mano para cogerlo era un gusano de aspecto bastante normal. Definitivamente no tenía un par de alas. Ni...

Era imposible, por supuesto, y él estaba soñando o viendo cosas, pero ahí estaba.

Aleteó hacia arriba dibujando una grácil y lenta espiral que parecía no costarle ningún esfuerzo. Voló frente a la cara de Charlie con alas de un blanco brillante, en absoluto parecidas a las alas de una mariposa o un pájaro, si no...

Describió círculos cada vez más arriba, ahora sobre la cabeza de Charlie, ahora a la altura del tejado de la casa, después un blanco puro (de algún modo un blanco resplandeciente) brilló contra el cielo gris. Y después desapareció de la vista, aunque los ojos de Charlie seguían mirando hacia arriba.

No oyó el coche de Pete Johnson frenar, pero el alegre «Hola» de Pete, captó su atención, y vio a Pete salir del coche y caminar a su encuentro.

Sonriendo.

- ¿Cogemos unos cuantos gusanos aquí, antes de irnos? - preguntó Pete. Y añadió: - ¿Echando un vistazo? ¿Crees que has visto un platillo volante? ¿Y no sabes que no hay que quedarse mirando hacia arriba con la boca abierta como estabas haciendo cuando llegué? Acuérdate de las palomas... Dime, ¿pasa algo? Estás blanco como una sábana.

Charlie se dio cuenta de que seguía con la boca abierta y la cerró. Después la abrió para decir algo, pero no se le ocurría nada, ni siquiera cómo decirlo, así que volvió a cerrarla.

Miró de nuevo hacia arriba, pero no se veía nada, y después miró a la tierra del macizo de flores, y le pareció tierra de lo más normal.

- ¡Charlie! - la voz de Pete sonó ahora muy preocupada. - ¡Reacciona! ¿Estás bien?

Charlie abrió y cerró su boca otra vez. Luego dijo débilmente:

- Hola, Pete.

- Por el amor de Dios, Charlie. ¿Has dormido aquí fuera y has tenido una pesadilla, o qué? Levántate del suelo y... Escucha, ¿estás enfermo? ¿Te llevo a ver al doctor Palmer en vez de ir a pescar?

Charlie se incorporó despacio, y se sacudió. Dijo:

- Yo.. supongo que estoy bien. Me ha pasado algo extraño. Pero..., está bien, vamos. Vamos a pescar.

- ¿Pero qué? Ah, bueno, cuéntamelo luego. Pero antes de marcharnos deberíamos cavar un poco... ¡Eh, no me mires así! Vamos, entra en el coche; toma un poco de aire fresco y quizás te sientas mejor.

Pete le cogió del brazo, agarró la caja de aparejos y llevó a Charlie al coche. Abrió la guantera y sacó una botella.

- Mira, toma un trago de esto.

Charlie lo hizo, y a medida que el fluido ámbar pasó del cuello de la botella al suyo, sintió que su cerebro se empezaba a librar del entumecimiento de la sorpresa. Podía pensar de nuevo.

El whisky le quemó al bajar, pero le dejó un agradable calorcito al detenerse, y se sintió mejor. Hasta que no sintió esa tibieza, no se dio cuenta de que había tenido todo el tiempo una sensación de frío en el estómago.

Se limpió los labios con el dorso de la mano y exclamó:

- ¡Dios!

- Toma otro -, dijo Pete, con los ojos fijos en la carretera. - Quizás te haga el bien suficiente como para que me cuentes qué ha pasado y lo saques fuera. Eso sí, si quieres.

- Yo... supongo, - dijo Charlie. - No... no hay mucho que contar, Pete. Simplemente fui a coger un gusano y echó a volar. Tenía unas brillantes alas blancas.

Pete se mostró confundido.

- Fuiste a coger un gusano y echó a volar. Bueno, ¿y qué? Quiero decir, no soy un entomólogo, pero quizás haya gusanos con alas. Pensándolo bien, probablemente los hay. Hay hormigas con alas, y las orugas se convierten en mariposas. ¿De qué tienes miedo?

- Bueno, este gusano no tuvo alas hasta que no intenté cogerlo. Parecía un gusano normal. Maldita sea, era un gusano normal hasta que me agaché a cogerlo. Y entonces vi que tenía... ah, oh, olvídalo. Probablemente estoy imaginando cosas.

- Vamos, échalo fuera. Venga.

- Maldita sea, Pete, ¡tenía un halo!.

El coche se desvió un poco, y Pete lo llevó de nuevo al centro de la carretera antes de decir:

- ¿Un qué?

- Bueno, - dijo Charlie a la defensiva, - parecía un halo. Era como un pequeño círculo dorado detrás de su cabeza. No parecía que estuviera unido a él; simplemente flotaba allí.

- ¿Cómo sabes que era su cabeza? ¿No es igual un gusano por ambos lados?

- Bueno, - dijo Charlie, y se detuvo a pensar la cuestión. ¿Cómo lo había sabido? - Bueno, - dijo, - dado que era un halo, ¿no sería un poco tonto que estuviera en el lado equivocado? Quiero decir, incluso más tonto que tener... Demonios, ya sabes lo que quiero decir.

Pete dijo:

- Hmph -. Entonces, tras tomar el coche una curva, añadió: - Está bien, seamos estrictamente lógicos. Asumamos que viste, o pensaste que viste, lo que... hum... lo que piensas que viste. Tú no eres muy bebedor, así que no era el Delirium Tremens. Tal y como yo lo veo, eso nos deja sólo tres posibilidades.

- Yo veo dos de ellas. Podría ser una pura alucinación. La gente las tiene, supongo, aunque yo no las haya tenido antes. O supongo que puede haber sido un sueño, quizás. Estoy seguro de que no lo hice, pero supongo que me podía haber dormido allí y soñar que lo vi. Pero no fue el caso. Te concedo la posibilidad de la alucinación, pero no la del sueño. ¿Cuál es la tercera? - dijo Charlie.

- Un simple hecho. Que realmente viste un gusano con alas. Quiero decir, esas cosas pueden existir por lo que yo sé. Y te confundiste al creer que no tenía alas cuando lo viste por primera vez, porque las tenía recogidas. Y lo que pensaste que parecía un halo, era algún tipo de cresta o antena o algo así. Existen algunos bichos de aspecto condenadamente raro.

- Sí, - dijo Charlie. Pero no se lo creyó. Pueden existir bichos de aspecto raro, pero ninguno que de repente despliega alas y halos y asciende hasta...

Tomó otro trago.

 

II

 

Pasó la tarde y la noche del domingo en compañía de Jane, y el episodio del gusano para cebo ascendente se deslizó al fondo de la mente de Charlie. Todo, excepto Jane, tendía a deslizarse allí cuando estaba con ella.

A la hora de acostarse, cuando estaba sólo, volvió a él. El pensamiento, no el gusano. Con tanta fuerza que no podía dormir, y se levantó y se sentó en el sillón junto a la ventana y decidió que el único modo de sacárselo de la cabeza era pensar detenidamente en ello.

Si pudiera definir las cosas y decidir qué pasó realmente allí fuera, junto al lecho de flores, entonces quizás pudiera olvidarlo completamente.

Vale, se dijo a sí mismo, seamos estrictamente lógicos.

Pete tenía razón respecto a las tres posibilidades. Alucinación, sueño y realidad. Pero para empezar no fue un sueño. Había estado completamente despierto; estaba tan seguro de eso como de cualquier otra cosa. Eliminémoslo.

¿Realidad? Eso era imposible también. Estaba bien para Pete hablar de la rareza de los insectos y la posibilidad de una antena y demás... pero Pete no había visto aquella maldita cosa. Bueno, aquello había volado a unas pocas pulgadas de sus ojos. Y el halo estaba allí.

¿Antenas? Chorradas.

Y la restante, alucinación. Eso debe haber sido, una alucinación. Después de todo, la gente tiene alucinaciones. A menos que ocurriera a menudo, no significaba que fuera candidato al manicomio. Está bien entonces, aceptemos que fue una alucinación, ¿y qué? Así que olvidémoslo.

Con eso decidido, se fue a la cama y, pensando de nuevo en Jane, se durmió felizmente.

A la mañana siguiente era lunes y volvería al trabajo.

Y a la mañana siguiente sería martes.

Y el martes...

 

III

 

No fue un gusano ascendente esta vez. No fue nada sobre lo que pudieras poner el dedo, a menos que puedas poner el dedo sobre una quemadura solar, y eso es doloroso a veces.

Pero una quemadura solar... en una tormenta...

Estaba lloviendo cuando Charlie Wills dejó su casa aquella mañana, pero no llovía mucho en aquel momento, unos minutos después de las ocho. Una simple llovizna. Charlie se bajó el ala del sombrero, se abotonó la gabardina y decidió ir al trabajo andando de todos modos. Le gustaba caminar bajo la lluvia. Y tenía tiempo: no tenía que estar allí hasta las ocho y media.

A tres manzanas del trabajo, se encontró con la Plaga, dirigiéndose en la misma dirección. La Plaga era la hermana pequeña de Jane Pemberton, y su verdadero nombre era Paula, aunque la mayor parte de la gente había olvidado este hecho. Trabajaba en la Imprenta Hapworth, igual que Charlie; pero ella era una ayudante de uno de los lectores de pruebas y él era ayudante del director de producción.

Pero él conoció a Jane gracias a ella, en una fiesta dada para los empleados.

Él dijo:

- Hola, Plaga. ¿No tienes miedo de fundirte? -. Porque ahora llovía mucho realmente, definitivamente mucho.

- Hola, Charlie-warlie. Me gusta caminar bajo la lluvia.

Le gustaría, pensó Charlie amargamente. Hizo una mueca al oír el odiado apodo de Charlie-warlie. Jane le había llamado así una vez pero, después de hablar seriamente con ella, no lo hizo más. Jane era razonable. Pero la Plaga lo oyó... Y ahora Charlie estaba mortalmente aterrorizado, de que en algún momento ella le llamara así en el trabajo, con otros empleados escuchándolo. Y si eso ocurría alguna vez...

- Escucha, - protestó él, - ¿no puedes olvidar ese maldito y estúpido apodo? Dejaré de llamarte Plaga si dejas de llamarme... hum... eso.

- Pero a mí me gusta que me llamen la Plaga. ¿Por qué no te gusta que te llamen Charlie-warlie?

Ella le sonrió y él se retorció por dentro. Porque ella era quien era, él no se atrevía a...

Había rabia contenida dentro de él mientras caminaba bajo la cambiante lluvia, con la cabeza baja para mantenerla fuera de su cara. Maldita mocosa...

Con la visión limitada a unas pocas yardas de acera delante de él, Charlie probablemente no habría visto el carro y el caballo si no hubiera oído los chasquidos que sonaron como disparos.

Miró hacia arriba y lo vio. En mitad de la calle, quizás a 50 pies por delante de Charlie y la Plaga, y moviéndose hacia ellos venía un carro sobrecargado. Iba tirado por un viejo y descorazonado caballo, un caballo tan viejo y huesudo que el lento caminar que llevaba parecía ser su velocidad punta.

Pero el conductor obviamente no pensaba lo mismo. Era un hombre grande y feo, con una cara oscura y sin afeitar. Estaba de pie, agitando su pesado látigo para atizar otro latigazo. Alcanzó al viejo caballo y éste tembló bajo él y pareció balancearse entre las varas.

El látigo se alzó de nuevo.

Y Charlie gritó:

- ¡Eh, tú! - y avanzó hacia el carro.

No estaba seguro todavía de lo que iba a hacer si el bruto que golpeaba al otro bruto se negaba a parar. Pero iba a pasar algo. Charlie Wills no podía soportar ver un animal maltratado. Y no lo iba a soportar.

- ¡Eh! - Gritó de nuevo, porque el conductor no pareció oírle la primera vez, y se echó hacia delante a lo largo del freno para iniciar el trote.

El conductor oyó el segundo grito, y podía haber oído el primero. Porque se volvió y miró directamente a Charlie. Entonces levantó el látigo otra vez, aún más alto, y lo dejó caer sobre la espalda llena de latigazos del caballo con toda su fuerza.

