Fredric Brown
Estaba sentado
con el capitán Gurney en su oficina y estábamos matando el tiempo charlando
sobre nada en particular y sobre homicidio en general. Este es el departamento
de Gurney, el de homicidios. No cometiéndolos, pero si atrapando a quienes los
cometen. Es muy hábil para esto también, extraordinariamente hábil.
- Una llave -
decía Gurney - es la pista menos significativa que pueda existir. Nueve de diez
veces te guía hacia una falsa dirección. Sin embargo te ayuda a completar la
escena. ¿Entiendes lo que quiero decir?
- Como aquellos
ciegos y el elefante - dije -. ¿Conoces esa vieja historieta?
- No. ¿Me la
cuentas?
- Te la contaré
- dije -. Cuatro ciegos se acercaron a un elefante para tocarlo y descubrir a
qué se parecía. Uno de ellos tocó la trompa y pensó que se parecía a una
serpiente; el segundo tocó la cola e imaginó que el elefante era como una
cuerda; el tercero colocó las manos sobre una de las patas del elefante y creyó
que se parecía a un árbol; el último las colocó sobre su cuerpo y pensó que era
como una pared. Durante el resto de sus vidas discutieron sobre ello.
- ¡Hum! - dijo
Gurney -. Ahora que lo cuentas, creo que ya lo había oído en alguna ocasión.
Pero es bueno. Tiene sal...
- Lo que tiene
es agua. Mucha agua - dije -. Recuerdo que de pequeño, acarreé cincuenta cubos
de agua para comprar entradas de un circo. Cincuenta cubos, o si no emplearían
los elefantes en vez de a mi.
Gurney ni
siquiera se dignó sonreír.
- Corrobora lo
que yo decía. Una llave no significa nada por sí sola; es como cada una de las
partes del elefante que palparon los ciegos y...
Sonó el
teléfono y Gurney lo cogió. Repitió «si» cosa de diez veces a intervalos y
luego, para cambiar, dijo «de acuerdo» y colgó el auricular.
- Hablando de
circos, hay un muerto en los salones de invierno del Harbin-Wilson Shows. De un
tiro. Un director de pista. Hay algunos detalles interesantes. Mutt y Jeff
llevan el asunto, y fue Mutt el que llamó. Me pide que vaya.
Mientras
cerraba con llave su escritorio y se ponía la americana iba hablando. Yo me
puse la mía.
- ¿Quieres
venir? - dijo.
- Desde luego -
le contesté - con lo que bajamos y nos subimos en su automóvil.
Debo aclarar
que Mutt es Walter Andrews y le llaman así ya que su compañero es Jeff Kranich
y Jeff es un muchacho bajito mientras que Andrews es alto por lo que les llaman
Mutt y Jeff.
Ya en el coche,
dijo Gurney:
- Lo mataron
con un cartucho sin bala. Un cartucho sin bala del calibre treinta y dos,
disparado con la pistola que él empleaba en la pista. Algunos aspectos
curiosos.
- Este sólo ya
es suficientemente curioso - dije.
- Apoyaron el
cañón del arma contra su sien - dijo el capitán -. Tanto si el cartucho tenía
la bala como si no, con el cañón apoyado en la sien del individuo, la explosión
por sí sola podía matarlo.
- ¿Podría ser
suicidio, capitán?
- Podría serlo
- dijo Gurney -. La pistola estaba en su mano, pero también pudo ser puesta en
ella posteriormente. La prueba de la parafina para comprobar si existen partículas
de pólvora en su mano no nos dirá nada, pues de todas formas existirían. Era un
revólver nuevo, comprado esa misma tarde, y él había ya disparado unas cuantas
veces para probarlo, según dice Mutt. Luego volvió a cargarla.
- Pero Mutt no
cree que sea suicidio - dije -, o de lo contrario no te hubiera llamado. ¿Por
qué no lo es?
- Hay ciertos
detalles interesantes. Se dispararon tres tiros. Todos ellos en el instante del
crimen. Es difícil imaginar a una persona disparando dos veces al aire y la
tercera apuntando a su sien. No tiene sentido.
