LOS GRANDES DESCUBRIMIENTOS PERDIDOS II
Fredric Brown
El segundo gran
descubrimiento perdido fue el secreto de la invulnerabilidad. Fue descubierto
en 1952 por un oficial de radar de la Marina de los Estados Unidos de América,
el teniente Paul Hickendorf. El aparato era electrónico y consistía en una
pequeña caja que podía llevarse incluso en el bolsillo; cuando se accionaba
cierto dispositivo de la caja, la persona que la llevaba se veía rodeada de un
campo de fuerza cuyo poder, en función de lo que podía medirse mediante las
excelentes matemáticas de Hickendorf, era virtualmente infinito.
El campo
también resultaba completamente impermeable a cualquier grado de calor y a
cualquier cantidad de radiación.
El teniente
Hickendorf llegó a la conclusión de que cualquier hombre - mujer, niño o perro
- encerrado en dicho campo de fuerza, podría resistir la explosión de una bomba
de hidrógeno a bocajarro, sin resultar afectado en modo alguno.
No se hacían
explotar bombas de hidrógeno en aquellas fechas, pero mientras terminaba de
ajustar su artefacto, el teniente se encontraba en un barco, un crucero, que
navegaba por el Océano Pacífico en ruta hacia un atolón llamado Eniwetok, y se
rumoreaba que tendrían que presenciar la detonación de la primera bomba de
tales características.
El teniente
Hickendorf decidió esconderse en la isla que servía de blanco y permanecer allí
hasta el momento del estallido de la bomba, para después salir ileso;
demostrando de este modo, fuera de cualquier género de duda, que su
descubrimiento era operativo: una defensa infalible contra el arma más poderosa
de todos los tiempos.
Fue difícil,
pero pudo ocultarse con éxito y allí estaba, a unos cuantos metros de la bomba
H, después de haberse acercado lo más que pudo al lugar de la explosión.
Sus cálculos
fueron absolutamente correctos y no sufrió ni la menor lesión, ni un rasguño,
ni una quemadura.
Pero el
teniente Hickendorf no previó la posibilidad de que sucediera algo imprevisto,
y eso fue lo que ocurrió. Salió disparado de la superficie terrestre, con una
velocidad de aceleración mayor que la de escape, en línea recta, ni siquiera en
órbita. Cuarenta y nueve días más tarde cayó en el sol, aún sin lesión alguna
pero, desdichadamente, muerto hacía ya bastante tiempo, puesto que el campo de
fuerza admitía sólo el aire suficiente para respirar unas cuantas horas, y así
su descubrimiento se perdió para la humanidad, por lo menos durante el
transcurso del siglo XX.
FIN
Enviado por
Paul Atreides