Las cosas se volvieron rojas delante de los ojos de Charlie. No grito de nuevo. Ahora sabía condenadamente bien lo que iba a hacer. Comenzaría tirando del carro abajo al conductor donde pudiera engancharle. Y entonces iba a golpearle hasta convertirle en papilla.

Oyó los tacones altos de Paula repicando al seguirle y llamándole:

- Charlie, ten cuid...

Pero eso fue todo lo que oyó. Porque en ese momento ocurrió.

Una repentina y cegadora ola de calor insoportable, una sensación como si hubiera entrado en el corazón de una achicharrante fundición. Boqueó una vez buscado aire, mientras el aire dentro de sus pulmones y su garganta pareció volverse abrasadoramente caliente. Y su piel...

Dolor cegador por un instante. Entonces se fue, pero demasiado tarde. El shock había sido demasiado repentino e intenso, y según sintió de nuevo la fría lluvia en su cara, se sintió totalmente mareado y como de goma, y perdió la conciencia. Ni siquiera notó el impacto de su caída.

Oscuridad.

Y entonces abrió los ojos en un blanco borroso que se convirtió en paredes blancas y sábanas blancas sobre él y una enfermera en un uniforme blanco, que dijo:

- ¡Doctor! Ha recuperado la conciencia.

Pisadas y el cerrar de una puerta, y ahí estaba el doctor Palmer frunciéndole el ceño.

- Bien, Charles, ¿qué has estado haciendo?

Charlie le sonrió débilmente.

- Hola, doctor. Picaré. ¿Qué he estado haciendo? - dijo.

El doctor Palmer acercó una silla a la cama y se sentó. Tomó la muñeca de Charlie y la sostuvo mientras miraba la manecilla pequeña de su reloj. Entonces leyó el informe colgado a los pies de la cama y dijo:

- Hmph.

- ¿Es ese el diagnóstico -, quiso saber Charlie, - o el tratamiento? Escucha, lo primero, ¿qué ha pasado con el conductor del carro? Bueno, si lo sabes...

- Paula me contó lo que pasó. El conductor del carro está bajo arresto y lo han despedido. Tú estás bien Charles. Nada serio.

- ¿Nada serio? ¿Es un caso poco serio de qué? En otras palabras, ¿qué me pasó?

- Te caíste redondo. Boca abajo. Y te pelarás durante unos días. Pero eso es todo. ¿Por qué no usaste una loción de algún tipo ayer?

Charlie cerró los ojos y los abrió de nuevo lentamente. Y dijo:

- ¿Que por qué no usé una...? ¿Para qué?

- La quemadura solar, por supuesto. ¿No sabes que no puedes ir a nadar en un día soleado y no llevar...

- Pero yo no estuve nadando ayer, doctor. Ni el día antes. Dios, en realidad, no lo he hecho en las dos últimas semanas. ¿Qué quiere decir con lo de la quemadura solar?

El doctor Palmer se rascó la barbilla. Dijo:

- Mejor descansa un poco, Charles. Si te sientes bien esta noche, podrás irte a casa. Pero será mejor que no vayas a trabajar mañana.

Se levantó y se fue.

La enfermera estaba allí todavía, y Charlie la miró en blanco. Él dijo:

- ¿Va el doctor Palmer a...? Escuche, ¿de qué va todo esto?

La enfermera le miraba extrañada.

- Bueno, estaba... Lo siento, señor Wills, pero a una enfermera no se le permite discutir los diagnósticos con el paciente. Pero no tiene de qué preocuparse; ya ha oído al doctor Palmer que podría irse a casa esta tarde o esta noche. - Respondió.

- Chorradas, - dijo Charlie. - Escuche, ¿qué hora es? ¿o tampoco se les permite a las enfermeras decir eso?

- Son las diez y media.

- ¡Dios!, y he estado aquí unas dos horas -. Se imaginó, recordando haber pasado frente a un reloj que marcaba las ocho y veinticuatro minutos en el momento en que giraba en la esquina de la última manzana. Y, si había estado despierto durante cinco minutos, había estado inconsciente dos horas enteras.

- ¿Quiere algo más, señor?

Charlie sacudió la cabeza lentamente. Y entonces, como quería que ella se fuera para poder echar un vistazo al informe, le dijo:

- Bueno, sí. ¿Podría tomar un vaso de zumo de naranja?

Tan pronto como ella se fue, él se sentó en la cama. Le dolió un poco hacerlo, y se dio cuenta de que su piel estaba un poco suave al tacto. Se miró los brazos, subiéndose las mangas del camisón del hospital que le habían puesto, y su piel estaba más rosa. Sólo la sombra de rosa que significa el primer estado de una suave quemadura solar.

Miró dentro del camisón, y después a sus piernas y dijo:

- ¿Qué demonios...? -. Porque la quemadura solar, si era una quemadura solar, era uniforme por todos lados.

Y eso no tenía sentido, porque no había estado al sol lo suficiente últimamente para quemarse, y no había estado en absoluto al sol sin ropa. Y... sí, la quemadura solar se extendía incluso en las zonas que hubieran estado cubiertas por el bañador si hubiera ido a nadar.

Pero quizás el informe lo explicara. Se estiró hacia los pies de la cama y cogió la carpeta con el informe del gancho.

«Informado que el paciente se desmayó de repente en la calle sin causa aparente. Pulso 135, respiración dificultosa, temperatura 104, bajo admisión. Todas las constantes volvieron a la normalidad en la primera hora. Los síntomas se aproximan a los de la insolación, pero...»

Después había un par de comentarios que sonaban a alta tecnología. Charlie no los entendió, y de algún modo le dio el pálpito de que el doctor Palmer no los había entendido tampoco. Sonaban a fingir no estar asustado.

Se oyó el ruido de tacones en la sala de fuera, puso el informe en su sitio de nuevo rápidamente y se coló bajo las sábanas. Sorprendentemente, llamaron a la puerta. Las enfermeras no llamarían, ¿no?

- Entre. - dijo.

Era Jane. Estaba más guapa que nunca, con sus grandes ojos marrones un poco más grandes por el miedo.

- ¡Cariño! Vine tan pronto como la Plaga llamó a casa y me lo contó. Pero fue terriblemente vaga. ¿Qué demonios ha pasado?

Para entonces ella estaba a su alcance, y Charlie puso sus brazos alrededor de ella y en ese preciso momento, no le importaba un comino lo que le había pasado. Pero intentó explicarlo. Sobre todo a sí mismo.

 

IV

 

La gente siempre intenta explicar.

Enfrenta a un hombre o a una mujer con algo que no comprenda, y se sentirá miserable hasta que no lo clasifique. Luces en el cielo. Y un científico le dice que es la aurora boreal, (o la aurora austral), y puede aceptar las luces y olvidarlas.

Algo tira los cuadros de una pared en una habitación vacía y arroja una silla escaleras abajo. Consternación, hasta que se le da un nombre. Entonces es sólo un poltergeist.

Dale un nombre y olvídalo. Cualquier cosa con nombre puede ser asimilado.

Si no tiene uno, es... bueno, inconcebible. Quítale el nombre a cualquier cosa, y tienes un horror vacío.

Incluso algo tan familiar como un típico caso de un ghoul (espíritu come-muertos). Tumbas en el cementerio abiertas, cadáveres devorados. Puede ser algo horrible; pero es sólo un ghoul; siempre que se le haya dado un nombre... Pero suponga, si puede soportarlo, que no existe la palabra ghoul y ningún concepto del mismo. Entonces se encuentran los cadáveres desenterrados y medio comidos. Horror sin nombre.

No es que lo siguiente que le pasó a Charlie Wills tuviera nada que ver con un ghoul. Ni siquiera con un hombre-lobo. Pero pienso, de algún modo, que encontramos el hombre-lobo más reconfortante que un pato, dadas las circunstancias. Uno espera un comportamiento extraño de un hombre lobo, pero de un pato...

Como el pato del museo.

Ahora no hay nada intrínsicamente terrible en un pato. Nada que te haga mantenerte despierto por la noche, con sudor frío saliendo de la superficie de una quemadura solar que se te está pelando. En conjunto, un pato es algo agradable, particularmente si está asado. Éste no lo estaba.

Sucedió el jueves. La estancia de Charlie en el hospital había durado ocho horas; le dieron de alta a última hora de la tarde, cenó en el centro y se fue a casa. Su jefe había insistido en que se tomara el siguiente día libre, y Charlie no protestó demasiado.

En casa, después de desnudarse para tomar un baño, estudió su piel con gran asombro. Definitivamente era una quemadura de primer grado. Definitivamente, se extendía por todo su cuerpo. Casi a punto de pelarse.

Se peló al día siguiente.

Aprovechó el día de fiesta para llevar a Jane al béisbol, donde podrían sentarse en una grada a la sombra. Era un buen partido, y Jane entendía y disfrutaba del béisbol.

El jueves volvió al trabajo.

A las once y veinticinco, el Viejo Hapworth, el gran jefe, entró en la oficina de Charlie.

- Wills - dijo, - tenemos una petición urgente para imprimir diez mil folletos y la copia estará aquí en una hora. Me gustaría que siguiera el asunto desde el cuarto de la Linotipia y la sala de composición, y que lo lleve a la imprenta en el momento en que esté listo. Hay un plus si se hace el trabajo a tiempo, y una penalización si no lo hacemos.

- Seguro, señor Hapworth. Me pondré ahora mismo con ello.

- Estupendo. Contaba con usted. Pero escuche... es un poco pronto para comer, pero de todas maneras es mejor que salga a comer ahora. La copia estará aquí para cuando vuelva, y podrá ponerse inmediatamente con el trabajo. Eso sí, si no le importa comer temprano.

- En absoluto, - mintió Charlie. Cogió su sombrero y salió.

Maldita sea, era demasiado pronto para comer. Pero tenía una hora para comer y podía hacerlo en media, así que podía caminar media hora primero, y abrir el apetito.

El museo estaba a dos manzanas de distancia, y era el mejor sitio para matar el tiempo media hora. Fue allí, caminó por el pasillo central sin detenerse, excepto para contemplar un momento la estatua de Afrodita que le recordaba a Jane Pemberton, y que le hizo recordar, incluso con más fuerza de lo que ya lo recordaba, que sólo faltaban seis días para su boda.

Entonces giró hacia la sala que contenía la colección numismática. Él solía coleccionar monedas cuando era un niño, y aunque había dejado la colección hacía tiempo, todavía tenía cierto interés en ver la gran colección del museo.

Se detuvo enfrente de la vitrina con monedas romanas de bronce.

Pero no estaba pensando en ellas. Todavía estaba pensando en Afrodita, o Jane, lo que era bastante comprensible dadas las circunstancias. Con toda certidumbre, no estaba pensando en gusanos voladores o en olas repentinas de calor abrasador.

Entonces se aventuró a mirar la vitrina de al lado. Y en ella vio al pato.

Era un pato perfectamente corriente. Tenía el pecho moteado, marcas verdes y marrones en sus alas y una cabeza más oscura con una tira más oscura que comenzaba cerca del ojo y corría a lo largo de su cuello corto. Parecía más un pato salvaje que uno doméstico.

Y parecía confundido de estar allí.

Por un momento, Charlie no se dio cuenta de la completa extrañeza de la presencia del pato en una vitrina de monedas. Su mente estaba todavía en Afrodita. Incluso mientras miraba al pato salvaje tras el cristal dentro de una vitrina marcada como «Monedas de la China»

Entonces el pato graznó, y caminó con sus extrañamente palmeados pies a lo largo de la vitrina y empezó a dar cabezazos contra el cristal del fondo, a batir sus alas y a tratar de volar hacia arriba, pero chocaba contra el cristal superior. Mientras siguió graznando más fuerte.

Sólo entonces se le ocurrió a Charlie preguntarse qué hacía un pato vivo en la colección numismática. Aparentemente, a juzgar por sus acciones, el pato se preguntaba lo mismo.

Y sólo entonces Charlie se acordó del gusano angelical y de la quemadura solar sin sol.

Y alguien en la entrada dijo:

- Pssst, ¡Eh!.

Charlie se volvió y la expresión de su rostro debía tener algo fuera de lo corriente, porque el vigilante uniformado dejó de fruncir el ceño y dijo:

- ¿Ocurre algo, señor?