- Pero tampoco
lo tiene el que lo hiciera el asesino - dije -. ¿Cómo saben que los tres
disparos se hicieron en el instante del crimen, si realmente es que ha sido
crimen?
- Dos personas
los oyeron - dijo Gurney -. Los tres disparos fueron hechos en un intervalo de
diez segundos. Un tal Ambers los oyó desde una distancia de unos veinte metros,
en la pista. Es el que cuida de las fieras. No un domador, sino el que las
cuida. Estaba dormitando y los disparos lo despertaron. Un vigilante los oyó
desde el piso superior, según dice, y un tercero estaba en el edificio..., un
cajero que se había retrasado con su trabajo en la oficina. Dice que no oyó
ningún disparo, y podría ser cierto, ya que la oficina está bastante alejada.
Gurney frenó a
causa de una luz roja. Podía haber usado la sirena y continuar, pero él nunca
acostumbra hacerlo a no ser que se trate de un asunto realmente urgente.
Probablemente pensaba que el muerto esperaría hasta nuestra llegada.
- Continúo creyendo
que tampoco tiene sentido el que el asesino disparase dos tiros de más, sin
bala; aún no me has contestado - dije.
- No, no lo he
hecho aún - dijo Gurney -. Y es que no sé qué contestarte. Pero Mutt dice que
el suicidio está prácticamente descartado y por ello desea que yo vaya allí. No
me ha dicho por qué descarta la posibilidad de un suicidio.
Paró el coche y
se dirigió a un aparcamiento.
- El nombre del
director de pista era Sopronowicz. Todos los que estaban por debajo de él
odiaban su estampa pues era un piojoso métome en todo. Y un sádico. La clase de
tipo que cualquiera puede desear matar, incluso con un cartucho descargado.
»Cualquiera de
los tres hombres que estaban en el edificio puede haberlo hecho, por lo que
parece. Especialmente Ambers, el que se ocupa de las fieras. Sopronowicz era
cruel con los animales y Ambers está enamorado de ellos. Ambers admite que le
hubiera gustado asesinarle, pero asegura que él no lo ha hecho. Y no había
rastro de pólvora en sus manos.
- ¿Y qué hay de
los otros?
- El vigilante
se llama CarIe. Es el suegro de Sopronowicz. En ello podría haber un motivo, a
pesar de que Sopronowicz le consiguió el trabajo. El nombre del contable es
Gold. Sopronowicz...
- Llamémosle
Soppy de ahora en adelante - sugerí.
- El director
de pista acostumbraba a discutir con Gold sobre la contabilidad. Tenía un
pequeño tanto por ciento en los beneficios del circo, y pensaba que le
estafaban en sus cuentas.
- Buen muchacho
- dije.
- Todos le
querían - dijo Gurney.
Salimos del
coche y buscamos la entrada del edificio.
- Acostumbra a
ser una pista de hielo - me dijo Gurney -. Harbin Wilson lo empleaba como
salones de invierno hace ya tiempo. ¿No habías oído hablar de ellos?
- Un circo
pequeño, ¿verdad? Con una sola pista y con representaciones en ciudades de poca
importancia así como en ferias, por lo que yo sé. Pero volviendo al amigo
Soppy, capitán...
- Ya sabes
tanto de él corno yo - me interrumpió Gurney -. Todo lo que yo sé es lo que me
contó Mutt, y eso ya lo conoces.
La puerta
estaba cerrada y golpeó en ella hasta que Jeff nos abrió.
- Hola, jefe.
Hola, Fred. Vengan por aquí. Está en una habitación fuera de la pista - dijo
Jeff.
Le seguimos por
el vestíbulo y cruzarnos una puerta que conducía a una sala con gran altura de techo
y suficientemente amplia para albergar un campo de fútbol. Se notaba que había
sido proyectada para ser una pista de hielo, aunque entonces parecía más el
interior de un circo. Había un espacio libre en el centro, con un anillo que lo
rodeaba, y encima trapecios y otros aparatos aéreos. Las fieras estaban al
fondo, por lo que el lugar olía a circo, a circo desastrado. Se veía una docena
de caballos en sus establos, un sucio elefante, y una pareja de sarnosos tigres
en sus jaulas.