Por un breve instante, Charlie simplemente se le quedó mirando. Entonces se le ocurrió que esta era la oportunidad que le había faltado cuando el gusano empezó a volar. Dos personas no podían tener la misma alucinación. Si era una...

Abrió la boca para decir «Mire», pero no tuvo que decir nada. El pato se le adelantó soltando un gran graznido e intentando atravesar el cristal de la caja.

Los ojos del ayudante pasaron de Charlie a la vitrina de monedas chinas.

- ¡Guau!. - dijo.

El pato aun estaba allí.

El vigilante miró a Charlie de nuevo y dijo:

- ¿Fue usted quien...? - y entonces se detuvo sin terminar la pregunta y se dirigió a la vitrina para mirar a una distancia más corta. El pato estaba aún luchando por salir, pero más débilmente. Parecía boquear intentando conseguir aire.

El vigilante dijo de nuevo:

- ¡Guau! -, y añadió después sobre el hombro de Charlie: - Señor, ¿cómo se las arregló...? Esta caja está her... herméticamente sellada. Es a prueba de aire. Encerrar a ese pájaro. Se...

Ya había ocurrido; el pato cayó muerto o inconsciente.

El vigilante cogió a Charlie por el brazo. Dijo firmemente:

- Señor, venga conmigo a ver al jefe -. Y menos firmemente, - Uh.. ¿cómo consiguió meter esa cosa ahí? Y no me venga con que no lo hizo, señor. Estuve aquí hace cinco minutos, y usted es el único tipo que ha entrado desde entonces.

Charlie abrió la boca y la volvió a cerrar. Tuvo una visión repentina de sí mismo siendo interrogado en las oficinas del museo y después en la comisaría de policía. Y si la policía empezaba a hacer preguntas sobre él, averiguarían lo del gusano y lo de su estancia en el hospital por... Y quizás traerían un psiquiatra, y...

Con el valor que da la pura desesperación, Charlie sonrió. También trató de poner una sonrisa amenazadora; quizás no era amenazadora, pero era definitivamente inusual.

- ¿Qué le parecería - preguntó al vigilante, - encontrarse usted ahí dentro? -. Y señalo con su brazo libre a través de la entrada al vestíbulo central al sarcófago de piedra del rey Mene-Ptah. - Puedo hacerlo, igual que se lo hice al pato...

El vigilante del museo respiraba rápidamente. Sus ojos parecían ligeramente brillante, y soltó el brazo de Charlie.

- Señor, ¿de verdad usted...?

- ¿Quiere que le enseñe cómo?

- ¡Uh...guau! - dijo el vigilante. Echó a correr.

Charlie se obligó a caminar con tranquilidad pero rápidamente, y se fue en dirección contraria hacia la entrada lateral que daba a la calle Beekeer.

Y la calle Beekeer seguía siendo una calle perfectamente normal, con mucho tráfico de mediodía, y sin elefantes rosas trepando a los árboles, y sin que pasará nada excepto la ajetreada confusión de la calle de una ciudad. Su mismo ruido le resultó tranquilizador de algún modo, aunque hubo un mal momento, cuando estaba cruzando en la esquina y oyó un ruido repentino tras él. Se giró, sobresaltado, asustado de la cosa extraña que podría ver allí.

Pero sólo era un camión.

Se las apañó para quitarse de su camino justo a tiempo de impedir que le pasara por encima.

 

V

 

Comida. Y Charlie estaba definitivamente poniéndose nervioso. Su mano temblaba de tal modo que apenas podía coger su café sin verterlo.

Porque un horrible pensamiento estaba emergiendo en su mente. Si algo estaba mal dentro de él, ¿era justo dejar que Jane Pemberton siguiera adelante y se casaran? ¿Era justo dejar que la chica que uno amaba cargara con un marido que podía ir a la nevera a coger una botella de leche y encontrar... Dios sabe qué?

Y él estaba profundamente, locamente enamorado de Jane.

Así que se sentó allí, con un sándwich sin tocar ante él, y fue pasando de la esperanza a la desesperación y viceversa mientras intentaba dar sentido a las tres cosas que le habían ocurrido en la pasada semana.

¿Alucinación?

¡Pero el vigilante también ha visto el pato!

Qué reconfortante había sido, se lo parecía ahora, tras ver el gusano angelical, haber sido capaz de decirse a sí mismo que había sido una alucinación. Sólo una alucinación.

Pero espera. Quizás...

¿No podía haber sido el vigilante del museo parte de la misma alucinación como el pato? Dando por supuesto que él, Charlie, podía haber visto el pato que no estaba allí, ¿no podría también haber incluido en la misma categoría un vigilante de museo que asegurara ver el pato? ¿Por qué no? Un pato y un vigilante que lo ve... la combinación podía ser tan ilusoria como el pato sólo.

Y Charlie se sintió tan alentado que le dio un mordisco a su sándwich.

¿Pero la quemadura? ¿De qué era esa alucinación? ¿O había alguna dolencia psíquica que pudiera provocar un repentino estado de la piel similar a una leve quemadura solar? Pero, si era así, evidentemente el doctor Palmer no lo sabía.

De repente Charlie entrevió el reloj de la pared, y era la una en punto, y casi se ahoga con el trozo de sándwich cuando se dio cuenta de que llegaba más de media hora tarde, y que debía haber estado sentado en el restaurante durante casi una hora.

Se levanto y corrió hacia la oficina.

Pero todo iba bien; el Viejo Hapworth no estaba. Y la copia para la circular urgente se retrasaba y llegó a la vez que Charlie.

Dijo, «¡Uf!» al haberse librado por los pelos, y se concentró completamente en mover la circular por la planta. Se apresuró a las linotipias y leyó la prueba él mismo, entonces observó la maquetación sobre el hombro del cajista. Sabía que estaba dando la lata, pero mató el tiempo toda la tarde.

Y pensó, «Un solo día más de trabajo tras hoy, y entonces mis vacaciones, y el miércoles...»

La boda era el miércoles.

Pero...

Si...

La Plaga salió de la sala de pruebas luciendo un guardapolvos verde y le miró.

- Charlie -, dijo - tienes el aspecto de algo que ningún gato que se respete traería. Dime, ¿qué te pasa? De verdad...

- Uh... nada. Dime, Paula, ¿le dirás a Jane cuando llegues a casa que quizás me retrase esta noche? Tengo que quedarme aquí hasta que estos folletos salgan de la imprenta.

- Claro, Charlie. Pero dime...

- No. Lárgate, ¿quieres? Estoy ocupado.

Ella se encogió de hombres y volvió a la sala de pruebas.

El maquinista tocó a Charlie en el hombro.

- Oiga, hemos puesto en marcha la nueva linotipia. ¿Quiere echarle un vistazo?

Charlie asintió y le siguió. Echó un vistazo a la instalación, y después se deslizó en la silla del operario frente a la máquina.

- ¿Qué tal funciona?

- Dulcemente. Estos modelos Blue Streak son como miel. Pruébela.

Charlie dejó a sus dedos jugar sobre las teclas, colocando palabras sin prestar atención a lo que decían. Envío tres líneas a cajas, quitó las fichas de la barra. Y encontró lo que había puesto:

«Pues hombres han muerto y gusanos los han comido y subido al Cielo donde se sentaron a la derecha...»

- ¡Guau! - dijo Charlie. Y le recordó...

 

VI

 

Jane se dio cuenta de que algo iba mal. No pudo evitar darse cuenta. Pero en vez de hacer preguntas, fue inusualmente amable con él aquella noche.

Y Charlie, que había ido a verla con la determinación de contarle toda la historia, se dio cuenta de que le flaqueaban las fuerzas. Como les flaquean a todos los hombres cuando están con las mujeres a las que aman y la luz de la lámpara del salón es suave.

Pero le preguntó:

- Charles... tú quieres casarte conmigo, ¿no? Quiero decir, si tienes alguna duda y es eso lo que te ha estado preocupando, podemos posponer la boda hasta que estés seguro de si me amas lo suficiente...

- ¿Amarte? -, Charlie estaba asustado. - ¿Por qué...?

Y se lo demostró bastante satisfactoriamente.

 De hecho, tan satisfactoriamente que se olvidó por completo de su intención original de proponer ese mismo retraso. Pero nunca por las razones que sugería ella. Con sus brazos alrededor de Jane... bueno, el pobre tipo era sólo humano.

Un hombre enamorado es como un borracho, y no puedes culpar del todo a un borracho por lo que hace bajo los efectos del alcohol. Se le puede culpar, por supuesto, por emborracharse en primer lugar; pero no se le puede aplicar esa culpa a un hombre enamorado. Con toda probabilidad, no se sentirá en absoluto culpable. Con toda probabilidad, sus intenciones originales eran perfectamente poco honorables; luego, al encontrar esas intenciones resistencia, la sutil química de la sublimación las convierte en la materia de la que están hechas las estrellas.

Probablemente por eso no fue al psiquiatra al día siguiente. Estaba un poco asustado de lo que el psiquiatra podría decir de él. Se sintió débil y decidió esperar y ver qué pasaba.

Quizás no pasara nada más.

Hay una reconfortante superstición popular de que las cosas suceden en grupos de tres, y ya habían ocurrido tres cosas.

Seguro que era así. Desde este momento, estaría bien. Después de todo, no había nada básicamente malo; no podía haberlo. Él tenía buena salud. Aparte del martes, no había faltado ni un día a su trabajo en la imprenta en dos años.

Y... bueno, ya era viernes al mediodía y no había pasado nada en veinticuatro horas enteras, y no iba a pasar nada.

No paso nada el viernes, pero leyó algo que le arrancó de su precaria complacencia.

Una noticia en un periódico.

La vio en la mesa de un restaurante en la que un cliente anterior había dejado olvidado un periódico matinal. Charlie lo leyó mientas esperaba a que le tomaran nota. Terminó de echar un vistazo a la primera página antes de que llegara la camarera, y la sección de tiras cómicas mientras tomaba su sopa, y luego pasó perezosamente a la página de local.

 

VIGILANTE DE MUSEO SUSPENDIDO

Director del museo ordena investigación.

 

Y el frío en su estómago se hizo más grande y frío según iba leyendo, porque ahí estaba, en blanco y negro.

El pato salvaje había estado realmente en la vitrina. Nadie podía imaginar cómo lo habían puesto allí. Tuvieron que llevarse la vitrina para sacarlo, y ésta no presentaba muestras de haber sido manipulada. La habían sellado herméticamente para que no entrara el polvo, y la masilla seguía intacta.

A un guardia, por razones no aclaradas en el artículo, se le había aplicado una suspensión de tres días. Uno deducía por el texto de la historia que el director del museo sentía la necesidad de hacer algo al respecto.

No faltaba nada de valor de la vitrina. Una moneda china con un agujero en medio, un tael de haikwan hecho de plata, no había sido encontrado tras el suceso... pero no era de mucho valor. Había algunas dudas sobre si había sido robado por alguno de los empleados que habían desarmado la vitrina o si había sido accidentalmente tirada a la basura con los restos de masilla.

El reportero, contando el asunto con humor, sugería la probabilidad de que el pato hubiera confundido la moneda con un donut, por lo del agujero, y se la hubiera comido. Y que la mejor venganza para el director sería comerse al pato.

Se había llamado a la policía, pero consideraron el asunto una broma. No sabían quién o cómo la habían llevado a cabo.

Charlie dejó el periódico y paseó la vista descorazonado por el restaurante.

Así que, definitivamente, no había sido una alucinación doble, un producto de su imaginación tanto el pato como el vigilante. Y hasta el momento en que la idea se había desmoronado, Charlie no se había dado cuenta de con cuanta fuerza había contado con esa posibilidad.

Ahora estaba como al principio.

A menos que...

Pero eso era absurdo. Por supuesto, teóricamente, la noticia del periódico que acababa de leer podría ser una alucinación también, pero... no, era demasiado ya. De acuerdo con esa línea de pensamiento, si iba por el museo y hablaba con el director, el director mismo sería una aluci...

- Su pato, señor.

Charlie dio un respingo en la silla.

Entonces vio que era la camarera de pie junto a su mesa con su primer plato, y de que había hablado porque como había desparramado el periódico por toda la mesa no tenía sitio para poner el plato.

- ¿No ha pedido pato asado, señor? Yo...

Charlie se puso de pie de un salto, apartando la vista del plato. Dijo, - Disculpe-tengo-que-hacer-una-llamada, y a toda velocidad le dio un billete de dólar a la camarera y salió. ¿Realmente había pedido...? No exactamente, él le había pedido el especial.

¿Pero comer pato? No podría comer... no, ni gusanos fritos tampoco. Se echó a temblar.

Volvió rápidamente a la oficina, a pesar del hecho de que iba media hora pronto y se sintió mejor una vez que estuvo rodeado de la seguridad de las cuatro paredes de la Imprenta Hapworth. Nada raro le había pasado allí.

Todavía.

 

VII

 

Básicamente, Charlie Wills era un joven saludable. A las dos de la tarde tenía tanta hambre que envió a uno de los chicos de la oficina escaleras abajo a comprarle un par de sándwiches.

Y se los comió. Eso sí, levantó la rebanada superior de cada uno y miró dentro. No sabía qué pensaba encontrar allí, aparte del jamón cocido, mantequilla y un poco de lechuga, pero si hubiera encontrado... en lugar de uno de estos ingredientes... digamos, una moneda de plata china con un agujero en medio, no se habría sorprendido mucho.

Era una tarde aburrida en la empresa, y Charlie tenía tiempo para pensar un rato. Incluso para investigar un rato. Recordó que la compañía habría impreso, muchos años antes, un libro de texto de entomología. Encontró la copia del archivo y avanzó por sus páginas buscando un gusano con alas. Encontró varias cosas con alas que podrían llamarse gusanos, pero ninguno que se pareciera remotamente al gusano con el halo. Ni siquiera si se olvidaba del círculo dorado, e intentaba la identificación mediante las características básicas del cuerpo y las alas solamente.

No había gusanos con alas.

No había referencias médicas en las que poder mirar, o intentar mirar, cómo puede uno sufrir una quemadura solar sin sol.

Pero lo que hizo fue buscar la palabra «tael» en el diccionario, y vio que equivalía a un liang, que era la decimosexta parte de un catty. Y que una equivalencia oficial del liang es el hectograma.

Nada de esto parecía de mucha ayuda.

Un poco antes de las cinco en punto dio una vuelta diciendo adiós a todo el mundo, pues ese era su último día en la oficina antes de sus dos semanas de vacaciones, y los adioses se complicaban con los buenos deseos para su inminente boda... que tendría lugar en la primera semana de sus vacaciones.

Tuvo que estrechar las manos a todo el mundo excepto a la Plaga, a la que, por supuesto, vería frecuentemente durante los primeros días de sus vacaciones. De hecho se fue con ella a su casa directamente desde el trabajo para cenar con los Pemberton.

Y fue una cena tranquila, relajada y agradable que le hizo sentir mejor de lo que se había sentido desde la mañana del pasado domingo. Ahí, en la calma del puerto que representaba el hogar de los Pemberton, las cosas absurdas que le habían ocurrido parecían tan lejanas y tan profundamente fantásticas que casi dudó que hubieran ocurrido.

Y se sintió profunda, completamente seguro de que se había acabado todo. Las cosas pasan en tríos, ¿no? Si pasaba algo más... Pero no pasaría.

No pasó..., aquella noche.

Jane le envío solícita a casa a las nueve para que se acostara pronto. Pero le besó para darle las buenas noches tan tiernamente, y con tanta efectividad, que caminó calle abajo con su cabeza entre nubes rosas.

Entonces, de repente... desde ninguna parte... Charlie recordó que el vigilante del museo había sido suspendido, e iba a perder tres días de paga, por culpa del episodio del pato en la vitrina. Y si el asunto del pato era culpa de Charlie, incluso indirectamente, ¿no le debía al tipo dar un paso al frente y explicar a los directores del museo que el vigilante no tenía la culpa de ninguna manera, y que no debía ser castigado?

Después de todo, él, Charlie, había probablemente aterrorizado al pobre vigilante sugiriendo que podía repetir la actuación con un sarcófago en vez de en la vitrina, y el vigilante había contado una historia tan inconexa que no le habían creído.

Pero... ¿había sido culpa suya? ¿Le debía...?

Y allí estaba dándose de cabezazos contra ese muro de ladrillos de imposibilidad de nuevo. Tratando de resolver lo irresoluble.

Y supo, de repente, que había sido débil al no romper el compromiso con Jane. Lo que había pasado tres veces en el corto espacio de una semana podía ocurrir fácilmente de nuevo.

¡Dios santo! ¡Incluso en la ceremonia! Supongamos que se dispone a coger el anillo y lo que saca es...

De las nubes rosas de la felicidad perfecta al negro lodo de la desesperación sólo había un paseo inferior a una manzana.

Casi se da la vuelta hacia la casa de los Pemberton a decírselo esa misma noche, pero decidió que no. En vez de eso, pararía a hablar con Pete Johnson.

Quizás Pete...

Lo que realmente esperaba era que Pete le quitara de la cabeza esa decisión.

 

VIII

 

Pete Johnson tenía una jarra de un galón, casi llena, de vino. Un rico sherry. Y Pete lo había catado y estaba achispado.

Se negó incluso a escuchar a Charlie, hasta que su invitado hubo tomado un vaso, y tuvo un segundo sobre la mesa enfrente de él. Entonces dijo:

- Tienes algo en la cabeza. Muy bien, dispara.

- Verás, Pete. Ya te hablé del asunto del gusano. De hecho, casi estabas allí cuando pasó. Y ya sabes qué paso el martes por la mañana de camino al trabajo. Pero ayer... bueno, pasó algo peor, supongo. Porque otro tipo lo vio. Era un pato.

- ¿Un pato?

- En una vitrina de... Espera, empezaré por el principio -. Y lo hizo, y Pete le escuchó.

- Bueno, - dijo pensativamente, - el hecho de que apareciera en el periódico rechaza una línea de pensamiento. Afortunadamente. Escucha, no veo de qué te tienes que preocupar. ¿No estarás haciendo una montaña de un grano de arena?

Charlie tomó otro sorbo del sherry y encendió un cigarrillo.

- ¿Cómo? - dijo muy esperanzado.

- Bueno, han pasado tres cosas raras. Pero tomadas de una en una, no suponen gran cosa, ¿no? Ninguna podía explicarse. Lo que te enfanga es sentarte ahí e insistir en una explicación sencilla para todas.

- ¿Cómo sabes que todas están conectadas entre sí? Tomémoslas por separado...

- Tómalas tú, - sugirió Charlie. - ¿Cómo las explicarías fácilmente?

- La primera es pan comido. Tenías mal el estómago o algo así y tuviste una simple alucinación. Le pasa a las mejores personas de vez en cuando. O... tienes una segunda opción igual de simple... quizás viste un nuevo tipo de bicho. Demonios, probablemente hay miles de insectos que no han sido clasificados todavía. Cada año se descubren nuevos.

- Um... -, dijo Charlie, - ¿y el asunto del calor?

- Bueno, los médicos no lo saben todo. Te volviste loco viendo al conductor del carro golpeando el caballo, y la ira tuvo un efecto físico, ¿no? Metiste la pata. Quizás afectó a tu glándula térmica.

- ¿Qué es una glándula térmica?

Pete sonrió.

- Simplemente lo estoy inventando. ¿Pero por qué no? Los médicos encuentran cada día nuevas o nuevos propósitos para las viejas. Y hay algo en tu cuerpo que actúa como un termostato y mantiene la temperatura de tu piel constante. Quizás se estropeó un minuto. Mira lo que la glándula pituitaria puede hacer por ti o en tu contra. Por no mencionar la paratiroidea y la pineal, las renales, etc.

- Pero...

- Nada, Charlie. Toma más vino. Vayamos a por el asunto del pato. Si no piensas en él con las otras dos cosas en mente, no tiene nada de especial. Indudablemente fue una broma del museo o de alguno de sus trabajadores. Fue sólo una coincidencia que entraras en ese momento.

- Pero la vitrina...

- ¡Deja en paz la vitrina! Se puede hacer de algún modo; tú no comprobaste la vitrina por ti mismo, y ya sabes cómo son los periódicos. Y, si vamos a ello, mira lo que pueden hacer Thurston y Houdini con cosas así, y te dejan examinar los receptáculos antes y después. Quizás, también, no era una simple broma. Quizás alguien tenía una intención al ponerla ahí, pero ¿por qué piensas que esa intención tenía algo que ver contigo? Eres un egoísta, eso es lo que eres.

Charlie suspiró.

- Sí, pero... Pero junta las tres cosas, y...

- ¿Por qué juntarlas? Mira, esta mañana he visto a un hombre resbalar con una cáscara de plátano y caerse; esta tarde he tenido un ligero dolor de muelas; esta noche me ha llamado una chica a la que no veía desde hace años. Ahora, ¿por qué debería juntar los tres hechos y tratar de imaginar una causa común a todos? ¿Un motivo oculto para los tres? Me volvería loco si lo intentara.

- Humm, - dijo Charlie. - Quizás tengas algo de razón. Pero...

A pesar del «pero» se fue a casa sintiéndose más animado, esperanzado y achispado. E iba a seguir con la boda como si nada hubiera pasado. Aparentemente no había pasado nada. Pete era sensato.

Charlie durmió profundamente la mañana del sábado, y no se despertó hasta casi el mediodía.

Y el sábado no pasó nada.

 

IX

 

Nada, a menos que uno tenga en cuenta la cuestión de la pelota de golf desaparecida como digna de mención. Charlie decidió que no lo era; las pelotas de golf desaparecían demasiado a menudo. De hecho, para un golfista de renombre, era normal perder al menos una pelota en dieciocho agujeros.

Y fue entre los matorrales además.

Había lanzando un slice largo fuera del tee en el catorce, y vio la bola trazar una curva en el fairway, golpear, rebotar, y pararse detrás de un árbol grande; con el árbol directamente entre la pelota y el green.

El «¡Maldita sea!» de Charlie había sido alto y apasionado, porque sobre el fairway habría tenido una excelente oportunidad de bajar de cien. Ahora tenía que perder un golpe para mandar la pelota de nuevo al fairway.

Esperó hasta que Pete dio un golpe con efecto entre los árboles del otro lado, y después se echó al hombro la bolsa y caminó hacia la pelota.

No estaba allí.

Detrás del árbol y cerca del punto donde pensaba que había caído la pelota había una corona de flores marchitas con una cinta púrpura que se entreveía entre ellas. Charlie lo cogió para mirar debajo, pero la pelota no estaba allí.

Así que debía haber rodado más lejos, miró pero no puedo encontrarla. Pete, entre tanto, había encontrado su pelota y dio su golpe de recuperación. Cruzó para ayudar a Charlie a buscar y después hicieron un gesto con la mano al grupo de cuatro que les seguía para que continuaran jugando.

- Creí que se había parado aquí -, dijo Charlie, - pero debe haber seguido rodando. Bueno, si no la encontramos cuando hayan terminado de jugar esos cuatro, sacaré otra. Dime, ¿cómo ha llegado esta cosa aquí?

Se dio cuenta de que todavía tenía la corona en su mano. Pete lo miró y se encogió de hombros.

- Por Dios, menuda combinación de colores. Violeta, rojo y verde con una cinta púrpura. Apesta -. La cosa olía un poco, aunque Pete no estaba lo bastante cerca para notarlo, y no se refería a eso.

- Sí, pero ¿qué es? ¿Cómo llegó?

Pete sonrió.

- Parece una de esas cosas que los hawaianos llevan alrededor del cuello. Leis los llaman, ¿no? ¡Eh!

Se dio cuenta de la mirada herida en la cara de Charlie y cogió firmemente la cosa de las manos de Charlie y la lanzó entre los árboles.

- Mira, hijo, - dijo, - no vayas a añadir esta maldita cosa a tu cadena de coincidencias. ¿Qué más da quien la dejo aquí o por qué? Vamos, encuentra la pelota y preparémonos. Los del grupo de cuatro ya están en el green.

No encontraron la pelota.

Así que Charlie sacó otra. La lanzó al centro del fairway y después con un golpe con el brassie llegó a diez pies del banderín. Y terminó el hoyo en cinco golpes en un par cinco, aun con el golpe de penalización por la pelota perdida.

Y al final terminó bajo cien. Después, de vuelta al club, mientras se vestían, dijo:

- Escucha, Pete, sobre la pelota que perdí en el hoyo catorce. ¿No es curioso que...