El elefante
caminó sobre el hormigón del suelo en dirección a nosotros, y un hombre
arrugado, con el cabello gris, pinchó cuidadosamente su lomo con un garfio.
- Éste es
Ambers - dijo Jeff -. El pequeño. El grande es un elefante.
- Gracias -
contesté -. ¿Son estos todos los animales que tienen?
- Todos
desempeñan algún papel. Unos pocos más, que sirven de relleno, no se les reúnen
hasta que ya están en plena carretera. Dentro de un par de semanas. Allí es
donde está el fiambre.
Jeff Kranich
apuntaba hacia una doble puerta que conducía fuera de la pista. Ambas puertas
estaban abiertas de par en par, apoyadas contra la pared. A través de ellas
pudimos ver el cadáver en el suelo, de espaldas a una puerta que podía verse al
fondo de la habitación.
Mutt estaba
apoyado tristemente contra la pared, con los ojos fijos en el que había sido
director de pista. Ni nos saludó; simplemente, comenzó a hablar.
- Es absurdo.
No he tocado una sola cosa, jefe, exceptuando que le he levantado la mano y he
vuelto a dejarla exactamente como estaba. Tres cartuchos disparados, de
acuerdo. Y hemos interrogado a los tres únicos hombres que sabemos estaban en
el edificio y sus relatos concuerdan perfectamente, exceptuando que estaban
todos apartados entre si y ninguno puede ofrecer una coartada para el otro -
dijo.
- Dices que no
puede haber sido suicidio. ¿Tienes alguna razón para afirmarlo? - preguntó
Gurney.
- Desde luego -
respondió Mutt -. El hombre estaba satisfecho de la vida. Acababa de encontrar
un trébol de cuatro hojas. Gold, el cajero, me ha dicho que le hablan concedido
una plena participación como socio en el espectáculo para cuando comenzara la
temporada. Walker murió el pasado año y Harbin le hizo esa oferta a
Sopronowicz. El espectáculo no está de malas. Él se habría embolsado treinta o
cuarenta de los grandes, o más, en la próxima temporada, y ése es mucho más
dinero del que había visto en toda su vida. Físicamente estaba en plena forma;
precisamente acababa de pasar un examen médico para el seguro ayer por la
tarde; y todos aquellos con los que he hablado coinciden en afirmar que esos
últimos días estaba mucho más contento que de costumbre. Ambers dice que lo
demostraba en todos sus actos; esta noche pasada, por ejemplo, la pasó de
juerga junto con el domador, un tipo llamado Standish.
- No estaba en
bancarrota; tenía más de doscientos pavos en su cartera. ¿Y de pronto se pega
un tiro sin ninguna razón? Absurdo.
Gurney estaba
examinando toda la habitación. No había muchas cosas en ella. Un gran
guardarropa a un lado, cerrado y con un candado. Dos baúles cerrados y un par
de sillas plegables, ambas caídas.
- ¿Las sillas
estaban ya derribadas de esta manera? - preguntó Gurney. Mutt asintió.
- No he tocado
nada que no volviera a colocar como estaba antes. He estado interrogando a todo
el mundo, y nada. Absurdo.
- ¿Quién lo
encontró? - deseó saber Gurney.
- Ambers. Pero
no en seguida, Él estaba lejos de la pista, en una habitación con una litera
que está cerca del otro extremo. Estaba echando una cabezadita: dice que le
está permitido, ya que trabaja aquí las veinticuatro condenadas horas del día,
Oyó los disparos, pero creyó que Sopronowicz estaba probando de nuevo su
revólver; no prestó gran atención. Pero ya no consiguió volver a dormirse, por
lo que veinte minutos más tarde aproximadamente, según cree, volvió a la pista
y anduvo rondando hasta este extremo de la misma para recoger alguna cosa. Vio
el cuerpo echado allí en cuanto pasó ante esta doble puerta.
- ¿Qué hay de
Carle, el vigilante? - preguntó Gurney.
- Oyó los
disparos desde el piso superior mientras estaba efectuando la ronda. No
sospechó nada, por la misma razón que Ambers. Dice que una media hora después
de oírlos, Ambers vino a encontrarle y le dijo que llamase a la policía. Eso
encaja, en cuestión de tiempos. Y Gold continuaba sin saberlo hasta que
nosotros llegamos aquí. Ni CarIe ni Ambers pensaron en volver a la oficina para
decírselo.