- Mierda, - gruñó Pete. - ¿No has perdido ninguna pelota antes? A veces crees ver donde caen, y está veinte o incluso cuarenta pies más lejos. La perspectiva te engañó.

- Sí, pero...

Ahí estaba el «pero» otra vez. Parecía ser la última palabra en todo lo que le pasaba últimamente. Cosas raras pasan de vez en cuando y se pueden explicar cada una si se consideran de uno en una, pero...

- Tómate un trago -, sugirió Pete y le alcanzó la botella.

Charlie lo hizo, y se sintió mejor. Tomo varios. No importaba, porque por la noche Jane iba a una fiesta dada por algunas amigas y no se lo notaría en el aliento.

- Pete, ¿tienes planes para esta noche? Jane está ocupada, y es una de mis últimas noches de soltero...

Pete sonrió.

- ¿Qué quieres decir, que qué vamos a hacer o si os vamos a emborrachar? Vale, cuenta conmigo. Quizás podamos conseguir a alguien más del grupo. Es sábado y ninguno trabaja mañana.

 

X

 

Y fue indudablemente bueno que ninguno de ellos tuviera que trabajar el domingo, porque algunos estaban disponibles. Fue una despedida de soltero con mucho éxito. Bebidas en Tony’s, y después a una bolera hasta que al encargado empezó a cabrearle el que hubiera gente lanzando bolas que empezaban en una pista, saltaban al canal y derribaban bolos en la pista de al lado.

Y entonces fueron...

A la mañana siguiente Charlie trató de recordar todos los lugares en los que estuvieron y todas las cosas que hicieron, y decidió que se alegraba de no poder. Por una razón, tenía una idea confusa de haber tratado de iniciar una pelea con un músico de guitarra hawaiana que llevaba un lei, y que borracho le había acusado de robarle su pelota de golf. Pero los otros le habían arrastrado fuera del lugar antes de que llegara la policía.

Y en algún lugar, alrededor de la una de la mañana había comido, y Charlie se había empeñado en probar cuatro locales antes de encontrar uno en el que sirvieran pato. Iba a vengar su pelota de golf comiendo pato.

Fue toda una juerga muy tonta y muy divertida. Sin duda merecía una pequeña resaca.

Después de todo, uno sólo se casa una vez. Al menos con una chica como Jane Pemberton enamorada de él, sólo se casa una vez.

No pasó nada raro el domingo. Vio a Jane y cenó de nuevo con los Pemberton. Y cada vez que miraba a Jane o la tocaba, Charlie tenía la sensación de ser un piloto novato haciendo su primer looping con un avión veloz, pero eso no era nada extraordinario. El pobre tipo estaba enamorado.

 

XI

 

Pero el lunes...

El lunes fue el día que los planes se fueron al garete. Después de las cinco y cincuenta y cinco de la tarde del lunes, Charlie supo que no había esperanza.

Por la mañana, se puso de acuerdo con el cura que iba a celebrar la boda, y por la tarde hizo un montón de compras de ropa de última hora. Vio que le llevaría más tiempo del que había pensado.

A las cinco y media comenzó a dudar que le diese tiempo de ir a buscar el anillo de bodas. Había sido comprado y pagado previamente, pero estaba todavía en la joyería para que le grabasen las iniciales.

A las cinco y media estaba todavía en el otro lado de la ciudad, esperando que le arreglaran un traje, y llamó a Pete Johnson desde el sastre:

- Oye, Pete, ¿podrías hacerme un recado?

- Claro, Charlie. ¿Qué pasa?

- Quiero recoger el anillo de bodas antes de que cierre la tienda a las seis, así no tendré que ir al centro mañana. Está en tu manzana, es la tienda de Scorwald & Benning. Ya está pagada; ¿lo recoges por mí? Les llamaré para que te lo den.

- Será un placer. Dime, ¿dónde estas? Cenaré esta noche en el centro; ¿quieres zampar conmigo?

- Claro, Pete. Escucha, quizás pueda llegar a la joyería a tiempo: te llamo sólo para asegurarme. Mira; nos encontraremos allí. Estate allí cinco minutos antes de las seis, para asegurarnos de conseguir el anillo, y yo llegaré allí al mismo tiempo si puedo. Si no puedo, espérame fuera. No llegaré más tarde de las seis y cuarto.

Y Charlie colgó el teléfono y vio que el sastre ya tenía el traje listo. De hecho no le hubiera hecho falta llamar a Pete. Llegaría allí fácilmente a las seis menos cinco.

Y faltaban sólo unos segundos cuando salió del taxi, pagó al conductor y caminó hacia la entrada.

En el momento en que cruzó el umbral de Scorwald & Benning cuando notó un olor peculiar. Sólo tuvo que dar un paso más para reconocerlo, y entonces ya era tarde para hacer nada.

Le había atrapado. Inconscientemente había respirado profundamente para reconocerlo y el olor era tan fuerte, tan puro, que no necesitó ni un segundo. Sus pulmones se llenaron con ello.

Y el suelo pareció distorsionarse antes sus ojos y estar a una milla de él, para acercarse después lentamente hacia él. Lentamente, pero le estaba alcanzando. Sintió que estaba suspendido en el aire por un momento. Después, antes de que aterrizara, todo se volvió misericordiosamente negro y vacío.

 

XII

 

«Éter»

Charlie miró enfadado al doctor uniformado de blanco.

- Pero, ¿cómo demonios podía yo haber conseguido una dosis de éter?

Peter estaba allí también, mirándole por encima del hombro del doctor. La cara de Pete estaba blanca y tensa. Incluso antes de que el doctor se encogiera de hombros, Pete estaba diciendo:

- Escucha, Charlie, el doctor Palmer viene de camino. Les he dicho...

Charlie sentía el estómago revuelto, muy revuelto. El doctor que había dicho «Éter» no estaba, ni tampoco el doctor Palmer, pero Pete ahora parecía estar discutiendo con un caballero de aspecto muy distinguido con una gran barba y ojos como los de un polluelo de halcón.

Pete estaba diciendo:

- Deje al pobre tipo en paz. Maldita sea, le conozco de toda la vida. No necesita un psiquiatra. Claro que decía cosas raras mientras estaba bajo su influencia, pero ¿no habla todo el mundo estúpidamente bajo la influencia del éter.

- Pero mi joven amigo... - la voz del hombre alto sonaba melosa, - esta usted  malinterpretando los motivos del hospital para pedir examinarle. Quiero probar que está cuerdo. Si es posible. Podría tener una razón legítima para tomar el éter. Y además el asunto de la semana pasada, cuando estuvo aquí por primera vez. Seguramente un hombre normal...

- Pero, maldita sea, él no tomó el éter por sí mismo. Le vi entrar por la puerta tras apearse del taxi. Andaba con naturalidad y tenía las manos a los lados del cuerpo. Y después, de repente, simplemente cayó redondo.

- ¿Está sugiriendo que alguien cerca de él lo hizo?

- No había nadie cerca de él.

Los ojos de Charlie estaban cerrados pero por el tono de voz del psiquiatra sabía que estaba sonriendo.

- Entonces, ¿cómo, mi joven amigo, sugiere que fue anestesiado?

- Maldita sea, no lo sé. Sólo digo que él no...

- ¡Pete! - Charlie reconoció su propia voz y se dio cuenta de que sus ojos estaban abiertos de nuevo. - Dile que se vaya al infierno. Dile que me examine si quiere. Claro que estoy loco. Cuéntale lo del gusano y el pato. Llévame al manicomio. Dile...

- ¡Ja! - De nuevo sonó la voz del hombre de la barba. - ¿Ha tenido antes... eh... ilusiones?

- ¡Charlie, cállate! Doctor, todavía está bajo la influencia del éter; no le escuche. No es justo examinar a un tipo que no sabe de qué está hablando. Por Dios, yo...

- ¿Justo? Amigo mío, la psiquiatría no es un juego. Le aseguro que tengo un profundo interés en este joven. Quizás su... eh... aberración tenga cura, y deseo...

Charlie se sentó en la cama. Gritó.

- ¡Salga de aquí antes de que...!

Las cosas se volvieron negras de nuevo.

La tortuosa oscuridad, espesa, humeante y mareante. Y se sintió avanzar por un estrecho túnel hacia una luz. Luego, de repente, supo que estaba consciente de nuevo. Pero quizás había alguien cerca de él que hablaría con él y le haría preguntas si abría los ojos, así que los mantuvo bien cerrados.

Mantuvo bien cerrados los ojos y pensó.

Debía haber una respuesta.

No había ninguna respuesta.

Un gusano de angelical.

Una ola de calor.

Un pato en una vitrina de monedas.

Una corona de feas flores marchitas.

Éter en un umbral.

Conéctalos; debe haber una conexión, tenía que tener sentido. ¡Tenía que tener sentido!

Al menos un común denominador. Algo que los conectase, que los uniese en series coherentes, algo que pudiera entenderse, algo ante lo que se pudiese hacer algo. Algo que combatir.

Gusano.

Calor.

Pato.

Corona.

Éter.

Gusano.

Calor.

Pato.

Corona.

Éter.

Gusano, calor, pato, corona, éter, gusano, calor, pato, corona...

Le golpeaban la cabeza como un tam-tam; le gritaban desde la oscuridad y parloteaban.

 

XIII

 

Debía haberse dormido, si se puede llamar dormir.

Era pleno día de nuevo, y sólo había un enfermera en la habitación.

- ¿Qué... día es hoy? - Le preguntó.

- Miércoles por la tarde, señor Wills. ¿Puedo hacer algo por usted?

Miércoles por la tarde. El día de la boda.

No tendría que cancelarla ya. Jane lo sabía. Todo el mundo lo sabía. Había sido cancelada por él. Había sido débil por no hacerlo por sí mismo antes de...

- Hay gente esperando verle, señor Wills. ¿Se siente los suficientemente bien para recibir visitas?

- Yo... ¿Quién?

- Una tal señorita Pemberton y su padre. Y un tal señor Johnson. ¿Quiere verles?

Bueno, ¿quería?

- Oiga, - le dijo, - ¿Qué me pasa exactamente? Quiero decir...

- Ha sufrido un shock severo. Pero ha dormido plácidamente las últimas veinticuatro horas. Físicamente está bastante bien. Incluso puede levantarse si lo desea. Pero, por supuesto, no puede irse.

Por supuesto que no podía irse. Lo tenían por un candidato para el manicomio. Un excelente candidato. Un hombre joven muy apropiado.

Miércoles. El día de la boda.

Jane.

No podría soportar ver...

- Mire, - dijo, - ¿podría hacer entrar al señor Pemberton sólo? Preferiría...

- Desde luego. ¿Puedo hacer algo más por usted?

Charlie sacudió la cabeza tristemente. Sentía una gran pena por sí mismo. ¿Alguien podía hacer algo por él?

El señor Pemberton le dio la mano calladamente.

- Charles, no sé cómo empezar a decirte cuánto siento...

Charlie asintió con la cabeza.

- Gracias. Yo... supongo que entiende por qué no quiero ver a Jane. Me doy cuenta de que... de que por supuesto no puedo...

El señor Pemberton asintió.

- Jane... eh... lo comprende, Charles. Quiere verte, pero se da cuenta de que podría haceros sentir peor a los dos, al menos por ahora. Y Charles, si hay algo que alguno de nosotros pueda hacer...

¿Qué podía hacer nadie?

¿Quitarle las alas a un gusano?

¿Sacar un pato de una vitrina?

¿Encontrar una pelota de golf perdida?

Pete entró después de que los Pembertons se hubieran ido. Era un Pete más callado y tranquilo del que había visto hasta entonces.

- Charlie, ¿te sientes con fuerzas para hablar del tema?

Charlie suspiró.

- Si sirviera de algo sí. Físicamente me siento bastante bien. Pero...

- Escucha, tienes que mantener la cabeza alta. Hay una respuesta en alguna parte. Escucha, estaba equivocado. Hay una conexión, una unión entre todas estas cosas raras que te han pasado. Tiene que haberla.

- Seguro -, dijo Charlie cansado. - ¿Cuál?

- Eso es lo que tenemos que averiguar. En primer lugar, tenemos que engañar a los psiquiatras que te van a examinar. Tan pronto como crean que estás lo suficientemente bien para aguantarlo. Ahora, examinemos el caso desde su punto de vista de manera que sepamos qué decirles. Primero...

- ¿Cuánto saben?

- Bueno, deliraste mientras estabas inconsciente, sobre el asunto del gusano, del pato y de la pelota de golf. Pero puedes hacer pasar eso como los delirios normales. Hablabas en sueños. Soñabas. Simplemente niega conocer nada del tema. Por supuesto, el asunto del pato estaba en los periódicos, pero no era una gran historia y tu nombre no aparecía en ella. Así que nunca lo relacionarán. Si lo hacen, niégalo. Ahora faltan las dos veces que te caíste redondo y fuiste traído aquí inconsciente.

Charlie asintió.

- ¿Y qué suponen de eso?

- Están sorprendidos. Sobre el primero no pueden hacer mucho. Se inclinan por dejarlo estar. El segundo... Bueno, insisten en que de algún modo tú mismo te administraste el éter.

- ¿Pero por qué? ¿Por qué iba nadie a administrarse éter a sí mismo?

- Ningún hombre cuerdo lo haría. Esa es la cuestión; dudan de tu cordura porque piensan que lo hiciste. Si puedes convencerles de que estás cuerdo, entonces... Mira, tienes que animarte. Están clasificando tu actitud como una melancolía aguda, y eso está cerca de lo maníaco depresivo. ¿Ves? Tienes que actuar animadamente.

- ¿Animadamente? ¿Cuándo se suponía que iba a casarme hoy a las dos? Por cierto, ¿qué hora es?

Pete echó un vistazo a su reloj y dijo:

- Eh... ¿qué más da? Y si te preguntan por qué te sientes enfermo mentalmente, diles...

- Maldita sea, Pete, desearía estar loco. Al menos, estar loco le daría sentido. Y si este asunto continúa, yo...

- No hables así. Tienes que luchar.

- Sí, - dijo Charlie sin entusiasmo, - ¿Luchar contra qué?

Sonó un pequeño golpe en la puerta y la enfermera echó un vistazo a la habitación.

- Se terminó su tiempo, señor Johnson. Tiene que marcharse.

 

XIV

 

La falta de acción y la futilidad del círculo vicioso de pensamientos que no llevan a ninguna parte. Al final tenía que hacer algo o volverse loco.

¿Vestirse? Pidió que le dieran sus ropas y se las dieron, sólo que le dieron zapatillas en vez de sus zapatos. De todos modos, vestirse le llevo tiempo.

Y sentarse en una silla fue un cambio respecto a estar tumbado en la cama. Y caminar arriba y abajo fue un cambio respecto a estar sentado en una silla.

- ¿Qué hora es?

- Las siete en punto, señor Wills.

Las siete en punto; debería llevar casado cinco horas.

Casado con Jane; la guapa, preciosa, dulce, cariñosa, comprensiva, suave y amorosa Jane Pemberton. Hacía cinco horas que debía ser Jane Wills.

Nunca más.

A no ser...

El problema.

Resolverlo.

O volverse loco.

¿Por qué no puede un gusano tener un halo?

- El doctor Palmer ha venido a verle, señor Wills. ¿Le...?

- Hola, Charles. He venido tan pronto como he podido después de enterarme de que había salido de su... coma... Me retuvo un caso. ¿Cómo se encuentra?

Se sentía fatal.

A punto de gritar y empezar a arrancar el papel de las paredes, sólo que la pared estaba pintada de blanco y no empapelada. Y gritar, gritar...

- Me siento estupendamente, doctor -, dijo Charlie.

- ¿Le ha pasado algo... eh... extraño desde que está aquí?

- Nada en absoluto. Pero, doctor, ¿cómo se explica...?

El doctor Palmer lo explicó. Los médicos siempre lo explican. El aire se llenó con palabras como psiconeurótico, autohipnosis y traumas.

Finalmente, Charlie volvió a quedarse solo. Se las arregló para despedirse del doctor Palmer sin gritar ni destrozarle a golpes.

- ¿Qué hora es?

- Las ocho.

Seis horas casado.

¿Por qué un pato?

Resuélvelo.

O vuélvete loco.

¿Qué pasaría a continuación? Seguramente estas cosas me ocurrirán durante el resto de mis días y tendré que arreglármelas en el manicomio para siempre

Las ocho en punto.

Seis horas casado.

¿Por qué un lei? ¿Éter? ¿Calor?

¿Qué tenían en común? ¿Y por qué un pato?

¿Y qué será lo próximo? ¿Cuándo será? Bueno, quizás podría suponerlo. ¿Cuántas cosas le habían pasado hasta ahora? Cinco... si contaba la bola de golf perdida. ¿Cada cuánto tiempo? Veamos... lo del gusano fue el domingo por la mañana cuando se fue a pescar; el desmayo por el calor fue el martes; el pato en el museo el jueves al mediodía, el antepenúltimo día trabajó; el juego de golf y el lei fueron el sábado; el éter el lunes...

Cada dos días.

¿Periodicidad?

Había estado paseando arriba y debajo de la habitación, ahora de repente sacó de su bolsillo un lápiz y una libreta, y se sentó en una silla.

¿Podría haber una periodicidad exacta?

Escribió «gusano» y se detuvo a pensar. Pete le iba a pasar a buscar para ir a pescar a las seis menos cinco y bajo las escaleras justo a esa hora y se puso a cavar en el macizo de flores... Sí eran las seis menos cinco de la mañana. Lo escribió.

«Calor» Humm, estaba a una manzana del trabajo y debía entrar a trabajar a las ocho y media, y cuando dobló la esquina vio que tenía cinco minutos para llegar, y entonces vio el carro y... Escribió «Ocho y veinticinco» y calculó.

Dos días, tres horas y diez minutos.

Veamos, ¿cuál iba después? El pato en el museo. Podría calcular el tiempo muy bien también. El viejo Hapworth le había dicho que se fuera a comer pronto y salió a las... hum... once y veinticinco, y le llevó, digamos, diez minutos recorrer la manzana hasta el museo, bajar por el corredor principal y llegar a la sala de numismática... Digamos, que las once y treinta y cinco.

Restó esta cifra a la anterior.

Y silbó.

Dos días, tres horas y diez minutos.

¿El lei? Um, salieron del club a eso de la una y media. Digamos que tardaron una hora y cuarto en jugar los primeros trece hoyos, y... bueno, digamos que fue entre las dos y media y las tres. Hagamos la media y dejémoslo en las dos y cuarenta y cinco. Eso sería bastante aproximado. Restémoslo.

Dos días, tres horas y diez minutos.

Periodicidad.

Restó el siguiente primero... el cuarto episodio debió tener lugar a las cinco y cincuenta y cinco del lunes. Si...

Sí, había sido exactamente a las seis menos cinco cuando había entrado por la puerta de la joyería y le habían anestesiado.

Exactamente.

Dos días, tres horas, diez minutos.

Periodicidad.

PERIODICIDAD.

Por fin una conexión. Probaba que todos estos extraños sucesos formaban parte de un todo. Cada... eh... cincuenta y una horas y diez minutos algo raro pasaba.

Pero, ¿por qué?

Asomó la cabeza por el corredor.

- Enfermera. ENFERMERA. ¿Qué hora es?

- Las ocho y media, señor Wills. ¿Puedo llevarle algo?

Sí. No. Champagne. O una camisa de fuerza. ¿El qué?

Había resuelto el problema. Pero la respuesta no tenía mucho más sentido que el problema mismo. Incluso menos. Y hoy...

Lo calculó rápidamente.

En treinta y cinco minutos.

¡Le pasaría algo en treinta y cinco minutos!

Algo como un gusano con alas o un pato graznando y ahogándose en una caja hermética, o...

¿O quizás algo peligroso de nuevo? Calor abrasador, anestesia repentina...

¿Quizás algo peor?

¿Una cobra, un unicornio, un demonio, un hombre lobo, un vampiro, un monstruo sin nombre?

A las nueve y cinco. En media hora.

Con la repentina corriente de aire frío proveniente de la ventana abierta sintió su frente fría. Porque estaba húmeda con sudor.

En media hora.

 

XV

 

Camina arriba y abajo, cuatro pasos en un sentido y cuatro en el contrario. Piensa, piensa, PIENSA.

Has resuelto una parte; ¿qué falta? Hazlo, o acabará contigo.

Periodicidad; eso es una parte. Cada dos días, tres horas y diez minutos...

Algo pasa.

¿Por qué?

¿Qué?

¿Cómo?

Están conectadas, esas cosas, forman parte de una estructura y tienen sentido de algún modo o no estarían separadas por un periodo concreto de tiempo.

Conectar: gusano, calor, pato, lei, éter...

O volverse loco.

Loco. Loco. LOCO.

Conectar: los patos comen gusanos, ¿o no? El calor es necesario para que crezcan las flores para hacer leis. Los gusanos pueden comer flores por lo que sabía, pero ¿qué tienen que ver con leis?, y ¿qué tiene que ver el éter con un pato? El pato es un animal, el lei es vegetal, el calor es una vibración, el éter es gaseoso, un gusano es... ¿qué demonios es un gusano? ¿Y por qué un gusano que vuela? ¿Por qué estaba el pato en la vitrina? ¿Y la moneda china con un agujero perdida? ¿Sumas o restas la pelota de golf, y si X es igual a un halo e Y es igual a un ala, entonces X más 2Y más un gusano es igual a...

Fuera, en alguna parte, un reloj daba la hora en la creciente oscuridad.

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve...

Las nueve en punto.

Faltaban cinco minutos.

En cinco minutos pasaría algo de nuevo.

Cobra, unicornio, demonio, hombre lobo, vampiro. O algo frío y pegajoso y sin nombre.

Cualquier cosa.

Se paseaba arriba y abajo, cuatro pasos para un lado y cuatro pasos para el otro.

Piensa, PIENSA.

Jane perdida para siempre. Queridísima Jane, en cuyos brazos todo era felicidad, Jane, cariño, no estoy loco, estoy peor que loco. Estoy...

¿QUÉ HORA ES?

Debían haber pasado dos minutos de las nueve. Tres.

¿Qué está viniendo? Cobra, demonio, hombre lobo...

¿Qué sería esta vez?

A las nueve y cinco... ¿qué?

Debían haber pasado cuatro ahora; sí, debían haber pasado al menos cuatro minutos, quizás cuatro y medio...

De repente, gritó. No podía soportar la espera.

No podía resolverlo. Pero tenía que resolverlo.

O volverse loco.

LOCO.

Ya debía de estar loco. Demasiado loco para tolerar vivir, tratando de luchar con algo con lo que no podía luchar, tratando de golpear algo que no se puede golpear. Golpeando su cabeza contra...

Ahora iba corriendo, fuera, por el pasillo.

Quizás si se daba prisa, podría matarse antes de que fueran las nueve y cinco. Nunca tendría que saberlo. MUERE, MUERE Y SUPÉRALO TODO. ES LA ÚNICA MANERA DE GANAR EL JUEGO.

Cuchillo.

Habría un cuchillo en alguna parte. Un escalpelo es un cuchillo.

Pasillo abajo. La voz de una enfermera detrás de él, gritando. Pasos.

Correr. ¿A dónde? A cualquier parte.

Le quedaba menos de un minuto. Quizás segundos.

Quizás ya eran las nueve y cinco. ¡Deprisa!

Una puerta tenía el cartel de «Almacén» la abrió de golpe.

Estanterías de ropa blanca. Fregonas y escobas. No puedes suicidarte con una fregona o una escoba. Podías ahorcarte con la ropa blanca, pero no en menos de un minuto y con doctores e internos viniendo.

Uniformes. Cubos. Matarse, pero ¿cómo? Ah. Allí, en la estantería superior...

Una caja de cartón, abierta, marcada como «Lejía».

¿Doloroso? Seguro, pero no duraría mucho. Sobreponte. La caja está en su mano, la esquina abierta, y el contenido vertido en su boca.

Pero no eran unos polvos fuertes y blancos. Todo lo que salió de la caja de cartón fue una pequeña moneda de cobre. La sacó de su mano y la sujetó, y la miró con ojos sorprendidos.