- ¿Y ellos qué
piensan sobre todo eso?
- No piensan
nada, excepto que no es suicidio. Especialmente Carle. Dice que Sopronowicz había
nacido con un clavel en la espalda y que la única persona no hubiera deseado
pegarle un tiro a Sopronowicz era el propio Sopronowicz. Además, todos sabían
lo de su participación en el negocio y de la gran suerte que ello le
representaba.
Gurney golpeó
la puerta con el pulgar, la única puerta que había en la habitación aparte de
la doble que estaba abierta.
- ¿Estaba
cerrada esta puerta tal como lo está ahora?
- Si - dijo
Mutt -. estaba desde este lado. Y es una cerradura muy segura. Apenas pude
entreabrirla para ver lo que hay al otro lado. Es un pasillo. Y después volví a
cerrarla.
Volví a mirarlo
todo de nuevo y luego regresé a la pista. Fui donde se encontraban Ambers y las
fieras. El pequeño y arrugado hombrecillo estaba cepillando un hermoso caballo
blanco.
Me miró con
curiosidad.
- ¿Lo han
descifrado ya? - quiso saber.
- Aún no -
dije.
- Bien...
Espero que no lo hagan. Nunca.
- ¿Lo has
descifrado tú? - le pregunté.
- ¿Yo? No, por
Dios. Pero sí lo hiciera, le aseguro que no se lo contarla a nadie.
- La ley dice
que debes hacerlo.
Escupió en el
suelo.
- No me hable
de leyes, amigo. Cuando era joven leí una vez a Blackstone, no le di mucha
importancia pero si recuerdo una cosa. Se debe decir lo que se sabe, pero no es
obligatorio contar lo que piensa o imagina uno. Y ahora lárguese a dar brillo a
sus medallas.
No fui a dar
lustre a mis medallas pero, en cambio, caminé hacia donde estaban los demás. Me
crucé con Mutt cuando éste salía de la habitación del muerto. Entré y vi a
Gurney apoyado contra la pared en el mismo sitio donde había estado Mutt,
mirando pensativamente hacia el cadáver.
- ¿Te
importaría que colocase de pie una de esas sillas? - le pregunté
- Adelante -
dijo Gurney. Enderecé una de las sillas y me senté en ella.
- ¿Tienes
alguna idea? - le pregunté.
- Sí - me
contestó.
Le pregunté
cuál, pero no obtuve contestación. Por lo tanto, intenté hacerme una idea del
asunto yo mismo, pero fracasé.
En este momento
entró Mutt, con una sonrisita en su cara e hizo un gesto con la cabeza hacia
Gurney.
Éste le dijo:
- Bien.
Entonces podéis esfumaros, tú y Jeff. - Se volvió hacia mi y dijo - Vámonos,
Fred.
- ¿Lo
descubriste? - le pregunté.
- Si. Ven;
vamos a tomar una cerveza y te lo explicaré.
Pero no lo hizo
inmediatamente incluso después de habernos servido las cervezas.
Brindé:
- Para los
asesinatos - y tomamos un trago. Luego dijo -: Tú lo resolviste, ya sabes. Esa
historia de los cuatro ciegos.
- De acuerdo -
le dije -, así que quieres dártelas de humilde por un rato. Tendré, pues, que
ayudarte. He aquí lo que he descubierto.., o lo que no he descubierto. No creo
que fuera suicidio ya que no había ninguna razón para ello y, en cambio, un
montón en contra. Por lo tanto, tiene que haber un asesino y éste entró por la
puerta abierta ya que la del corredor estaba perfectamente cerrada desde el
interior. ¿Quieres que te cuente ahora lo de los cuatro ciegos?
- Adelante.
- Ambas sillas
estaban volcadas, de lo que se deduce que hubo una pelea - dije -. Pero me he
dado cuenta, como tú, de que su cabello no estaba revuelto, excepto sobre la
sien, debido a la explosión. Y su camisa no estaba arrugada ni su engomado
mostacho en desorden. Por lo tanto, dijo el segundo ciego, no hubo lucha.