Entonces eran las nueve y cinco; de la caja de lejía había salido una pequeña moneda extranjera de cobre. No, no era el tael de haikwan chino que había desaparecido de la vitrina del museo, porque aquella era de plata y tenía un agujero en medio. Y las letras no eran chinas. Si se acordaba de sus monedas, parecía rumana.

Y entonces unas manos fuertes cogieron a Charlie por los brazos y le llevaron de nuevo a la habitación, donde alguien habló con él tranquilamente durante mucho tiempo.

Y se durmió.

 

XVI

 

Se despertó el martes por la mañana de un sueño sin sueños, y se sintió extrañamente fresco y raramente animado.

Probablemente porque, en aquellos horribles treinta y cinco minutos de espera que había vivido la noche anterior, había tocado fondo. Y rebotado.

Un psiquiatra podría haberlo explicado diciendo que había sufrido, bajo el stress de una gran emoción, una lesión temporal que le había llevado a un estado casi de locura maníaco-depresiva. A los psiquiatras les gusta hacer las cosas simples complicadas.

El hecho era que el pobre chico había perdido la cabeza durante unos minutos.

Y el absurdo anticlímax de la pequeña moneda de cobre había sido el punto de inflexión. Esperaba algo horrible, innombrable... y se encontraba con un pequeña moneda de cobre. Había sido casi un tratamiento profiláctico, si eras capaz de reírte.

Y Charlie se había reído aquella noche. Quizás por eso su habitación parecía hoy diferente. La ventana ahora estaba en una pared diferente y tenía barras. Los psiquiatras a veces malinterpretan el sentido del humor.

Pero esa mañana se sentía lo bastante animado para pasar por alto las implicaciones de la ventana con barrotes. Era un brillante nuevo día con el sol brillando entre los barrotes, y era otro día y estaba todavía vivo y tenía otra oportunidad.

Y lo mejor de todo, sabía que no estaba loco.

A menos que...

Miró y vio sus ropas colgando del respaldo de una silla. Se sentó, sacó las piernas de la cama y miró en el bolsillo de su abrigo para ver si estaba la moneda donde la había dejado cuando le atraparon.

Estaba.

Entonces...

Se vistió lentamente, pensativo.

Ahora, a la luz de la mañana, se dio cuenta de que se podía resolver el asunto. Seis, (ahora eran seis), cosas raras, pero definitivamente conectadas. Había comprobado la periodicidad.

Dos días, tres horas y diez minutos.

Y cualquiera que fuera la respuesta, no era malvado. Era impersonal. Si hubiera querido matarle, hubiera tenido la oportunidad la noche anterior; hubiera tenido que afectar a otra cosa y no a la lejía en el paquete. Había lejía en el paquete cuando lo cogió; lo había notado en el peso. Y entonces dieron las nueve y cinco y en vez de lejía había una pequeña moneda de cobre.

Aquello no era amistoso tampoco; o no le habría inflingido el calor y la anestesia. Debía ser algo impersonal.

Una moneda en vez de lejía.

¿Eran siempre sustituciones de una cosa por otra?

Humm. Un lei por una pelota de golf. Una moneda por lejía. Un pato por una moneda. Pero, ¿y el calor? ¿Y el éter? ¿Y el gusano?

Fue hacia la ventana y miró un rato fuera la cálida luz del sol caer sobre el verde césped, y se dio cuenta de que la vida era dulce. Y que si se tomaba esto con calma y no dejaba que lo superara otra vez podría vencerlo fácilmente todavía.

La primera pista ya era suya.

Periodicidad.

Tómatelo con calma; piensa en otras cosas. Mantén tu mente fuera de la noria y quizás llegará la respuesta.

Se sentó al borde de la cama y sacó de su bolsillo el lápiz y la libreta que todavía estaban allí, y el papel en el que había hecho sus cálculos del tiempo. Estudió estos cálculos con cuidado.

Con calma.

Y al final de la lista escribió «9:05» y añadió la palabra «lejía» y una línea. La lejía se había convertido en... ¿qué? Dibujó un paréntesis y empezó a llenarlo con las palabras que podrían usarse para describir la moneda; moneda, cobre, disco... Pero esas eran generales. Tenía que haber un nombre específico para esa cosa.

Quizás...

Apretó el botón que encendería la bombilla de afuera y un momento después oyó una llave girar en la cerradura y abrirse la puerta. Era un celador esta vez.

Charlie le sonrió.

- Buenos días, - dijo. - ¿Sirven el desayuno aquí o me tendré que comer le colchón?

El celador sonrió, y se le notó algo aliviado.

- Seguro. El desayuno está listo; ¿le traigo algo?

- Y... uh...

- ¿Sí?

- Hay algo que quiero comprobar, - dijo Charlie. - ¿Habrá algún buen diccionario a mano? Y si lo hay, ¿sería pedir demasiado que me dejara echarle un vistazo unos minutos?

- Bueno,... supongo que está bien. Hay uno en la oficina y no lo usan a menudo.

- Eso es estupendo. Gracias.

Pero echó la llave cuando se fue.

El desayuno vino media hora después pero el diccionario no llegó hasta media mañana. Charlie se preguntó si habría habido una reunión para discutir sus posibilidades letales. De todos modos, llegó.

Esperó a que el celador se hubiera ido y después puso el gran volumen sobre la cama y lo abrió por las láminas en color que mostraban las monedas del mundo. Sacó la moneda de cobre de su bolsillo y la puso al lado de la lámina para empezar a compararla con las ilustraciones, particularmente con las monedas de los países balcánicos. No, no había ninguna parecida entre las monedas de cobre. Probó con las de plata... sí, había una moneda con la misma cara en ella. Rumana. El texto... sí, era idéntica excepto en la denominación.

Charlie pasó a la tabla de acuñación. Debajo de Rumania...

Se quedó boquiabierto.

No podía ser.

Pero lo era.

Era imposible que las seis cosas que le habían ocurrido pudieran ser...

Estaba respirando rápidamente de excitación según pasaba las ilustraciones del final del diccionario, encontraba las páginas sobre pájaros, y empezaba a mirar entre los patos. Pecho moteado, cuello corto y una línea oscura que empezaba justo debajo del ojo...

Y sabía que encontraría la respuesta.

Encontraría el factor, además de la periodicidad, que conectaba las cosas que habían pasado. Si encajaba con los otros, podía estar seguro. ¿El gusano? Bueno... seguro... y sonrió ante esto. ¿La ola de calor? Obviamente. ¿Y el asunto en el campo de golf? Ese era más difícil, pero un rato pensando se lo solucionó.

El problema del éter le llevó un poco más de tiempo. Le llevó un montón de caminar arriba y abajo resolverlo, pero finalmente lo consiguió.

¿Y entonces? Bueno, ¿qué podía hacer él?

¿Periodicidad? Sí, esto encajaba. Si...

La próxima vez sería... hummm... a las doce y cuarto del sábado por la mañana.

Se sentó a pensar. La cosa era completamente increíble. La respuesta era más difícil de tragar que el problema.

Pero... ahora todo encajaba. ¿Seis coincidencias, separadas por un periodo de tiempo exacto?

Esta bien, olvidemos lo increíble que es, ¿qué vas a hacer? ¿Cómo iba conseguir llegar a hacer que lo supieran?

Bueno... ¿quizás cogiendo ventaja respecto al fenómeno mismo?

El diccionario estaba todavía allí y Charlie volvió a cogerlo y comenzó a mirar en el índice geográfico. Debajo de «H»

¡Guau! Había una que le daba una oportunidad doble. Y sólo a cien millas.

Si pudiera salir...

Llamó al timbre y entró el celador.

- He terminado con el diccionario -, le dijo Charlie. - Y, oiga, ¿podría hablar con el doctor encargado de mi caso?

Comprobó que el doctor encargado de su caso era todavía el doctor Palmer, y que ya venía de todos modos.

Le dio la mano a Charlie y le sonrió. Esa era una buena señal, ¿o no?

Bueno, si ahora podía mentir lo bastante convincentemente...

- Doctor, me siento estupendamente esta mañana. - Le dijo Charlie. - Y escuche,... he recordado una cosa de la que quiero hablarle. Algo que me pasó el domingo, un par de días antes de la primera vez que me trajeron al hospital.

- ¿De qué se trata, Charlie?

- Yo fui a nadar, y eso podría haber provocado la quemadura del martes por la mañana, y quizás otras cosas. Cogí prestado el coche de Pete Johnson... - ¿Comprobarían eso? Quizás no. -...y me perdí fuera de la carretera, encontré una estupendo estanque, me desvestí y entré en él. Y ahora me acuerdo que me tiré de cabeza y quizás me golpeé la cabeza contra una roca, porque lo siguiente que recuerdo es estar de vuelta en la ciudad.

- Hummm, - dijo el doctor Palmer. - Eso explica la quemadura solar y quizás también...

- Es curioso que me haya acordado de golpe esta mañana al despertar, - dijo Charlie. - Supongo...

- Se lo dije a esos idiotas, - dijo el doctor Palmer, - que no podía haber ninguna conexión entre la quemadura de tercer grado y su desmayo. Por supuesto la había, de algún modo. Quiero decir que el golpearse la cabeza mientras nadaba sería la causa... Charles, estoy muy contento que lo haya recordado. Al menos sabemos la razón por la que ha actuado así, y podemos tratarlo. De hecho puede estar curado ya.

- Creo que sí, doctor. Realmente me siento bien ahora. Como si me hubiera despertado de una pesadilla. Supongo que he hecho el tonto un par de veces. Tengo un vago recuerdo de haber comprado éter y algo sobre lejía... pero como cosas ocurridas en un sueño, y ahora mi mente es tan clara como el agua. Algo pareció surgir de repente esta mañana, y estaba bien de nuevo.

El doctor Palmer sonrió.

- Me siento aliviado, Charles. Francamente, nos tenía bastante preocupados. Por supuesto, tendré que hablar de esto con el equipo médico y tendremos que examinarle a fondo, pero creo...

Vinieron otros doctores e hicieron preguntas y examinaron su cráneo... pero la lesión que hubiera producido la roca parecía haberse curado. De todos modos, no pudieron encontrarla.

Si no hubiera sido por su intento de suicidio de la noche anterior, hubiera podido irse del hospital en ese instante. Pero en vez de eso insistieron en tenerlo bajo observación durante veinticuatro horas. Y Charlie estuvo de acuerdo; eso le daría un tiempo durante la tarde del viernes y eso no pasaría hasta las doce y cuarto de la mañana del sábado.

Suficiente tiempo para recorrer cien millas.

Simplemente si cuidaba cada cosa que hacía o decía entre tanto, y no hacía ningún movimiento o comentario que un psiquiatra pudiese interpretar...

Holgazaneó y descansó.

Y a las cinco en punto de la tarde del viernes todo estaba bien, dio la mano a todo el mundo y fue un hombre libre de nuevo. Había prometido informar al doctor Palmer regularmente durante unas cuantas semanas.

Pero era libre.

 

XVII

 

Lluvia y oscuridad.

Una llovizna desagradable y fría comenzó a calar sus ropas desde la nuca hasta los zapatos en cuanto se apeo del tren en el pequeño andén de madera.

Pero la estación estaba allí, y en uno de sus laterales un letrero le dijo el nombre de la ciudad. Charlie lo miró y sonrió, y entró en la estación. Había una alegre y pequeña estufa de carbón en el centro de la habitación. Tenía tiempo de calentarse antes de empezar. Acercó las manos a la estufa.

Desde un lado de la habitación una cabeza gris lo miró con curiosidad a través de la ventanilla de la taquilla. Charlie saludó con un movimiento de cabeza y la otra cabeza le devolvió el saludo.

- ¿Se va a quedar un rato, forastero? - preguntó la cabeza.

- No exactamente, - dijo Charlie. - De todos modos, espero que no. Quiero decir... - Demonios, después de todo lo que había dicho a los psiquiatras en el hospital, no debería costarle mentir a un taquillero en un pueblecito. - Quiero decir, no creo.

- No salen más trenes esta noche, señor. ¿Tiene dónde alojarse? Si no, mi esposa a veces acepta huéspedes para estancias cortas.

- Gracias, - dijo Charlie. - Ya lo he arreglado. - Comenzó añadir «espero» y después se dio cuenta de que esto le conduciría a continuar la conversación.

Miró al reloj de la pared y al de su muñeca y vio que ambos marcaban las doce menos cuarto.

- ¿Es muy grande el pueblo? - preguntó. - No me refiero a la población. Quiero decir, ¿está muy lejos la autopista de los límites del municipio? De los límites del pueblo.

- No mucho. Quizás media milla, o poco más. ¿Quizás va a casa de los Tollivers? Viven por allí y he oído que habían mandado a buscar a la ciudad un... no, usted no parece un empleado.

- No, - dijo Charlie. - No lo soy -. Miró el reloj de nuevo y se dirigió a la puerta. Dijo, - Bueno, ya nos veremos.

- Va a...

Pero Charlie ya había salido por la puerta y bajaba por la calle de detrás de la estación. Hacia la oscuridad y lo desconocido y... Bueno, no hubiera podido contarle al empleado su destino real, ¿o no?

Había una autopista de peaje. Pasada una manzana, la acera terminaba y tenía que caminar por el arcén de la carretera, a veces hundido en el barro hasta el tobillo. Ahora ya estaba empapado, pero no importaba.

El límite del municipio estaba a más de media milla. Un gran cartel que había allí, (un cartel extrañamente grande dado el tamaño de la ciudad), decía:

 

ESTÁ USTED ENTRANDO EN HAVEEN

 

Charlie cruzó el borde y miró hacia atrás. Y esperó, con un ojo puesto en su reloj de pulsera.

A las doce y cuarto tendría que cruzar. Ya eran y diez. Dos días, tres horas y diez minutos después de que la caja de lejía contuviera la moneda de cobre, lo que había ocurrido dos días, tres horas y diez minutos después de que se hubiera anestesiado en la puerta de la joyería, lo que había ocurrido dos días, tres horas y diez minutos después...

Miró la manecillas de su reloj de pulsera de precisión, primero el minutero hasta que marcó las doce y catorce. Después miró el segundero.

Y cuando faltaba un segundo para las doce y cuarto adelantó su pie y en el momento fatal estaba cruzando el límite.

Entrando en Haveen.

 

XVIII

 

Y como pasó las otras veces, no hubo ningún aviso. Pero de repente:

Ya no llovía. Había una luz brillante, aunque no parecía provenir de una fuente visible. Y la carretera bajo sus pies no estaba embarrada; era suave como el cristal y de un blanco alabastro. El ser vestido de blanco en la puerta de enfrente miraba a Charlie asombrado.

Le dijo:

- ¿Cómo ha llegado aquí? Ni siquiera esta...

- No, - dijo Charlie. - Ni siquiera estoy muerto. Pero escuche, tengo que ver... humm... ¿Quién se encarga de la impresión?

- El Cajista Jefe, por supuesto. Pero usted no puede...

- Entonces tengo que verle -, dijo Charlie.

- Pero las normas prohíben...

- Mire, esto es importante. Se están dando algunos errores tipográficos. Es tan importante para ustedes como para mí corregirlos, ¿no? De otro modo las cosas pueden volverse un lío terrible.

- ¿Errores? Imposible. Debe estar bromeando.

- ¿Entonces cómo, - preguntó Charlie razonablemente, - he llegado al Cielo sin morir?

- Pero...

- Ya ve que se suponía que debía entrar en el Cielo. Hay una matriz de «e» que...

- Venga.

 

XIX

 

La oficina era muy agradable y familiar. No era muy diferente a la oficina de Charlie en la Imprenta Hapworth. Había un desvencijado escritorio de madera, cubierto de papeles, y tras él se sentaba un pequeño y calvo Cajista Jefe con tinta de imprenta en las manos y una mancha igual en la frente. Al otro lado de la puerta cerrada se oía un rugido monstruoso y el repiqueteo de máquinas de composición y prensas.

- Desde luego, - dijo Charlie. - Se suponen que son perfectas, tan perfectas que no necesita ni lectores de pruebas. Pero quizás una vez entre un número infinito algo le puede pasar a la perfección, ¿no? Matemáticamente, una vez entre un número infinito cualquier cosa puede pasar. Ahora, mire; hay una máquina de composición y un operario para los archivos que cubren cada persona, ¿no?

El Cajista Jefe asintió.

- Exacto, aunque dicho de algún modo la máquina y el operario son uno, en el que el operario es una función de la máquina y la máquina una manifestación del operario y ambos son extensiones del ego del... pero supongo que esto es un poco complicado para que lo entienda.

- Sí, yo... bueno, de todos modos, los canales por los que corren las matrices deben ser tremendos. En nuestras linotipias en la Imprenta Hapworth, una matriz de «e» hace el circuito cada sesenta segundos más o menos, y si una fuera defectuosa causaría un error al minuto, pero aquí arriba... Bueno, ¿es mi cálculo de cincuenta horas y diez minutos correcto?

- Lo es, - el Cajista Jefe estaba de acuerdo. - Y dado que no hay ningún modo de que usted se hubiera dado cuenta del hecho excepto...

- Exactamente. Y pasado ese periodo de tiempo la matriz de «e» defectuosa vuelve y cae cuando el operario golpe a la tecla «e». Probablemente las orejas de la matriz están gastadas; de todos modos cae a través de un gran distribuidor y cae demasiado deprisa y cae más adelante de su lugar correcto en la palabra, y se produce el error tipográfico. Como hace una semana, el domingo, se suponía que iba a coger un gusano (angleworm), y... [1]

- Espere.

El Cajista Jefe pulsó un timbre y lanzó una orden. Un momento más tarde, trajeron un pesado libro y lo pusieron sobre el escritorio. Antes de que el Cajista Jefe lo abriera, Charlie vio su propio nombre en la portada.

- ¿Dijo a las cinco y cuarto de la mañana?

Charlie asintió. Pasaron las páginas.

- Yo... ¡bendito sea! - dijo el Cajista Jefe. - ¡Gusano angelical! (angelworm). Debió ser algo digno de verse. Creo que nunca había oído hablar de un gusano angelical antes. ¿Cuál fue el siguiente?

- La «e» cayó mal en la palabra «odio» (hate). Iba a por un hombre que golpeaba a un caballo y... Bueno, resultó la palabra «calor» (heat) en vez de «odio». La «e» cayó dos caracteres antes esta vez. Y tuve una insolación y una quemadura solar en un día de lluvia. Eso fue el martes a las ocho y veinticinco. Y después a las once y treinta y cinco del jueves en el museo...

- ¿Sí? - apuntó el Cajista Jefe.

- Un tael. Una moneda de plata china que se suponía que yo iba a ver. Se convirtió en una «cerceta común» (teal) y como una cerceta común es un pato, había un pato salvaje revoloteando en una caja herméticamente cerrada. Uno de los vigilantes se metió en un lío; espero que usted arreglará eso.

El Cajista Jefe se rió entre dientes.

- Lo haré, - dijo. - Me hubiera gustado ver el pato. Y la siguiente vez tuvo que ser a las dos cuarenta y cinco de la tarde del sábado. ¿Qué pasó entonces?

- Lei en vez de situación (lie), señor. Lancé mi pelota de golf detrás de un árbol y se suponía que iba a ser una mala situación... pero en vez de eso fue un mal lei. Unas flores marchitas y mal combinadas en un cordón púrpura. Y la siguiente fue más dura de imaginar para mí, incluso aunque ya tenía la clave. Tenía una cita en la joyería a las cinco y cincuenta y cinco. Pero esa era la hora fatal. Llegué allí a las cinco y cincuenta y cinco, pero la matriz «e» cayó cuatro caracteres fuera de lugar esa vez, hasta llegar al principio de la palabra. En vez de llegar allí (there) a las cinco y cincuenta y cinco, conseguí éter (ether).

- Vaya. Eso fue mala suerte. ¿Y la siguiente?

- La siguiente fue justo lo contrario, señor, de hecho, resultó que me salvó la vida. Me volví temporalmente loco y traté de suicidarme ingiriendo lejía (lye). Pero la «e» estropeada cayó mal y se convirtió en un ley, que es una pequeña moneda de cobre rumana. Todavía la tengo, como recuerdo. De hecho cuando descubrí el nombre de la moneda, supuse la respuesta. Me dio la clave de las otras.

El Cajista Jefe volvió a reír entre dientes.

- Ha demostrado tener grandes recursos, - dijo. - Y su método de llegar aquí para contárnoslo...

- Eso fue fácil, señor. Si lo cronometraba bien estaría entrando en Haveen en el instante preciso, tenía dos oportunidades. Si cualquiera de las dos es era la incorrecta caería, como hizo, demasiado pronto en la palabra, y entraría en el Cielo (Heaven).

- Decididamente ingenioso. Por cierto, puede considerar los errores corregidos. Ya nos hemos ocupado de todos ellos mientras hablaba; excepto el último, claro. De otro modo, usted ya no estaría aquí. Y la matriz defectuosa ha sido quitada del canal.

- Quiere decir que en lo que a la gente de ahí abajo se refiere, ninguna de estas cosas ha...

- Exactamente. Una edición revisada está ahora en la prensa, y nadie en la Tierra tendrá ningún recuerdo de esos acontecimientos. Es una manera de hablar, pero esos acontecimientos ya no han pasado. Quiero decir, pasaron, pero ahora no, a todos los efectos. Cuando le devolvamos a la Tierra, encontrará la situación como hubiera sido si no hubieran ocurrido los errores tipográficos.

- ¿Quiere decir, por ejemplo, que Pete Johnson no recordará que la haya hablado del gusano ni ningún informe en el hospital de mi estancia allí? Y...

- Exactamente. Los errores han sido corregidos.

- ¡Guau! - dijo Charlie. - Yo estaré... Quiero decir, bueno, se suponía que me iba a casar el miércoles por la tarde, hace dos días. Um... ¿estaré? Quiero decir, ¿lo estaba? Quiero decir...

El Cajista Jefe consultó otro libro y asintió.

- Sí, a las dos en punto del miércoles por la tarde. Con una tal Jane Pemberton. Ahora si le devolvemos a la Tierra en el momento que salió de allí, las doce y cuarto del sábado por la mañana, se encontrará... veamos... pasando su luna de miel en Miami. En ese momento exacto, estará en un taxi en marcha...

- Sí, pero... - Charlie tragó saliva.

- ¿Pero qué? - El Cajista Jefe parecía sorprendido. - Creía que era eso lo que quería, Wills. Le debemos un gran favor por haber sido tan ingenuos como para llamar su atención sobre esos errores tipográficos, pero creía que lo que usted quería era casarse con Jane, y si vuelve y se encuentra a usted mismo...

- Sí, pero... - repitió Charlie. - Pero... quiero decir... Mire, llevaré casado dos días. Me habré perdido... quiero decir, no podría...

De repente el Cajista Jefe sonrió.

- ¡Qué estúpido soy!, - dijo, - por supuesto. Bueno el tiempo no importa. Podemos dejarlo caer en cualquier punto del continuum. Le puedo devolver fácilmente a las dos del miércoles por la tarde, en el momento de la ceremonia. O el miércoles por la mañana, justo antes. En cualquier momento.

- Bueno, - dijo Charlie dubitativo. - No echo de menos exactamente la ceremonia. Quiero decir, no me gustan las recepciones y cosas así, y tendría que sentarme durante todo el banquete y escuchar los brindis y los discursos y, bueno, quiero decir. Yo...

El Cajista Jefe rió.

- ¿Está listo?

- Sí. ¡claro!

 

El chasquido de las ruedas del tren sobre los raíles, y las estrellas y la luna brillando sobre la plataforma de observación del tren.

Jane entre sus brazos. Su esposa, dado que era miércoles por la noche. La guapa, preciosa, dulce, cariñosa, comprensiva, suave y amorosa Jane...

Ella se acurrucó más cerca de él, y él estaba musitando:

- Son... son las once en punto, cariño. ¿Vamos...?

Sus labios se encontraron, se apretaron.

Después, cogidos de las manos, caminaron por el balanceante tren. Su mano giró el pomo de la puerta del compartimento y, según se abría lentamente, la cogió en brazos para cruzar el umbral.

 

 

FIN

 

 [1] Nota del traductor: A partir de aquí se incluye el término en inglés al lado del término en español para una mejor comprensión de la historia.

 

Traducción y edición digital de Kyo