Tomé otro sorbo
de cerveza.
- El asesino -
dije -, es inteligente, puesto que no hubo pelea y consiguió que Soppy
sostuviera el arma con el cañón apoyado sobre la sien. Debió ser por medio de
engaños, a menos que Soppy estuviera dormido. Pero el asesino no demostró mucha
inteligencia, o de lo contrario no hubiese enredado el ovillo disparando dos
veces más. De esta forma descartaba la hipótesis del suicidio a pesar de que no
existieran motivos para el mismo. Y sin embargo, dijo el cuarto ciego, intentó
que pareciese un suicidio al colocar el arma en la mano de Soppy. Como dijo el
quinto ciego, ese que se llama Mutt, es absurdo.
- Tu error está
en lo de los ciegos - dijo Gurney -. Has tomado la historia por el lado
equivocado. Has olvidado precisamente lo más importante de la historieta que me
contaste.
- ¿Si? - dije
-. ¿Y qué es lo más importante?
- Pues que en
ella también aparecía un elefante - dijo Gurnney.
Bebió un largo
trago de su cerveza y colocó el vaso ya vacío sobre la mesa. Hizo una señal al
camarero y luego dijo:
- Lo que
ocurrió es muy sencillo. El elefante no estaba atado; ya pudiste verlo. Erraba
por la pista hasta que llegó donde Sopronowicz había ido, por cualquier razón
que no hace al caso. Le vio, y por allí no estaban ni Ambers ni el domador, y
se acordé del trato cruel que siempre había sufrido a manos de Sopronowicz. Y
Sopronowicz no tenía un garfio. Empezó a cruzar la doble puerta para alcanzarlo
y lo que luego ocurrió fue sólo cuestión de segundos. El director de pista vio
como se le acercaba la muerte por la puerta de la pista e hizo lo mejor que se
le ocurrió. Disparó un cartucho sin bala contra la cara del animal para
asustarlo, pero el elefante continuó acercándose. Uno de los dos golpeó las
sillas; probablemente el elefante, ya que estaban precisamente al lado de la
puerta. Sopronowicz hizo otro disparo, posiblemente cuando llegó a la puerta
posterior que era de marco sencillo y que el elefante no habría podido cruzar.
Pero estaba cerrada con candado y aunque hubiese podido abrirla no lo hubiera
conseguido antes de que la fiera le alcanzase. Y... bien, no es agradable,
imagino, el ser muerto por un elefante. Acabas con todos los huesos rotos y
quizás con un brusco golpe de colmillo entre los intestinos; viviendo aún
treinta segundos o quizás tres minutos, aunque han de ser unos pésimos treinta
segundos o tres minutos. En el último segundo, él mismo se libró de todo eso.
Probablemente la trompa del elefante comenzaba ya a enrollarse a su alrededor
cuando apoyó el cañón sobre su sien y apretó el gatillo. Cayó muerto y sin duda
el elefante lo olfatearía con el extremo de la trompa y viendo, oliendo, o
dándose cuenta de cualquier otra forma, de que el hombre estaba muerto lo dejó
caer en el suelo sin más. Y luego volvió sobre sus pasos, tan tranquilo.
- Podría ser -
dije -. Tiene sentido, pero...
- Pero nada -
me replicó Gurney -. Mientras tú estabas charlando con Ambers recordé tu
historieta sobre el elefante y hallé la respuesta. Así que envié a Mutt a que
comprobase con un poco de parafina si existían señales de pólvora en el rostro
del elefante y en su trompa, Cuando regresó y me afirmó que efectivamente las
había, todo quedó claro. Así pues, gracias por la historieta.
Terminé mi
cerveza y pedí otra ronda para los dos.
- No acabaste
de captar el quid de la historieta, a pesar de todo - le dije -. Ésta estriba
en las distintas opiniones que cada ciego se formó, al tocar todos ellos
distintas partes del paquidermo. El hecho de que fuera un elefante no era lo
más importante de la historieta maldita sea.
- Da lo mismo,
era un elefante. - dijo Gurney.
- Absurdo -
contesté.
Y bebimos
nuestras cervezas.
FIN
Enviado por
Paul Atreides